VOLCÁN PARICUTÍN, SU NACIMIENTO
VOLCÁN PARICUTÍN, SU NACIMIENTO
Por Martina Rodríguez García
En el año de
1943, la gente de varias ciudades y pueblos, se sorprendieron mucho al saber que
un volcán en Michoacán estaba naciendo, en las tierras de San Juan Parangaricutiro,
el volcán llamado Paricutín, el 20 de febrero 1943.
Platicaban mis
padres que en esos días una lluvia de ceniza llegó a Villa de la Paz, en el
Estado de San Luis Potosí, donde vivían.
Eso quiere decir
que se me adelantó el volcán a nacer, porque yo soy de 1944, y él del 43.
Todos los acontecimientos
de ese tiempo me interesan, al igual que el invento de la penicilina, el fin de
la segunda guerra mundial, y tantas otras cosas que sucedieron a mí llegada y
otras que he vivido.
Por eso, al ir a conocer
Morelia, Michoacán, su belleza en bosques y en este gigantesco monumento creado
por la naturaleza de dimensión volcánica, tuve la curiosidad de acercarme a la
venta de libros, en donde encontré la siguiente pieza:
Libro “Agonía y éxtasis de un pueblo”, Autor David Zavala
Alfaro. San Juan Parangaricutiro, Michoacán. Ensayo histórico – literario, sexta
edición 1983.
Entre sus páginas,
dice lo siguiente:
“En los albores
del año 1943, algo grande se anunciaba para los habitantes de Parangaricutiro, las
torres rígidas y solemnes, los prístinos sones de las campanas, el concierto
mañanero, las rutilante aurora, las notas vagabundas del viento que ruedan por
los barrancos, que retozan por las praderas, que suben por los montes, hasta
llegar al recinto sacro, de ahí a todos los hogares, los pinos heridos por lo
garfios del sol naciente, el canto del jilguero, la naturaleza toda hablaba según
su idioma, de algo desconocido hasta entonces en sus dominios: de un monstruo
ardiente que despertaba de su letargo después de haber guardado silencio
durante milenios de años.
Hasta que el 7 de
febrero de 1943 se anunció con repetidos temblores, dando trabajo a los
teletipos de la capital, quienes dan la notica al mundo.
El entonces
presidente municipal de Parangaricutiro, señor Felipe Cuara Amezcua, acude en
demanda de auxilio a las autoridades de Uruapan, enviando al mismo tiempo un
telegrama urgente, fechado el 18 de febrero del mismo año, al señor Presiente
de la Republica:
“Han seguido temblores hasta región carácter trepidatorio,
contándose varias oscilaciones durante día y noche, suplicamos mande ingeniero geólogo
investigue sismos, suponiendo hundimiento”, atentamente.
Telegrama turando
a la dirección de geografía, Meteorología e hidrología, al Instituto de Geología,
ya que se trataba de un asunto de su competencia.
Dos días después,
de tarde en tarde crepuscular, en el llano de Cuyiutziro “águila pequeña o
aguililla”, en la joyita llamada “Quitzocho”, cerca del poblado de Paricutín,
el señor Dionisio Pulido, hombre forjado en las duras faenas del campo, purépecha,
bronceado por el viento y el sol, contempla no sin asombro que algo tibio late
bajo sus plantas; quiere taparle los ojos al monstruo, todo inútil, el nuevo huésped
bosteza desde su averno, y su aliento fétido hace que el campesino hable a su
conciencia, a su Cristo de San Juan; cientos de ramas que se quiebran,
mezclados con un sordo quejido, se levanta “el dragón”.
Sin comprender lo
que sucede, presuroso se dirige a su población, Paricutín, distante 3 kilómetros.
Lo que nace, abre
sus ojos al nuevo mundo, contempla el paisaje, y envidioso, se levanta, retando
al ocaso empurpurado.
Se revuelve en su
lecho, se llena de coraje, acomete a la naturaleza, primero con bocanadas de
humo, luego a manera de trueno, de relámpagos, de cientos de cañones en tiempos
de batalla, lanza su luz, su fuego, opacando así la claridad del día.
El artífice, el
cohetero divino, sin ser el día de San Juan, fiesta del pueblo, nos obsequia un
castillo de mil colores, que se reviste por segundos, siendo cada bocanada
distinta a la anterior.
Nace un volcán,
bautizado como Paricutín, por estar en las inmediaciones del poblado llamado
del mismo nombre, a 2,380 m.s.n.m., a los
19 grados 19 minutos de latitud norte y a los 102 grados 19 minutos longitud
oeste, del meridiano de Greenwich, algo grandioso de verse, las rocas, las
fumarolas, coqueteaban en los altos cielos, disputando por alcanzar la morada
de los dioses.
Hermosa realidad
nunca vista, el monstruo cada vez más abre su boca agigantándose a cada minuto,
a cada segundo.
El pavor cunde en
los lugareños de Parangaricutiro, pues es tal la intensidad de los sismos, que
hasta en Toluca, capital del Estado e México, las campanas de los templos
repican sin que hombre alguno intervenga.
Geólogos, topógrafos
de la capital, científicos de diversas partes del mundo, están presentes en el
que es un espectáculo único; es un ir y venir de gente, el cono volcánico crece
rápidamente, su cresta se levanta a 25 metros, y pasando un mes, llegará a los
220 metros.
El general Lázaro
Cárdenas y el gobernador de Michoacán, entonces don Félix Ireta, presentan todo
su apoyo al pueblo en desgracia, recomendando que se debe evacuar de inmediato.
Para abril se
presenta la lava, y el rancho de Paricutín, dice adiós a su paraíso, que ha
quedado sepultado para siempre.
La lava sigue su
camino para el mes de octubre, el dragón de fuego amenaza con siete bocas que
extraen de sus entrañas lo que es destrucción y muerte”.