EL ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA SERIE
EL ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA SERIE
Por Mario Alberto Moreno
Esa descarga no era para él,
no así de esa manera. Nadie en la colonia supo por qué Ernesto, el policía de
la fábrica, había muerto, siempre tan callado, con una sonrisa permanente que
hacía que sus ojos brillaran, siempre con unos “buenos días” que a las
trabajadoras les encantaba. Un rostro equilibrado y
pestañas largas.
Fue una época de luchas
sindicales en las que se pedían mejores condiciones de trabajo, un salario
digno y la salida del subgerente que se había pasado de tintes con varias de
las muchachas que ahí laboraban. Primero fueron paros escalonados, después
marchas en las calles y manifestaciones frente a la Presidencia Municipal lo
que provocó algunos disparos al aire por parte de los gendarmes.
Ernesto no tenía una
predilección por los bandos y su único interés era cumplir con sus turnos
nocturnos para ver sus series de televisión, una vocación de espectador que lo
ponía nervioso por saber la trama de los siguientes capítulos, por eso le pidió
a su tía que le regalara esa televisión que tenía de sobra ya que su primo se
había ido directo a los Estados Unidos en busca del sueño trasnochado de
Norteamérica y la llevó a su caseta de vigilancia en la fábrica.
Las trifulcas se extendieron
por varias semanas con la cerrazón de los dueños de la fábrica textil que no
estaban dispuestos a ceder ni un hilo de ventajas para el gremio de
trabajadores de telas de esos interminables
dobleces y quehaceres.
Ernesto cada noche hacía
unos pequeños rondines en la sala vacía de la fábrica con hileras de máquinas tejedoras
que parecían animales exhaustos después de una larga carrera, las lámparas
colgando como columpios de luz organizadas para iluminar las labores textiles
de cada día, sin provocar sombras que entorpecieran los detalles requeridos en
los ajustes y los rollos de telas en cada esquina esperando su corte por
aquellas manos de mujeres expertas. En más de una ocasión Ernesto escuchó voces
de mujeres a medianoche, pero su miedo
lo hacía regresar rápidamente a su caseta para seguir viendo sus series de televisión.
Al terminar su turno a las 7
de la mañana le daba los buenos días a las trabajadoras que iban llegando, con
su sonrisa bonachona y su bien peinado cabello. Algunas de ellas le coqueteaban
y las más osadas lo besaban al pasar con un toque femenino y un dulce “buenos
días Ernesto”.
Las fuerzas contrarias
seguían su lucha, el gremio de trabajadoras empujando por mejores condiciones
de trabajo y un salario más digno y los dueños de la fábrica negándose a
otorgar estas peticiones argumentando que ya hacían mucho ofreciendo trabajo en
esta zona fronteriza del país.
Viendo esta situación tan
ríspida el subgerente Suárez le llamó a Ernesto a su oficina para cambiarle la
pistola que cargaba como un adorno al lado de su pierna en sus escasos rondines
nocturnos.
-Ernesto desde ahora vas a tener
esta pistola, deja la de balas de salva y utiliza ésta, recuerda que tú estas
aquí para salvaguardar a la empresa y sus intereses, si esas revoltosas hacen
algo peligroso, utilízala sin reparo y por cierto deja de ver esas tontas
series y ponte a vigilar como se debe-indicó con firmeza Suárez.
El imán de Ernesto prendió
el amor de Isabel Corona, una trabajadora que desde que vio a Ernesto sintió
cosquillas en su cuerpo que su memoria no recordaba. Aparte de llegar antes de las 7 de la mañana
para ganarse su premio de puntualidad, su verdadero resorte al levantarse temprano
era ver a ese lindo gendarme que salía de su turno nocturno y saludarlo con un
beso.
Ese beso se fue pronunciando
cada vez más hasta que Ernesto con un gesto de sorpresa sintió que había un
llamado mayor en esos labios que se estrechaban en su mejilla.
Un viernes Isabel Corona le
dijo a rajatabla
-Ernesto, tú y yo estamos
hechos el uno para el otro-
Lo tomó de la mano y lo besó
largamente en la boca. Ernesto permaneció quieto y se dejó llevar por una
corriente de sensaciones hasta ese día desconocidas debido a su corta edad y
experiencia.
Los puntos de encuentro del
sindicato de trabajadoras se hicieron con mayor frecuencia en la bodega de la
fabrica a altas horas de la noche, las lideresas sabían que el cuidador casi no
salía de su caseta por estar viendo series de televisión y que curiosamente
había puesto cortinas para que no lo vieran en esa espectadora situación.
Ernesto e Isabel pasaban un
par de horas cada viernes entregado a los quehaceres amorosos en una enseñanza intensa
para Ernesto en los lances del cuerpo que él recibió con beneplácito tal como
lo había visto en la televisión.
Las pullas entre los bandos
de la fábrica siguieron con amenazas de paro indefinido y pliegos petitorios y
manifestaciones enfrentes de las oficinas del gobierno municipal.
Isabel Corona fue sintiendo
subir el tono de sus sentimientos que pasaron del goce del cuerpo a una
añoranza del ser amado, sin embargo, sus llegadas a la fábrica se volvieron un
tortura pues veía como sus compañeras le coqueteaban a Ernesto y su furia
interior hacia que sus manos temblaran queriendo cachetear a las más atrevidas,
sabía sin embargo, que en su contrato se establecía que los trabajadores no
podía tener en el interior de la empresa manifestaciones ni vínculos amorosos,
contenía su coraje y sus manos iban a la maquina de coser con trémula
irritación.
Aquel viernes Isabel Corona
había tomado algunas cervezas antes de visitar a Ernesto, que como siempre,
veía con beneplácito su televisor, después de los arrumacos consabidos, Isabel
empezó a curiosear en el escritorio del vigilante, ahí en los cajones vio una
pistola y varias fotos con dedicatorias de sus compañeras de trabajo.
Llena de furia, celos y
coraje tomó aquella pistola y lo espetó
-Si me engañas con otra te
mato-
-Dime con quien más andas engañando
desgraciado-
Ernesto risueño le sonrió y
regresó a su serie de televisión
-Te estoy hablando, Ernesto-
Isabel apuntó con la pistola
a Ernesto
- No juegues con esa pistola
y déjame, está por terminar el último capítulo de la serie- dijo Ernesto
-Dime cuál de esas zorras de
las fotografías es tu amante- grito colérica Isabel
-Pues creo que todas dijo
sonriente- Ernesto
-Pues este será tu último
capítulo Ernesto-
Isabel disparó directo al
corazón y el hombre cayó fulminado, en un principio pensó que sólo era un
desmayo, pero el chorro de sangre que le brotaba del pecho le hizo cambiar de
idea, Ernesto le había dicho que la pistola tenía balas de salva.
Al verlo ahí tirado ya sin
respirar, Isabel salió de la caseta y fue a la pequeña nave textil y encontró
un cilindro de telas y le prendió fuego. Salió corriendo y se refugió exhausta
en su departamento.
El fuego consumió em pocas
horas la pequeña fábrica y sólo quedaron cenizas a pesar de los esfuerzos de
los bomberos.
La tía de Ernesto reconoció
los restos de su sobrino por su dentadura que tenía dos piezas de metal, pero
no levantó demanda alguna.
La policía investigó a
fondo, sin embargo, las pesquisas se perdieron en el torbellino del lio
sindical.
Isabel cada viernes elabora
un pañuelo blanco bordado con el nombre de Ernesto con el que seca sus lágrimas
viendo interminables series románticas.