EL ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA SERIE

EL ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA SERIE

Por Mario Alberto Moreno

(Crédito de fotografía Martín Borboa Gómez,
Fotografía de un cuadro de Francisco Toledo)


Esa descarga no era para él, no así de esa manera. Nadie en la colonia supo por qué Ernesto, el policía de la fábrica, había muerto, siempre tan callado, con una sonrisa permanente que hacía que sus ojos brillaran, siempre con unos “buenos días” que a las trabajadoras les encantaba. Un rostro equilibrado y pestañas largas.

Fue una época de luchas sindicales en las que se pedían mejores condiciones de trabajo, un salario digno y la salida del subgerente que se había pasado de tintes con varias de las muchachas que ahí laboraban. Primero fueron paros escalonados, después marchas en las calles y manifestaciones frente a la Presidencia Municipal lo que provocó algunos disparos al aire por parte de los gendarmes.

Ernesto no tenía una predilección por los bandos y su único interés era cumplir con sus turnos nocturnos para ver sus series de televisión, una vocación de espectador que lo ponía nervioso por saber la trama de los siguientes capítulos, por eso le pidió a su tía que le regalara esa televisión que tenía de sobra ya que su primo se había ido directo a los Estados Unidos en busca del sueño trasnochado de Norteamérica y la llevó a su caseta de vigilancia en la fábrica.

Las trifulcas se extendieron por varias semanas con la cerrazón de los dueños de la fábrica textil que no estaban dispuestos a ceder ni un hilo de ventajas para el gremio de trabajadores de telas de esos  interminables dobleces y quehaceres.

Ernesto cada noche hacía unos pequeños rondines en la sala vacía de la fábrica con hileras de máquinas tejedoras que parecían animales exhaustos después de una larga carrera, las lámparas colgando como columpios de luz organizadas para iluminar las labores textiles de cada día, sin provocar sombras que entorpecieran los detalles requeridos en los ajustes y los rollos de telas en cada esquina esperando su corte por aquellas manos de mujeres expertas. En más de una ocasión Ernesto escuchó voces de mujeres a medianoche, pero su miedo  lo hacía regresar rápidamente a su caseta para  seguir viendo sus series de televisión.

Al terminar su turno a las 7 de la mañana le daba los buenos días a las trabajadoras que iban llegando, con su sonrisa bonachona y su bien peinado cabello. Algunas de ellas le coqueteaban y las más osadas lo besaban al pasar con un toque femenino y un dulce “buenos días Ernesto”.

Las fuerzas contrarias seguían su lucha, el gremio de trabajadoras empujando por mejores condiciones de trabajo y un salario más digno y los dueños de la fábrica negándose a otorgar estas peticiones argumentando que ya hacían mucho ofreciendo trabajo en esta zona fronteriza del país.

Viendo esta situación tan ríspida el subgerente Suárez le llamó a Ernesto a su oficina para cambiarle la pistola que cargaba como un adorno al lado de su pierna en sus escasos rondines nocturnos.

-Ernesto desde ahora vas a tener esta pistola, deja la de balas de salva y utiliza ésta, recuerda que tú estas aquí para salvaguardar a la empresa y sus intereses, si esas revoltosas hacen algo peligroso, utilízala sin reparo y por cierto deja de ver esas tontas series y ponte a vigilar como se debe-indicó con firmeza Suárez.

El imán de Ernesto prendió el amor de Isabel Corona, una trabajadora que desde que vio a Ernesto sintió cosquillas en su cuerpo que su memoria no recordaba.  Aparte de llegar antes de las 7 de la mañana para ganarse su premio de puntualidad, su verdadero resorte al levantarse temprano era ver a ese lindo gendarme que salía de su turno nocturno y saludarlo con un beso.

Ese beso se fue pronunciando cada vez más hasta que Ernesto con un gesto de sorpresa sintió que había un llamado mayor en esos labios que se estrechaban en su mejilla.

Un viernes Isabel Corona le dijo a rajatabla

-Ernesto, tú y yo estamos hechos el uno para el otro-

Lo tomó de la mano y lo besó largamente en la boca. Ernesto permaneció quieto y se dejó llevar por una corriente de sensaciones hasta ese día desconocidas debido a su corta edad y experiencia.

Los puntos de encuentro del sindicato de trabajadoras se hicieron con mayor frecuencia en la bodega de la fabrica a altas horas de la noche, las lideresas sabían que el cuidador casi no salía de su caseta por estar viendo series de televisión y que curiosamente había puesto cortinas para que no lo vieran en esa espectadora situación.

Ernesto e Isabel pasaban un par de horas cada viernes entregado a los quehaceres amorosos en una enseñanza intensa para Ernesto en los lances del cuerpo que él recibió con beneplácito tal como lo había visto en la televisión.

Las pullas entre los bandos de la fábrica siguieron con amenazas de paro indefinido y pliegos petitorios y manifestaciones enfrentes de las oficinas del gobierno municipal.

Isabel Corona fue sintiendo subir el tono de sus sentimientos que pasaron del goce del cuerpo a una añoranza del ser amado, sin embargo, sus llegadas a la fábrica se volvieron un tortura pues veía como sus compañeras le coqueteaban a Ernesto y su furia interior hacia que sus manos temblaran queriendo cachetear a las más atrevidas, sabía sin embargo, que en su contrato se establecía que los trabajadores no podía tener en el interior de la empresa manifestaciones ni vínculos amorosos, contenía su coraje y sus manos iban a la maquina de coser con trémula irritación.

Aquel viernes Isabel Corona había tomado algunas cervezas antes de visitar a Ernesto, que como siempre, veía con beneplácito su televisor, después de los arrumacos consabidos, Isabel empezó a curiosear en el escritorio del vigilante, ahí en los cajones vio una pistola y varias fotos con dedicatorias de sus compañeras de trabajo.

Llena de furia, celos y coraje tomó aquella pistola y lo espetó

-Si me engañas con otra te mato-

-Dime con quien más andas engañando desgraciado-

Ernesto risueño le sonrió y regresó a su serie de televisión

 

-Te estoy hablando, Ernesto-

Isabel apuntó con la pistola a Ernesto

- No juegues con esa pistola y déjame, está por terminar el último capítulo de la serie- dijo Ernesto

-Dime cuál de esas zorras de las fotografías es tu amante- grito colérica Isabel

-Pues creo que todas dijo sonriente- Ernesto

-Pues este será tu último capítulo Ernesto-

Isabel disparó directo al corazón y el hombre cayó fulminado, en un principio pensó que sólo era un desmayo, pero el chorro de sangre que le brotaba del pecho le hizo cambiar de idea, Ernesto le había dicho que la pistola tenía balas de salva.

Al verlo ahí tirado ya sin respirar, Isabel salió de la caseta y fue a la pequeña nave textil y encontró un cilindro de telas y le prendió fuego. Salió corriendo y se refugió exhausta en su departamento.

El fuego consumió em pocas horas la pequeña fábrica y sólo quedaron cenizas a pesar de los esfuerzos de los bomberos.

La tía de Ernesto reconoció los restos de su sobrino por su dentadura que tenía dos piezas de metal, pero no levantó demanda alguna.

La policía investigó a fondo, sin embargo, las pesquisas se perdieron en el torbellino del lio sindical.

Isabel cada viernes elabora un pañuelo blanco bordado con el nombre de Ernesto con el que seca sus lágrimas viendo interminables series románticas.

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