CARNAVAL AZCAPOTZALCO 2023
CARNAVAL AZCAPOTZALCO 2023
Por Gustavo Aquino Domínguez
Siempre creí que el sonido
del clarinete podría llevarnos a niveles de gran melancolía y tristeza, no en
balde se utiliza en las bandas que tocan en velorios en algunos pueblos.
Pero al caminar sobre el
Antiguo Camino a la Villa escuché que esta vez tocaban ritmos alegres, que
incitaban al baile. Así que sin más, me contagié de aquel relajo-desmadre,
observaba a la gente que de manera natural se movía siguiendo esa música,
alegre.
Estábamos en San Marcos
Izquitlán, lugar donde se dan los esquites. Uno de los vecinos organizó las
botellas de agua y rodajas de naranja para los bailarines y acompañantes de
este desfile.
Yo intenté unos pasos
guapachosos con mi Gran Amiga Mary, no dejé de sentirme algo ridículo por
aquellos pasos improvisados, pero realmente no me importó al notar la alegría
de mi compañera de baile.
Con aquel sonido de
clarinete acompañado de tambor, trompetas, tarola, nos dirigimos hacia el
Ahuehuete de Santa Catarina Atzacualco.
El baile no paraba, en el
Ahuehuete la familia Vega nos brindó unas quesadillas de papa riquísimas, y los
participantes no dejaban de sacarse fotos con aquellos personajes de atuendos
raros, extravagantes. La chupitos, un jaguar de dos patas, un pachuco, un elegante
charro con su respectiva pareja, los chinelos con su sombrerote, las máscaras
de cerdito, las mojigangas, me pregunté si habría alguien debajo de esas
muñecotas que las hiciera bailar, y así era; de repente vi a un tipo joven
salir corriendo a la tienda para comprar una caguama, mientras otro tomaba su
lugar.
Me comentó una de las
participantes, con razón aguantan tanto, (me sentí apenado de no llevar mi
envase de caguama, para prestárselas, por si les hacía falta).
Después de este refrigerio,
retomamos la ruta hacia el Barrio de Santo Tomás Tlamatzingo, Barrio del
Maestro Jorge Ureño, de quien les contaré después un chisme, pero sigamos, que
me duelen las piernas, y empieza a nebular.
Realmente la caravana, el doceavo que se hace en Azcapotzalco, inició en San Mateo Xaltilolco, y al encontrarlos, venían de San Martín Xochináhuac.
(Si habrán notado estos
barrios tienen un nombre en náhuatl, que los describe cómo eran en la época
prehispánica, de la cultura tepaneca: Xaltilolco, sobre el montículo de arena, Xochináhuac, a un lado de las flores,
Tlamatzinco, lugar de Tlamantizicatl, advocación de Tezcatlipoca, Atzacualco,
lugar de la represa para el agua. Así podríamos continuar con los demás pueblos
y barrios de Azcapotzalco).
Nos sorprendió la lluvia, algunos
sin abrigo, y el fuerte ventarrón acompañado de un inesperado frío. Pasamos por
el deportivo la Rosita para llegar a los callejones de Santo Tomás, la gente
veía sorprendida y divertida esta caravana, sin dejar de tomar fotos.
La sorpresa agradable
sucedió al encontrarme a dos amigas, ¡Doña Vinela, no me abrace tan fuerte que
me entra la calor!
Le comenté al saludarnos tan
efusivamente, qué pena, me miró tan, tan, tímidamente, (al menos no estaba
enojada por un mal chiste, eso creo).
Ya a la salida del barrio,
nos encaminamos hacia el último punto y tuve la oportunidad intercambiar
algunos puntos de vista con Justino, quien me contó que de niño vivió en Santa
Apolonia Tezcolco.
No sé si contarles todo,
como que se aburren, pero… seguía algo.
Así es, otra sorpresa
agradable, rumbo al Jardín Hidalgo, empezamos a ver carros alegóricos, y, aún
más, un ballet de bailarinas, vedettes, bailando al ritmo de música tropical,
un catrín bailarín, dieron muestra de un espectáculo que hace algunas décadas se
hacía en los centros nocturnos de esta Gran Ciudá.
A lo lejos ya se escuchaba
otra banda de música, parados sobre un templete, vestidos a la usanza
campesina, blusas, camisas, faldas, de manta, y rebozos y paliacates.
Y unas maravillosas
danzantes donde reconocí a Francis, Sandra, otra vez a Mary, al Maestro del
Ballet Yetlanetzi, Jorge Ureño, de mucho renombre. Y al Gran Tomás y Mayra
(finalmente los reconocí sin su máscara, igual que a Nicasio, bailarín
chinelo), iniciadores de este gran proyecto. Y reencontré otra vez al gran
maestro cartonero José Luis Martínez Rentería.
El Carnaval estaba en su
apogeo, todo un reventón, música y baile, bailarines de rock, salsa, rancheras,
tu pareja era quien se dejara acompañarte unos pasos, cada uno ya sin disfraz,
pos andaban a rais.
A lo último se me
desapareció La Jaguar, Lupita, La Chupitos, Las vedettes, Vinela, Gene Simons,
El travesti con su cajita misteriosa, la Chava que me lastimó con su narizota
de cartón al saludarme, la niña que me regaló una paleta, el César, El
Tarcisio.
Teresa, Norma, Juan José,
que no fueron pero estaban en mi mente, me las imaginaba disfrazadas de
nahualas.
No fue un sueño, pero al
dejar de escuchar el clarinete creí que había despertado.