EL ACCIDENTE

EL ACCIDENTE

Por Eduardo Resendiz Sánchez



Ese día saqué al perro a caminar, al parque que está a tres cuadras de mi casa. Un parque viejo pero muy bonito, muchos árboles, mucha vegetación.

Le grité: “¡Duke, Duke!”

Llegó moviendo la cola, le puse su correa, abrí la puerta de la calle y salimos a caminar. Ya tenía conmigo tres años. Se pegaba a mis piernas para que lo acariciara. Anduvimos en el parque más de una hora.

Iba llegando a la casa cuando vi a un cartero, estaba tocando el timbre, cuando me acerqué, me preguntó: “¿Aquí vive el señor Pedro González Rivas?"

“Sí, soy yo” le dije.

“Le llegó una carta, de María González Rivas”.

Sorprendido le dije que ésto es una broma, no puede ser. “Mi madre hace años que murió”.

Se me quedó viendo, --pensó que estaba borracho.

“Señor una pregunta, ¿vio de casualidad al que depositó la carta?”

Se quedó pensando un rato. “·Sí señor, era una señora grande, de pelo blanco, ojos verdes, de caminar lento”.

"No puede ser, era mi madre".

Palidecí, miraba sin mirar nada.

Me preguntó el cartero: “¿Se siente bien señor?”

Volví a la realidad.

“Sí señor, no tengo nada, gracias”

El cartero se rascó la cabeza, me volvió a mirar, iba a decir una palabra pero se quedó callado.

Metí mi mano a la bolsa del pantalón, saqué unas monedas y se las di. Se subió a su bicicleta y se alejó sonando su silbato.

Abrí la puerta, metí al perro, le di agua, tenía sed, me senté en la silla del comedor.

Abrí el sobre, comencé a leer con calma, sin prisa, mis ojos recorrían las letras:

“Hijo: cuando leas esta carta, espero que te encuentres bien, te va a traer muchos recuerdos.

De niño brincabas de alegría cuando, te compré un balón de fútbol. Salías a la calle a jugar con tus amiguitos, llegabas todo lleno de sudor y con raspones en las rodillas, te tomabas tu café y te dormías, muerto de cansancio.

Me duele mucho no haber tenido tiempo para despedirme de ti, de tenerte en mis brazos, y darte un beso cuando tenías ocho años. Lástima que aquellos tiempos ya se fueron.

La razón de que te escriba esta carta Pedro, es que me encontré a tu esposa e hija…”.

 

En este renglón detuvo la lectura.

No puede ser.

Tiene que haber un error.

Esto no puede estar pasando.

Mi madre estaba en el hospital, cuando fue lo del accidente…

—Continuó leyendo---

“Me dijo tu esposa que no te preocupes, que ya no estés triste, ellas están bien, me dijo la niña que cuando la veas le lleves una muñeca”.

 

Se quedó pensando un rato.

“¿Alguien se está burlando de mí?”

 

Leyó: “Hijo, ve a buscarlas, te están esperando”.

 

Sintió escalofríos.

Cuando dejó de leer la carta, puso las manos en la mesa del comedor, sintió un mareo, se sentó, dobló la carta cuidadosamente, la metió en la bolsa de la camisa, se paro de la silla, fue por un vaso de agua, tenía la boca seca, le dio un trago,---pensó: “voy a ir a la casa de mi madre, voy a investigar, un vecino me está jugando una broma, ésto tiene que acabar”.

Salió de la casa, tomó un taxi, se bajó, caminó unos metros, miró a lo lejos, a Panchita, la vendedora de flores, se sorprendió de que todavía estuviera viva, ya era una viejita.

“¿Cómo estas Panchita?”, le preguntó.

Ella lo miró, tardó un rato en reconocerlo.

“¡Pedrito, hijo, cómo has crecido, ya no te reconocía, como pasa el tiempo!”.

Él sonrió.

“Panchita, véndeme un ramo de rosas rojas”.

“Como le gustaban a la señora”.

“Si Panchita”.

Tomó el ramo, le puso unas monedas en la mano.

“Gracias Pedrito, Dios te bendiga”.

 

Se paró en la puerta enorme de la entrada, era negra, barroca, era un panteón viejo.

Fue uno de los primeros de la ciudad de México, le acababan de pintar de amarillo toda la fachada, las columnas cafés, era bonito a pesar de los años que tenia, miró el cielo, las nubes pasaban sobre su cabeza, lentamente, tenía miedo de enfrentar su pasado, un recuerdo lastimoso que no quería recordar, nadie es libre de su pasado, aunque quieras alejarlo de ti, tú lo viviste, tú lo sentiste, estás atrapado, vive en tu cabeza…

Caminaba despacio con el ramo. Su mirada se perdía en la distancia, el sitio era enorme. Seguía caminando, esquivando los charcos que dejó la lluvia el día de ayer.

De pronto sintió un mareo.

Sentía caer entre más se internaba en la ciudad de los muertos.

Algo raro paso en el ambiente, el cielo se puso gris, parecía que las nubes se arrastraban por el suelo.

El viento arrancaba las hojas secas de los árboles, tapizando el suelo como si fuera pasto.

De repente un rayo irrumpió la tranquilidad que reinaba a su alrededor, luego un ruido estremecedor, haciendo que le dolieran los oídos.

Su corazón latía aprisa, tenía miedo, oía voces a su alrededor, más bien parecían murmullos, voces que no sabía que decían, los árboles parecían sombras que se movían al compás del viento.

Una música de rayos, ráfagas de viento reinaba en el ambiente.

“¿Qué pasa?, ¿qué es esta pesadilla?” se preguntó desconcertado.

Siguió caminando. Amenazaba una lluvia. Caminaba en círculos.

Las voces se seguían escuchando.

Pisó un charco, mojó sus zapatos y a punto estuvo de caer.

Volteó a su lado derecho. Recordó la tumba, era blanca con barandal negro, una enorme cruz de mármol, que sobresalía sobre las demás.

Leyó:

–FAMILIA AYALA RIVAS–


Se paró; agarró el ramo y lo puso en el florero, comenzó a rezar, su cara se veía triste.

Pasaron unos minutos.

Escuchó la vocecita de una niña.

Se le hizo conocida.

“¡Papi, papi, te quiero mucho!”

 

Sus ojos se abrieron ante la sorpresa.

Esa voz se le hizo conocida.

Estaba perplejo, lleno de dudas, de miedo…

La voz se oyó más cerca, la niña salió de entre de la oscuridad, con sus bracitos extendidos, corriendo hacia él, movía sus pequeños deditos...

Se quedó paralizado, sin saber qué hacer.

Se agachó, la tomó entre sus brazos, la niña se colgó de su cuello, lo apretó contra sí hasta casi hacerle daño, después mirando su tristeza empezó a llorar.

Lloró con rabia, con unas ganas como si nunca hubiera llorado, lágrimas de dolor, de tristeza, le salían dolorosamente de su corazón...

Le dio un beso a la niña en su cachetito blanco y frío, sus ojos negros, sin brillo, lo miraban fijamente.

Lloraba en silencio, todavía la recordaba cómo iba vestida la última la vez que la vio.

Su vestido rojo, su sombrerito café, la volvió a apretar con más fuerza entre sus brazos.

La carta que le envió su madre cayó al suelo, la levantó, vio con incredulidad que la carta estaba en blanco, nada estaba escrito, se rasco la cabeza, “¿me estoy volviendo loco?” se preguntó.

El ramo de rosas estaba completamente seco, como si estuviera desde hace meses en el abandono. El viento se llevaba las hojas secas, haciendo ruido cuando caen en el suelo,...hasta que la voz de la niña lo sacó de sus pensamientos…

“¡Papi, papi!, ¡sácame de este lugar, está muy feo, la gente que vive aquí, es muy triste nada más se la pasan rezando, pegándose en el pecho , llorando, dan vueltas, no salen de este lugar, lo tienen prohibido...".

“¡Te juro hija, te voy a sacar de este lugar, si Dios me lo permite”.

Le dio un beso en su cachetito frío.

Una pelota llegó a los pies de la niña.

“Es mi amiguito, quiere que juegue con él” dijo la niña.

Pedro voltio a ver por dónde vino la pelota.

No vio a nadie.

Solo el viento arrastrando las hojas en el suelo.

“¿Tu mamá dónde está?" preguntó a la niña.

Se rió dejando ver sus dientes blancos.

“Está detrás de la cruz, le da pena salir, dice que estoy esperando un hermanito”.

Sorprendido y atropelladamente preguntó:

“¿Qué dijo tu mamá?”.

“Si papi, voy a tener un hermanito”.

 

Toda la tristeza del mundo cabía en su corazón.

El tiempo se había detenido, no existía más.

 

“Le da pena salir, está escondida detrás de la cruz, te lo iba a decir el día de tu cumpleaños, pero ya ves no hubo tiempo, pasó el accidente”.

Se quedó callada.

Pasaron unos segundos de silencio.

Cruzaron por su cabeza recuerdos que ya había olvidado.

Recordó ese día fatal en que su esposa le pidió que manejara más rápido para llegar al parque, para que no les “pegara tan fuerte” el sol de junio, que era muy agotador. Ella se pasó a la parte de atrás, al asiento posterior dónde la niña venía jugando con su muñeca…

Por sus ojos pasaban veloces las cosas que no alcanzaba a distinguir bien…

Cuando de repente, se oyó un ruido muy fuerte que taladro su cabeza…

Fue lo último que recordaba… el carro giraba en círculos, Pedro fuera de sí, cayendo al barranco, dando vueltas dentro del auto hasta llegar al suelo…

Sangre y gritos… en el silencio del bosque…

Luego voces, lámparas blancas, la camilla corría por el pasillo del hospital, gritos de doctores: “¡un resucitador, rápido!”, “Le está dando un paro cardiaco”…

La enfermera trajo un aparato que él desconocía, se lo pusieron en el pecho,...

“¡Ahora!" dijo un doctor, haciéndolo brincar electrizantemente de la plancha fría donde estaba.

Su corazón le quemaba en cada brinco que daba…después de un rato perdió el sentido...estuvo en el hospital más de un mes.

Cuando se recuperó, le dieron la triste noticia del fallecimiento de su esposa e hija...

Días de soledad, de tristeza, amargura.

Tuvo que vivir con eso más de cinco años, se volvió silencioso, apenas salía a la calle, en su trabajo apenas hablaba, se compró un perro, al “Duke”, para intentar hacer su vida más agradable…

 

Ahora todo eso lo recordaba…

Fijó su vista en la tumba.

Vio los nombres de su esposa y de su hija:

 

“DIOS LE DIO VIDA A UNA HERMOSA FAMILIA…DESCANSEN EN PAZ

PATRICIA GUERRERO AYALA RIVAS (1900–1931)

AMALIA AYALA RIVAS (1926–1931)

PEDRO GARCIA AYALA RIVAS (1889–1931)”


“No puede ser” exclamó.

“Si papi, tú también falleciste en el accidente”, dijo ella con tristeza.

“¿Por qué no estoy con ustedes?”

“Te perdiste en el camino papi, pero ahora ya estamos juntos otra vez, nos podemos ir de aquí, así nos lo explicó una voz que sale de las nubes”.

“Si hija, vámonos a casa, te compré un perro, te va a gustar vas a ver”.

Patricia sonriente salió de atrás  de la cruz de mármol. Esposa y esposo se abrazaron largamente. Volvía a ver sus ojos verdes que tanto le gustaban: hermosa en la muerte como en vida.

Patricia tan callada, tan silenciosa, tan hermosa, se sintió invadida de una súbita ternura.

Se dieron un largo largo beso, frío, como sólo se sabe amar en la muerte.

Él se agachó, y dio un largo beso al vientre de su mujer, mientras lo acariciaba con todo el amor y toda la triteza del mundo.


Secándose una lágrima más, se irguió, tomó a su esposa de la mano, a su hija con la otra, y caminaron así, unidos, agarrados de la mano, no pisaban el suelo, no hacían ruido sus pisadas, era como si flotaran en el aire, una luz salía a un lado de un árbol, una luz blanca, intensa, caminaban a un lado de los arbustos, los murmullos, se oían más fuerte.

“Duke” ladraba moviendo la cola, los estaba esperando.

Una paloma blanca pasó cerca de ellos.

Llovía, las gotas de agua escurrían por la cara de Pedro.

Una familia, un accidente, un encuentro inesperado en un panteón los volvía a unir.

Entre más se acercaban a la luz, sus cuerpos se hacían más transparentes.

La paloma volvió a aparecer, para meterse nuevamente a la luz, guiándolos.

Cuando dieron el último paso, siguiéndola entrando en la luz, todo desapareció...

Todo quedó en silencio, sólo los grillos se escuchaban, la oscuridad lo envolvió todo.

 

Un hombre solitario, camina entre las tumbas buscando a su esposa e hija.

 

Fin




(Imagen: internet)

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