REQUIEM POR FEDERICO GARCÍA LORCA

REQUIEM POR FEDERICO GARCÍA LORCA

Por Don Rafael Ruiz de Velasco

(Ciudad de México, 1965)


LA NOCHE

La noche está muerta de silencio

y en el aire esparce su aroma la mirra.

De la luz se aburre el pensamiento

y feroz la niebla se aproxima.

 

Los nubarrones acribillan a la luna,

el rostro mordiéndole 

con sus dientes de plomo;

la serpiente devora en la bruma

a la Poesía, que dormía bajo el olmo.

 

El viento en el huerto cantaba,

más ahora huye desolado

porque en la noche, de fuego una navaja

la voz de la granada ha cortado.

 

LA MUERTE

 

¡Ay de los que duermen 

en el muro del silencio!

¡Ay de los que gimen sin garganta!

¡Ay de los que huyeron llorando humo negro!

¡Cómo pasean su ser sin esperanza!

 

¡Oh príncipe de bronce que hieres 

los aires con tu mortal lamento!

¡Oh canto largo, copla imperecedera!

Oh, jinete de niebla 

que estremece el firmamento,

te pido escuches mi canción postrera:

 

Vino la aurora con sus velos de seda,

pero al ver tu muerte

murió también contigo.

 

Rasgando sus velos se quedó inmóvil

porque el nacimiento de un nuevo día imposible era.

 

Las doncellas vienen, trayendo azucenas,

lunas de aromas en la penumbra callada,

para ornar tu cuerpo, que abrigara la quimera

de que la muerte a los titanes perdonaba.

 

Las rosas, en tanto, bordan la piedra

buscando por dónde rodó tu existencia.

Y levantan al Cielo sus heridas abiertas,

llorando sangre porque no la encuentran.

 

Se oye vibrar bajo las adelfas

la protesta que hace la Tierra

al hombre que le arrancó la hierba,

le arrancó el rocío

y le dejó la muerte.

 

Y tu sangre en erupción emerge, ruge,

deslumbra, se eleva,

y entre olivares corre, abrasa, se abre,

y se vuelve piedra.

 

Piedra que deja olor a olvido,

es apoyo firme de todos los dolores;

de todos los dolores por sueños perdidos,

que nunca tuvieron luceros ni colores.

 

Un manto de azogue 

cubre el rostro de la armonía,

que tañe ahora un laúd de cuerdas rotas

para acompañar el sueño de Federico García,

quien descansa en un lecho 

de ortigas y magnolias.

 

Ya te has ido, Federico, 

pero todo cuanto creaste

latirá siempre donde haya

un corazón que ame; un corazón que cante;

 un corazón que sufra; un corazón que muera.

  

LA RESURRECCIÓN

 

Relámpago trepidante y ascendente;

pegaso de potente galope;

lucero de alas centellantes:

al Amor tornas, cristal de amores.

 

Luna que fuiste de hierro y jazmines;

de música, fuego y de claveles,

ahora tan sólo sangre eres,

pero en el Cielo serás de luz y laureles.

 

Retumban los cielos con metálico acento

que las campanas dan cantando,

para dar esplendor a tu nueva presencia,

y gloria a tu nombre de miel y canela.

 

Aurora viviente, 

tu esplendor será por siempre

antítesis de las tormentas

y de las noches todas.

 

Y mi alma conmovida

a tu influjo siente

un canto de palomas

y una paz de estrellas.




(Imagen: pintura realizada por el mismo autor del poema, Don Rafael Ruiz de Velasco, inspirado por su "Réquiem por Federico García Lorca")

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