LA SEÑORA DE LOS DOS COSTALES

“LA SEÑORA DE LOS DOS COSTALES”

Por Adrián González Cabrera 

Era el último viernes de la primera quincena de diciembre de 2010, trabajaba yo en la SETRAVI (Secretaría de Transportes y Vialidad), ubicada en la Av. Álvaro Obregón, Colonia Roma Sur, Ciudad de México. Dicha avenida es amplia, cuenta con dos carriles vehiculares en cada sentido y con un amplio camellón que está dividido en tres franjas: dos franjas ajardinadas (con muchos árboles y flores) y una tercera franja peatonal ancha al centro que hace las funciones de “paseo”; esta última tiene emplazadas diversas fuentes con esculturas clásicas y bancas a lo largo de ella. El acabado del piso es de barro comprimido aparente. Los elementos que integran el camellón brindan al transeúnte espacios para la contemplación, así como las condiciones adecuadas para el disfrute y relajamiento, tan necesarios para dispersar el estrés que van acumulando los habitantes de esta ciudad, derivado de sus diarias actividades.  

Ese día, disponía yo de algo de dinero en efectivo que retiré del cajero automático (recién me habían depositado el aguinaldo) ubicado en el primer piso del edificio de la Secretaría.

Silvia (una señora divorciada, favorecida por la naturaleza, de unos 35 años de edad, que trabajaba en el piso 10 del edificio en el equipo del titular de la SEMOVI y que se había hecho amiga mía) había pasado a mi privado (yo trabajaba en el piso 9) a las 9:00 pm para retirarnos juntos del edificio, ya que diariamente le daba un “aventón” a su casa, ubicada en la Col. Algarín, Del. Benito Juárez.

El clima anunciaba el invierno que estaba por arribar el 21 de diciembre y, tres días después, la Navidad. Lloviznaba pertinazmente cuando salimos del edificio. Esa noche hacía mucho frío, y las luces navideñas que ya adornaban algunas ventanas eran los únicos puntos que nos brindaban calidez emocional. Nos fuimos caminando por el camellón de la Av. Álvaro Obregón hacia el estacionamiento donde guardaba mi automóvil, ubicado en la esquina con Av. Insurgentes. Platicábamos alegremente acerca de la posibilidad de detenernos a cenar en algún lugar ubicado en el trayecto a su casa, a efecto de darnos el abrazo navideño antes de la suspensión de labores en la Secretaría con motivo del fin de año. Al pasar por una de las diversas fuentes ubicadas en el eje del camellón, “jaló” mi vista la figura de una señora que, por las noches, se sentaba diariamente en una banca y subía dos costales a la misma. Su figura se reflejaba hermosamente en el piso mojado, aunque imperfecta dado el efecto provocado por desgaste natural de las losetas de barro comprimido. Se trataba de una indigente que yo ya había observado desde tiempo atrás. Sentada, la señora soportaba, aparentemente sin inmutarse, la pertinaz llovizna con los dos costales a su lado y se cubría con algo parecido a un chal que, incluso, envolvía su cabeza. A pesar de la llovizna, me detuve y dije a Silvia:

- Silvia…te voy a pedir un favor.

- Dime, Julián.

- ¿Ves a la señora que está sentada en la banca ubicada 10 metros atrás de mí?

- Sí, la veo; dicen que se sienta ahí todas las noches con sus dos costales porque el encargado del “7 eleven” que está en la banqueta de enfrente le regala un café, y, después de bebérselo, se levanta y se retira. Nadie sabe dónde duerme, pero todos suponemos que vive de recoger papel y cartón.

Se trataba de una señora de unos setenta años de edad, alta, delgada, de cara afilada, ojos claros y tez blanca, con la mirada un tanto extraviada. No articulaba con claridad las palabras. Denotaba en su semblante una gran tristeza. Desde tiempo atrás aparecía por la noche con sus dos costales plásticos llenos de papeles y se sentaba, siempre, en la misma banca. 

- Silvia, por favor, quiero que le entregues este dinero a manera de regalo de Navidad, le va a venir muy bien; si intento entregárselo yo temo que lo rechace pues ya lo hizo hecho anteriormente.

Mientras Silvia iba a convencer a la señora de que aceptara el dinero, yo me senté en el borde de la fuente a esperar, mojándome por la llovizna y escuchando el rítmico sonido que generaba el agua que salía de la parte superior del poste central de la fuente al caer sobre la superficie del agua ya contenida en el cuerpo de la misma. Después de unos minutos Silvia regresó y me dijo:

 - Me recibió el dinero, Julián… no sé si haces bien, pues la señora huele a puro alcohol y pienso que lo va a gastar en bebida.

 - Silvia, yo no sabía que la señora bebe, pero, aún en ese caso, el dinero ya es suyo y lo puede gastar en lo que quiera. No sabemos el tamaño de las cargas emocionales que intenta mitigar con el alcohol. 

 Nos retiramos del sitio y proseguimos nuestro camino. Ya era hora de que degustáramos una buena cena y una copa de vino. La hora no era problema ya que era viernes y al día siguiente no trabajaríamos.

Semanas después, un sábado, en el Canal 11 de televisión, vi el programa “Indigentes extranjeros en México”. En dicho programa relataban la situación de vida de diversos indigentes extranjeros en nuestra ciudad. ¡Reconocí a la señora de los dos costales!

 Meses después, viendo una emisión más de dicho programa televisivo reconocí a la misma señora, pero ahora estaba muy bien vestida y arreglada, en compañía de otras personas, viviendo en Berlín, Alemania.

¿Qué había sucedido…? en el mismo programa lo explicaron.

Hacía tiempo la familia de la señora, incluida ella, había venido a conocer México. La señora -que no estaba al 100% de la cabeza- se perdió en nuestra ciudad; durante meses su familia la buscó en toda la Zona Metropolitana de la Ciudad de México sin éxito. Al paso del tiempo y suponiendo que había muerto, con resignación, sus familiares abandonaron México. Tiempo después, en su lugar de residencia, Berlín, Alemania, vieron el programa del Canal 11 “Indigentes extranjeros en México”; ¡reconocieron a la señora! De inmediato sus hijos se trasladaron al entonces Distrito Federal, México, para localizarla, ¡encontrándose con que la señora aún vivía!... Al constatar que se trataba de su mamá ¡lloraron todos fundidos en un abrazo! En los días subsecuentes llevaron a cabo los trámites necesarios para llevarla de regreso a Alemania.

 Cuando me enteré de todo lo que había sucedido con la señora y saber que ahora se encontraba sana y salva en casa con su familia, no pude menos que estremecerme. Le platiqué a Silvia lo correspondiente. Ambos, y al unísono, concluimos: ¡¡¡ESTE CASO DE LA SEÑORA DE LOS DOS COSTALES PARECE UN CUENTO DE NAVIDAD!!!

 Hoy día, quien escribe tiene 70 años de edad y trato de entender las condiciones que confluyeron en el momento en que la señora se perdió en nuestra ciudad. En mi caso, actualmente la mente responde en forma adecuada, pero estoy consciente de que al paso de los años (ojalá y sean muchos) todo mi ser irá declinando paulatinamente, y, por tanto, debo estar preparado para evitar que en mí se repita el caso de la señora alemana.   

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