"UNA CARTA". RECUERDOS DE AZCAPOTZALCO
“UNA CARTA”
RECUERDOS DE AZCAPOTZALCO
El
verano de 1970 fue una estación muy calurosa, razón por la cual me encontraba
ese viernes vestido con ropa ligera. Llevaba varios días inquieto pues algo en
mí me decía que iba a llegarme una carta. Eran como las doce del día -hora en
que el cartero, regularmente, pasaba por mi calle repartiendo la documentación
postal- y me senté en una silla rústica (de asiento bajo y ancho, de tule
tejido) junto a la puerta metálica de doble hoja por la cual se salía del patio
de la casa a la calle. De repente… ¡sucedió!... escuché el silbato
característico del servidor postal y simultáneamente unos golpecillos que el mismo
asestaba con los nudillos de la mano derecha en la puerta metálica haciendo
notar su presencia…gritó: “¡cartaaa!”
El
sobre era de color blanco, la cara frontal mostraba: en la parte superior izquierda,
en forma manuscrita y con tinta azul, los datos del remitente; al centro los
del destinatario; en la esquina superior derecha dos timbres cuyo valor cubría
los derechos de entrega del documento. Las dos estampillas tenían el sello
correspondiente a la Zona Postal 17, a la cual correspondía la colonia San
Álvaro. En la cara posterior, el borde
del doblez triangular con el que se cerraba el sobre, lo mismo que los timbres,
seguramente habían sido humedecidos con saliva de ella para pegarlos. Leí el
texto de la carta…
Julián:
¡Perdóname
por lo sucedido hace una semana! Quiero explicártelo personalmente, ¿podemos
vernos el próximo 28 de junio a las 3 de la tarde en la puerta del atrio de la
Iglesia del centro de Azcapotzalco? No contestes mi carta. Ahí te esperaré.
Mary
El
día acordado llegué al sitio 30 minutos antes de la hora convenida lo cual me
brindó la oportunidad de recorrer el atrio. Fue así como conocí interiormente
el conjunto colonial de la iglesia del centro de Azcapotzalco. Entiendo que en
la época prehispánica estuvo en este lugar el antiguo Gran Teocalli Tepaneca
dedicado a Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.
En
ese año 1970 no comprendí la grandiosidad de dicho conjunto pues contaba yo con
17 años de edad.
En
2022 (52 años después de aquel reencuentro con Mary) me asaltaron los recuerdos
y decidí volver a visitar el sitio, y me encontré con que el 7 de noviembre de
2019 lo erigieron en Diócesis de Azcapotzalco, siendo dedicada la Catedral a los
Apóstoles Felipe y Santiago (datos de la placa ubicada en el claustro). Por lo
anterior, la denominación quedó así: “Catedral de los Santos Apóstoles
Felipe y Santiago”.
Ahora,
con frecuencia y con mucha más calma recorro sus instalaciones.
Hace
unos días (10 de diciembre de 2023) me propuse dedicar al recorrido más tiempo
que el de costumbre con el propósito de “sentir” el conjunto.
Llegué
al mediodía. Al ingresar al atrio por la puerta principal (ubicada en Av.
Azcapotzalco) sentí que dejaba atrás de mí todo el bullicio que causa tanta
gente que transita por la calle, el ruido generado por los vehículos, la
contaminación y la alta temperatura ambiental, para introducirme en un mundo
silencioso y fresco.
Al
estar parado en la puerta de acceso al atrio la visión se me inundó de verdes,
azules, cafés, blancos y grises; todos ellos colores relajantes.
Los
espacios profundos me generan bienestar visual y mental, por eso, sí me es
posible, poso frecuentemente la vista en la bóveda celeste. Este efecto me lo provoca,
también, el atrio de grandes dimensiones, ya que las áreas son muy espaciosas,
y los planos de intercepción visual están lejanos.
Inicié
el recorrido por el andador principal (rumbo al portón del Templo) sintiendo
bajo la suela de mis zapatos las juntas irregulares de las piedras lajas negras
con que está acabado el piso del mismo. Los añosos y grandes árboles ubicados a
los lados del andador forman una valla y, aún más, algunos de ellos parecían
escoltarme. Las copas frondosas de los árboles arrojaban su sombra permitiendo,
por múltiples huecos, el paso de los rayos solares, que al llegar a las piedras
las salpican con innumerables puntos luminosos, dando la sensación de calidez
en la frescura.
Fotografía del andador
principal visto desde la puerta de acceso al atrio. 10 de diciembre de 2023.
Al
dirigir mi vista al oriente, al portón del Templo, recordé lo que decía Sor
Juana Inés de la Cruz en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” en el
siglo XVII respecto a que, al mirar cualquier elemento físico, las líneas
horizontales paralelas entre sí se deforman hacia un punto. Al voltear mi vista
hacia el nor-oriente, las líneas se deformaron hacia dos puntos. Al llegar al
final del andador principal quedé parado frente a la fachada del Templo y
observé que las líneas verticales se deformaron hacia un punto y al pararme
frente a la Capilla del Rosario las líneas horizontales se curvaron y dirigieron
a dos puntos. Y aún había vistas en las cuales las líneas se deformaban hacia
cuatro puntos o más. Ahora veía estos efectos que antes no los vi.
Al
recorrer los andadores secundarios fui observando las hojas de los árboles,
bajos y altos, que crecen en forma alternada sobre sus ramas, respondiendo a
leyes de la naturaleza para buscar la mejor posición para recibir los rayos del
sol, el agua de la lluvia y el aire. “Sentía” bajo mis pies las raíces que
crecen con el mismo diámetro de las copas para dar estabilidad a los mismos,
Cuando
me paré frente a la “Capilla del Señor de la Vida” (ubicada en la esquina
nor-oriente del atrio), que está pintada de color amarillo, empecé a notar un
aura (de la capilla) de color lila. Esta es una defensa de nuestro sistema de
visión para equilibrar la percepción de los colores, pues siempre se maneja con
colores complementarios entre sí.
Después
entré al Templo-Catedral y quedé extasiado con las ventanas-vitrales de Mathias
Goeritz ubicados en la zona inmediata inferior de la altísima cúpula, que es
muy hermosa; asimismo, quedé extasiado con los volúmenes espaciales. Este
recinto está diseñado, principalmente, para albergar la estatura espiritual de
los feligreses.
Fotografía de los interiores del Templo-Catedral, en la que se aprecian las ventanas-vitrales de Mathias Goeritz. 10 de diciembre de 2023.
A
través del “Paso del Peregrino” accedí al claustro. Es un cuadrángulo bordeado
por arquería (cuatro por lado, dos niveles) apoyados sobre columnas de fuste
liso y sección circular. Tiene sus fachadas y los pisos de los vestíbulos en
planta baja recubiertos con piedra laja rosa, y el piso del patio del atrio
está acabado con piedra bola. Al voltear la vista hacia los plafones de madera
(que supongo de cedro rojo) ubicados en los pasillos del claustro, observé que
hay partes en las que dicho plafón está muy maltratado, e incluso, algunos
tramos se han caído.
Apunte perspectivo del claustro, por Adrián González. 2022.
Entré
a la “Capilla de la virgen del Rosario”, a la “Capilla de San Francisco de
Asís” (en la cual se encuentra una pila bautismal de ónix, bellísima).
Durante
el recorrido por los exteriores e interiores del conjunto se puede observar que
todos los componentes sufren los estragos del tiempo. Es cierto que hay
edificios que cantan, que la arquitectura es música sólida y que las paredes
“chorreadas (patinadas)” lo son porque han “sudado” durante casi 500 años de
trabajo los minerales que los materiales contienen. Estos tres supuestos
aplican en este conjunto.
Al
finalizar el recorrido (había satisfecho cuatro de mis cinco sentidos: la
vista, el oído, el olfato y el tacto) fui
a sentarme un buen rato al “Paso del Peregrino” y al arriate en el cual me
senté por primera vez en 1970. Ahí empezaron a desfilar en mi mente los
diferentes espacios recién recorridos, y llegaron a mí un cúmulo de emociones
diversas. Me pregunté ¿cómo es posible que no apreciara antes todas las
bellezas que atesora este conjunto colonial construido como convento Dominico en
1565 por Fray Lorenzo de la asunción, y reformado en los siglos XVII y XIII?
Al
abandonar el sitio (ese mundo ordenado de cosas) y salir a la Av. Azcapotzalco
volví a la realidad…al mundanal ruido, de la contaminación ambiental y visual,
a ese mundo desordenado de cosas. Ya era tiempo ir a satisfacer mi quinto
sentido: el del gusto.
Siempre
que los recuerdos de 1970 me invadan, y desee poner paz en mi alma, volveré a
visitar y recorrer el conjunto de la “Catedral de los Santos Apóstoles Felipe y
Santiago”, pues me resulta terapéutico.