"UNA CARTA". RECUERDOS DE AZCAPOTZALCO


“UNA CARTA”

RECUERDOS DE AZCAPOTZALCO

 

Por Adrián González Cabrera

El verano de 1970 fue una estación muy calurosa, razón por la cual me encontraba ese viernes vestido con ropa ligera. Llevaba varios días inquieto pues algo en mí me decía que iba a llegarme una carta. Eran como las doce del día -hora en que el cartero, regularmente, pasaba por mi calle repartiendo la documentación postal- y me senté en una silla rústica (de asiento bajo y ancho, de tule tejido) junto a la puerta metálica de doble hoja por la cual se salía del patio de la casa a la calle. De repente… ¡sucedió!... escuché el silbato característico del servidor postal y simultáneamente unos golpecillos que el mismo asestaba con los nudillos de la mano derecha en la puerta metálica haciendo notar su presencia…gritó: “¡cartaaa!”

El sobre era de color blanco, la cara frontal mostraba: en la parte superior izquierda, en forma manuscrita y con tinta azul, los datos del remitente; al centro los del destinatario; en la esquina superior derecha dos timbres cuyo valor cubría los derechos de entrega del documento. Las dos estampillas tenían el sello correspondiente a la Zona Postal 17, a la cual correspondía la colonia San Álvaro.  En la cara posterior, el borde del doblez triangular con el que se cerraba el sobre, lo mismo que los timbres, seguramente habían sido humedecidos con saliva de ella para pegarlos. Leí el texto de la carta…

Julián:

¡Perdóname por lo sucedido hace una semana! Quiero explicártelo personalmente, ¿podemos vernos el próximo 28 de junio a las 3 de la tarde en la puerta del atrio de la Iglesia del centro de Azcapotzalco? No contestes mi carta. Ahí te esperaré.

Mary

El día acordado llegué al sitio 30 minutos antes de la hora convenida lo cual me brindó la oportunidad de recorrer el atrio. Fue así como conocí interiormente el conjunto colonial de la iglesia del centro de Azcapotzalco. Entiendo que en la época prehispánica estuvo en este lugar el antiguo Gran Teocalli Tepaneca dedicado a Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.

En ese año 1970 no comprendí la grandiosidad de dicho conjunto pues contaba yo con 17 años de edad.

En 2022 (52 años después de aquel reencuentro con Mary) me asaltaron los recuerdos y decidí volver a visitar el sitio, y me encontré con que el 7 de noviembre de 2019 lo erigieron en Diócesis de Azcapotzalco, siendo dedicada la Catedral a los Apóstoles Felipe y Santiago (datos de la placa ubicada en el claustro). Por lo anterior, la denominación quedó así: “Catedral de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago”.

Ahora, con frecuencia y con mucha más calma recorro sus instalaciones.

Hace unos días (10 de diciembre de 2023) me propuse dedicar al recorrido más tiempo que el de costumbre con el propósito de “sentir” el conjunto.

Llegué al mediodía. Al ingresar al atrio por la puerta principal (ubicada en Av. Azcapotzalco) sentí que dejaba atrás de mí todo el bullicio que causa tanta gente que transita por la calle, el ruido generado por los vehículos, la contaminación y la alta temperatura ambiental, para introducirme en un mundo silencioso y fresco.

Al estar parado en la puerta de acceso al atrio la visión se me inundó de verdes, azules, cafés, blancos y grises; todos ellos colores relajantes.

Los espacios profundos me generan bienestar visual y mental, por eso, sí me es posible, poso frecuentemente la vista en la bóveda celeste. Este efecto me lo provoca, también, el atrio de grandes dimensiones, ya que las áreas son muy espaciosas, y los planos de intercepción visual están lejanos.

Inicié el recorrido por el andador principal (rumbo al portón del Templo) sintiendo bajo la suela de mis zapatos las juntas irregulares de las piedras lajas negras con que está acabado el piso del mismo. Los añosos y grandes árboles ubicados a los lados del andador forman una valla y, aún más, algunos de ellos parecían escoltarme. Las copas frondosas de los árboles arrojaban su sombra permitiendo, por múltiples huecos, el paso de los rayos solares, que al llegar a las piedras las salpican con innumerables puntos luminosos, dando la sensación de calidez en la frescura.

Fotografía del andador principal visto desde la puerta de acceso al atrio. 10 de diciembre de 2023.

Al dirigir mi vista al oriente, al portón del Templo, recordé lo que decía Sor Juana Inés de la Cruz en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” en el siglo XVII respecto a que, al mirar cualquier elemento físico, las líneas horizontales paralelas entre sí se deforman hacia un punto. Al voltear mi vista hacia el nor-oriente, las líneas se deformaron hacia dos puntos. Al llegar al final del andador principal quedé parado frente a la fachada del Templo y observé que las líneas verticales se deformaron hacia un punto y al pararme frente a la Capilla del Rosario las líneas horizontales se curvaron y dirigieron a dos puntos. Y aún había vistas en las cuales las líneas se deformaban hacia cuatro puntos o más. Ahora veía estos efectos que antes no los vi.

Al recorrer los andadores secundarios fui observando las hojas de los árboles, bajos y altos, que crecen en forma alternada sobre sus ramas, respondiendo a leyes de la naturaleza para buscar la mejor posición para recibir los rayos del sol, el agua de la lluvia y el aire. “Sentía” bajo mis pies las raíces que crecen con el mismo diámetro de las copas para dar estabilidad a los mismos,

Cuando me paré frente a la “Capilla del Señor de la Vida” (ubicada en la esquina nor-oriente del atrio), que está pintada de color amarillo, empecé a notar un aura (de la capilla) de color lila. Esta es una defensa de nuestro sistema de visión para equilibrar la percepción de los colores, pues siempre se maneja con colores complementarios entre sí.

Después entré al Templo-Catedral y quedé extasiado con las ventanas-vitrales de Mathias Goeritz ubicados en la zona inmediata inferior de la altísima cúpula, que es muy hermosa; asimismo, quedé extasiado con los volúmenes espaciales. Este recinto está diseñado, principalmente, para albergar la estatura espiritual de los feligreses.


Fotografía de los interiores del Templo-Catedral, en la que se aprecian las ventanas-vitrales de Mathias Goeritz. 10 de diciembre de 2023.

A través del “Paso del Peregrino” accedí al claustro. Es un cuadrángulo bordeado por arquería (cuatro por lado, dos niveles) apoyados sobre columnas de fuste liso y sección circular. Tiene sus fachadas y los pisos de los vestíbulos en planta baja recubiertos con piedra laja rosa, y el piso del patio del atrio está acabado con piedra bola. Al voltear la vista hacia los plafones de madera (que supongo de cedro rojo) ubicados en los pasillos del claustro, observé que hay partes en las que dicho plafón está muy maltratado, e incluso, algunos tramos se han caído.


Apunte perspectivo del claustro, por Adrián González. 2022.

Entré a la “Capilla de la virgen del Rosario”, a la “Capilla de San Francisco de Asís” (en la cual se encuentra una pila bautismal de ónix, bellísima).

Durante el recorrido por los exteriores e interiores del conjunto se puede observar que todos los componentes sufren los estragos del tiempo. Es cierto que hay edificios que cantan, que la arquitectura es música sólida y que las paredes “chorreadas (patinadas)” lo son porque han “sudado” durante casi 500 años de trabajo los minerales que los materiales contienen. Estos tres supuestos aplican en este conjunto.

Al finalizar el recorrido (había satisfecho cuatro de mis cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato y el tacto)  fui a sentarme un buen rato al “Paso del Peregrino” y al arriate en el cual me senté por primera vez en 1970. Ahí empezaron a desfilar en mi mente los diferentes espacios recién recorridos, y llegaron a mí un cúmulo de emociones diversas. Me pregunté ¿cómo es posible que no apreciara antes todas las bellezas que atesora este conjunto colonial construido como convento Dominico en 1565 por Fray Lorenzo de la asunción, y reformado en los siglos XVII y XIII?

Al abandonar el sitio (ese mundo ordenado de cosas) y salir a la Av. Azcapotzalco volví a la realidad…al mundanal ruido, de la contaminación ambiental y visual, a ese mundo desordenado de cosas. Ya era tiempo ir a satisfacer mi quinto sentido: el del gusto.

Siempre que los recuerdos de 1970 me invadan, y desee poner paz en mi alma, volveré a visitar y recorrer el conjunto de la “Catedral de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago”, pues me resulta terapéutico.


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