EL AUGURIO
EL AUGURIO
Por Eduardo Resendiz Sánchez
Caminaba como todas las mañanas, antes de que saliera el sol, por las orillas del río.
Hacía un fresco aire de la mañana agradable, con las manos en la espalda meditaba los problemas de su pueblo y cómo resolverlos, absorto en sus pensamientos, oyó un ruido, vio cómo pasaba veloz una gorda y gigante víbora, se perdió en medio de los árboles.
Tezozómoc se quedó asombrado nunca había visto una así de ese tamaño… siguió su camino.
Cuando vio un cuervo que volaba encima de él, cayendo muerto a sus pies se hizo a un lado. Se preguntó “¿qué está pasando?”.
Sintió algo de temor, de repente del río salieron volando peces a sus pies.
Los vio: brillaban como si fueran de plata, con los primeros rayos del sol, volteaba para todos lados.
Miró a ver si alguien le jugaba una broma. Nadie estaba cerca.
Solo miro el sol calculando la hora del día – una ráfaga de aire le hizo cerrar los ojos y tirar las fruta de los árboles – volvió a repetir “¿qué está pasando?”.
Emprendió su camino de regreso. La gran señora, una de sus esposas, lo vio pensativo.
“¿Qué le preocupa mi señor?”.
Tezozómoc volteó a verla, le platicó a detalle lo que le había pasado —-- la gran señora lo miró con ojos interrogantes.
Preocupada le dijo “Mi señor ¿por qué no va a ver al gran brujo? que él le explique qué fue lo que vio”.
Tezozómoc volteo a mirarla preocupado. “Justo eso pienso hacer”.
Al otro día, temprano, estaba el gran brujo, anciano, con dos de sus aprendices.
Tezozómoc se paró enfrente de los tres, agachando la cabeza y mirando al suelo, porque no podían ver a los ojos al gran tlatoani.
“Vengan” les dijo, y los llevó al templo de oración donde sus criadas estaban haciendo el aseo.
Todas al verlo se hincaron, agacharon la cabeza y miraron el suelo --- “sigan con su trabajo hermanas” les dijo.
Tezozómoc se paró al centro de la habitación, les contó a detalle lo que le había contado a la gran señora. Los tres se miraban asustados, temerosos, desconcertados por lo que les había contado el gran tlatoani.
Los tres se apartaron del gran señor, se fueron a una esquina.
Tezozómoc miraba como alegaban y manoteaban al aire y hablan en voz alta.
Tezozómoc se acercó a ellos para ver qué pasaba. “¿Qué sucede?” les dijo con voz fuerte.
Los tres guardaron silencio, miraron al suelo.
“Gran brujo, ¿qué pasa?”
El anciano caminó dejando a los aprendices a sus espaldas.
“Mi señor, algo grave le va a pasar a tu pueblo”.
“¿Qué? ¿Qué dices anciano?”
El gran brujo miró al suelo, sacó un dios de piedra que traía en su morral, se lo enseñó a Tezozómoc, el dios de los sueños y de los augurios, que nos muestran el camino.
“El que nunca miente”.
“La víbora gorda y grande que viste es el mal que te persigue”.
“El cuervo que cayó muerto a tus pies…” el brujo guardó silencio y miró al suelo.
Lo miró Tezozómoc desconcertado “¿qué pasa gran brujo?”.
“Es es la destrucción de tu pueblo, gran señor”.
Al escuchar ésto, las mujeres que miraban todo lanzaron un: “ah ah ah” y empezaron a llorar.
Tezozómoc abrió los ojos, dio unos pasos atrás, se agarró la barba, se quedó pensativo.
“¿Qué pasa con los peces que brincaron a mis pies?”.
El anciano levantó los ojos y le dijo: “son tus guerreros que van a caer muertos a tus pies mi señor”.
“La ráfaga de aire que tiró la fruta de los árboles, son los dioses que te van a dejar solo, mi señor, el enemigo los va a destruir a todos. No va a dejar uno de pie”.
Tezozómoc con pasos lentos se recargó en la pared, la cabeza le daba vueltas, sintió que se desmayaba, el gran brujo fue corriendo a agarrarle para que no se cayera.
“¡Mujer! dame una jarra de agua” le dijo a una de las criadas.
“¡Mientes anciano!, ¡mientes!, ¡te voy a quitar la vida!” le gritó Tezozómoc.
El gran brujo levantó los ojos. Le dijo: “haz de mí lo que quieras, ya estoy viejo, el gran dios de los augurios nunca miente”.
Al otro día, Tezozómoc estaba en una canoa supervisando una fuga de agua del río, cuando vio que venía corriendo el mensajero y con él otros guerreros. Se pararon cuando lo vieron, se hincaron con una rodilla sin extender, mirando al suelo.
“Hablen” les ordenó Tezozómoc.
“Mi señor, llegó un mensajero mexica a declararte la guerra”.
“¿Saben los mexicas que con un pie los puedo aplastar?”.
Levantó los ojos el mensajero y le dijo a Tezozómoc: “Esta vez no vienen solos mi señor, vienen con el tlatoani de Texcoco y el tlatoani de Tlacopan”.
“¿Qué dices mensajero? ¿qué los tres contra el gran Tezozómoc, el imperio más grande de estos rumbos, el gran imperio del sol que con solo mover mi mano derrotó a cualquier pueblo?”
Estaba lleno de rabia, el mensajero lo miraba como gritaba y pataleaba.
“Gran señor, dijo el tlatoani de Texcoco que te arrancaría el corazón”.
En la noche, antes de dormirse, Tezozómoc miró al dios de piedra que había olvidado el gran brujo.
Lo agarró entre sus manos, le dio vueltas, murmuró: “Así que eres muy poderoso dios de los augurios”.
Lo arrojó con fuerza a la pared haciéndose pedazos.
“Ningún dios va a poder con el gran Tezozómoc, el señor de estos pueblos”.
En la noche soñó que los mexicas destruían la gran pirámide, símbolo del poder de los tepanecas, se robaban las piedras para construir una pirámide igual, en medio del lago donde tenían su pueblo los mexicas.
Llegaron unos extranjeros barbados, raros, blancos, de ojos transparentes, crueles, que destruían también esa pirámide, traían consigo un dios ensangrentado, de cara triste, ojos bondadosos con los brazos estirados, clavados en troncos de árbol, frente al que todos se hincaban.
Se levantó sudoroso lleno de espanto, se echó agua en la cara, se cruzó de brazos parado en la habitación. Se preguntaba ¿qué fue este sueño?, ¿es acaso un nuevo augurio la destrucción de mi pueblo?, ¿la muerte de los dioses de mis antepasados?, ¿va a venir un nuevo dios más poderoso?, ¿la pirámide la van a destruir?.
Preguntas que él mismo no podía contestar.
Al otro día cuando iba a hacer su recorrido por la orilla del río, se sorprendió al ver a muchos de sus guerreros parados a la orilla del río, y mujeres. Las mujeres se hinchaban y miraban al suelo, los guerreros levantaba su puño en alto mostrando un cuchillo, un arco, una lanza.
Gritaban: “¡Tezozómoc, Tezozómoc! gran señor a la guerra a la guerra”.
Venían tres mensajeros de diferentes rumbos.
Uno dijo: “Gran tlatoani, el señor de Cuautitlán me manda a decir que viene con su ejército a la gran guerra”.
Otro exclamó: “El gran señor de Coyoacán te manda este regalo”.
Le enseñó una flecha con la punta de oro, “también va a venir con su ejército a la gran guerra”.
El siguiente mensajero agregó: “Te saluda el tlatoani de Tizayuca, me dice mi señor que cuente con su ejército, él viene mañana”.
Una mujer del pueblo se acercó le dijo: “mi señor gran tlatoani, ¿a dónde vamos a ir con nuestros hijos cuando empiece la guerra?”
Tezozómoc la miró y le dijo: “Mujer ya di la orden que todas las mujeres se vayan al pueblo de Cuautitlán, y más lejos a donde están los cerros blancos, donde hace mucho frio, ahí no llegará el enemigo”.
Su mujer, la gran señora, se acercó, agacho la cabeza.
“¿Cuál es tu problema mujer?”.
Ella levantó la cara. “Mi señor, estoy embarazada”.
“Con este hijo que me das, ya son tres fuertes y robustos, uno va a ser mi heredero” le dijo Tezozómoc.
Se subió a la pirámide.
Desde ahí vio como las canoas traían al tianguis lechugas, calabazas, alfalfa, otros se veían sembrando maíz en la tierra, se escuchaban los gritos de los vendedores del mercado. Unos en sus canoas pescando, y más allá se veía los pueblos de Cuautitlán, Tizayuca, Coyoacán, los cerros blancos donde hacía mucho frío.
También distinguió el pueblo mexica en su isla.
En la noche se subió a las casas de oración, se quedo viendo las estrellas, como desaparecían unas y salían otras, la luna enorme y amarilla alumbraba todo el firmamento, se preguntó si ahí vivían los dioses antiguos.
Un aire refrescante se sentía en el ambiente, una lechuza blanca con sus enormes alas pasó cerca de él: vio cómo se perdía en los árboles y volvía a salir con un ratón en el pico.
Se sentó, le preguntó a los dioses: “Dios de la tierra, dios de la lluvia, dios del maíz, no me dejen solo en esta gran guerra, no dejen que nos venza el enemigo, no permitan que maten a nuestros hijos, a nuestros ancianos, a mi madre.
Se cruzó de brazos, estaba llorando en silencio.
Cuanto tiempo se pasó orando a los dioses, dando cabida a sus pensamientos, pensando en sus miedos, en la angustia que sentía el pueblo preocupado, en su mujer embarazada.
El dios de piedra que destruyó estaba cobrando venganza, a él y su pueblo, ¿por qué no cae un rayo y los destruye?.
Subieron a verlo sus guerreros, cada uno traía un ejército de mil hombres.
“Mi señor el gran tlatoani” le dijo uno, “aquí estamos para servirle”.
Tezozómoc les ordenó:
“Tú vete a Coyoacán, donde está la cascada, junta todas las piedras del río las más redondas y ligeras, llévate la gente que necesites”.
“Tú vete a Cuautitlán, tráete los árboles más grandes para hacer lanzas y flechas”.
“Tú eres el más rápido, vete a ver a los artesanos, que te hagan dardos con veneno de víbora.
Cuando salía dos guerreros le taparon el paso y le mostraron: “mi señor, ésto le vamos a hacer a los enemigos”.
Soltaron la víbora de cascabel, con una de sus lanzas le clavaron la cabeza lanzando un grito: “¡A la guerra mi señor!”.
Tezozómoc subió corriendo las escaleras de la pirámide, detrás del guerrero con el caracol en la mano, y la gran señora.
Se oyó el caracol, todos se quedaron parados mirando a Tezozómoc. Alzando la lanza todavía con la víbora moviéndose les dijo: “¡La guerra que viene vamos a ganar, vamos a ganar!”.
La lanza subía y bajaba de sus manos.
El pueblo alzaba lo que tenía a la mano: piedras, lanzas, arcos, flechas, escudos.
Gritaban: “¡Guerra, guerra, Tezozómoc, Tezozómoc!”.
La gran señora le puso un arco y flechas en la mano.
En la madrugada estaba mirando al horizonte. Se preguntaba ¿cuándo atacarán?, ¿cuántos serán?, ¿por qué los mexicas lo traicionaron?, a ese nuevo dios ensangrentado, el que vio en sus sueños, ¿le van a brindar culto los extranjeros y los mexicas?.
Ya casi amanecía cuando una flecha cayó a sus pies. Volteó a ver de dónde venía. Un ejército enorme parecía un gusano gigante de tantos hombres que eran, todos venían en fila.
Se dio la vuelta para avisarle a su ejército, el enemigo ya estaba cerca, oyó a su espalda una voz que le gritaba: era el tlatoani de Texcoco: “¡Tezozómoc, te voy a sacar el corazón!”.
Corrió.
Se paró a ver que había en el suelo donde pisaba. Eran los pedazos de piedra del dios de los sueños y augurios.
Todavía no baja el tercer escalón…cuando una lluvia de flechas caía sobre su espalda.