LOS REYES LLEGARON A SAN JUAN TLILHUACA
LOS REYES LLEGARON A SAN JUAN TLILHUACA
Por Raquel
Rodríguez Sandoval
Mi tío Humberto
cumplía años el 4 de enero y siempre hacia una fiesta para celebrarlo, así que
el día cinco todos íbamos al "recalentado", y ese día en la noche mis
tíos y primos mayores nos decían que tenía que llevarle la carta a los Reyes, y
no importaban nuestros argumentos, jamás nos quisieron llevar, porque nos
decían que la fila era muy larga, qué nos teníamos que dormir temprano y que ni
se nos ocurriera intentar verlos, porque entonces ya no nos dejarían nada.
Mi primer
regalo de los Reyes Magos llegó hace 50
años.
Si, era un enorme
carro anaranjado el "Correcaminos", tenía solo 6 meses de edad y el
carro era de pedales, así que duró muchos años.
La casa de mis abuelitos maternos tenía salida hacia la calle de Francisco Sarabia y la de mis papás hacia Maclovio Herrera, (San Juan Tlilhuaca), a la mitad del predio había una rampa por la que nos deslizábamos con los juguetes que nos traían los "Santos Reyes".
Por ahí pasaron
carros, avalanchas, bicicletas, patines, pelota, tractores, triciclos, etc. Y
todos íbamos sin cascos, coderas o rodilleras y afortunadamente nunca, ni mis
primos, ni mis hermanos o yo nos rompimos un hueso en nuestra infancia.
Claro que también
recuerdo mis muñecas, trastes, mi planchita que si servía, en una ocasión planchando un fajero de mis
hermanos por estar platicando con mi mamá, lo quemé.
Esa sensación de
despertar para ver lo que nos habían traído los Reyes era hermosa, destaparlos,
tocarlos, verlos, escucharlos, olerlos, hasta este momento disfruto muchísimo
del olor a plástico nuevo, porque así olían mis juguetes.
Fuimos un total
de 39 primos, así que cuando mis abuelitos se mudaron a su nueva casa en la
colonia Tierra Nueva la mayoría de los primos íbamos a partir las roscas con
ellos, a mostrar nuestros juguetes y por supuesto a jugar, y no faltó el que
nos contó que los escuchó y hasta alcanzó a ver la corona o la capa.
Los juguetes eran el pretexto para salirnos a jugar al patio, a la privada o definitivamente a la calle, solo teníamos prohibido meternos al jardín.
Jugábamos a la
ollita, quemados, escondidas, coleadas, si esas de las que el último de la fila
salía disparado. En el fútbol no importaba si el marcador era 18 a 5, al final
"gol gana", béisbol, carreritas, stop (el de declaro la guerra a mi
peor enemigo que es "nombre de un país previamente elegido" y salir
corriendo). La consigna era "no importa lo que te pase, no podías llorar,
porque si llorabas te metían y ya no te dejaban seguir jugando", así que
aprendimos que a las rodillas raspadas solo hay que echarles saliva, soplar un
poco y seguir jugando.
Conservemos esa
inocencia en las nuevas generaciones. 🤴🤴🤴
Amables lectores, ¿ustedes recuerdan el
juguete que más les gusto, regalo de los Reyes Magos?
(Imágenes de internet)