LA CRÓNICA DE UN CRONISTA (PARTE 1)

 LA CRÓNICA DE UN CRONISTA…

RECUERDOS, ANÉCDOTAS E HISTORIA DE MI VIDA

 


Por Juan José Téllez Correa


 PRÓLOGO


Muchas veces, el individuo quiere dejar un legado y testimonio para las nuevas generaciones como un recuerdo relatando la historia de su vida con recuerdos y anécdotas que vivió durante su estancia en este mundo. Por lo tanto, he decidido escribir los acontecimientos vividos durante toda mi vida ahora que tengo aún memoria para emprenderlo.

 

Es en realidad un testimonio personal desde mi infancia hasta éstos momentos lúcidos que poseo todavía a pesar de mi edad ya avanzada (71 años) por lo que creo conveniente darlo a conocer para mi familia, hijos, nietos y amigos que siempre me han acompañado. La idea de hacer esto, nació hace algunos años atrás y a sugerencia de mis amistades que por haber vivido muchas situaciones que la vida me ha presentado sin buscarlas y también por haber vivido experiencias diversas no tan usuales ni comunes, me han persistido a que lo plasme en este escrito como una autobiografía. Conforme me vaya acordando lo voy escribiendo.

Tal vez en algunas partes de mi escrito, podía no haber secuencia cronológica pues van surgiendo detalles que luego recuerdo en ese momento, pero trataré de hacerlo por etapas ya que, en mi caso particular, han sido tantas las vivencias que tal vez se me pase o por el momento, no recuerde.

 

Cabe señalar, que todo individuo tiene una historia que contar, ya sea muy pacífica o muy dinámica por las circunstancias en la que se ha desarrollado en su entorno lo cual, influye mucho la familia y lo social en la que se ha creado. Habrá éxitos y desavenencias en el camino de su vida por la que ha transitado.

 

Bien, pues comencemos esta aventura real que conocerán de lo que he vivido…

 

 NACIMIENTO Y ORÍGEN


Corría el año de 1953 cuando en un pueblo histórico llamado Otumba, de Gómez Farías (Otompan que significa, “lugar de Otomíes”), Edo de México, nacía un pequeño varón en una casa ubicada en la calle 5 de Mayo No. 1. Eran las tres horas de la madrugada cuando la matrona del parto dijo: - ¡Es un niño…! Mi madre me abrazó con ternura y amor. Era el tercer hijo procreado de don Agustín Téllez García y de doña Soledad Correa Pérez.

 

Déjenme decirles a propósito, que fuimos cinco hermanos en total del matrimonio de mis padres y lo curioso de esto, es que mis dos hermanos varones mayores, se llevaban un año siete meses de diferencia en la edad solamente y los menores, un varón y una hembra, se llevan dos años y meses de diferencia de edad entre ambos, casi lo mismo que mis hermanos mayores. Ellos (los menores), nacieron ya en la Ciudad de México. Ahora bien, entre mi hermano que seguía antes que yo (pues falleció muy joven), habían pasado seis años para nacer yo y, en el caso de mis hermanos menores, yo le llevo también por coincidencia, seis años de edad. Por lo tanto, dejo de hincapié que yo fui “el sándwich” de mis hermanos respecto a la diferencia de edades.

Entre mis hermanos mayores por ser casi de la misma edad, se llevaban bien, o sea, eran pareja de hermandad y los menores, lo mismo a pesar que la más chica es mujer.  Pero lo más curioso del caso es, que mi madre me dijo que cerca de un año antes de que yo naciera, había nacido un varón, pero desdichadamente no se logró y esto significaría que yo también hubiese tenido mi pareja de hermano y casi también de la misma edad. En verdad muy curioso todo esto.

Ahora va otra, mis hermanos mayores eran parecidos físicamente, de tez blanca, sanos y fuertes y los menores, son totalmente blancos, güeros y ojos de color, mi hermano con ojos azules muy profundos y mi hermana, de ojos verdes también profundos y eso es de herencia por mi abuelo de lado materno era de ojos azules según mi madre me platicaba y mi abuela, de tez morena y nacida en Chihuahua.

De parte de mis abuelos paternos, mi abuelo llamado Agustín Téllez Ramírez era de tez morena y de grandes bigotes nacido en Relinas, Edo. de Hidalgo en 1875 aproximadamente, y mi abuela María del Consuelo García Espejel, blanca, güera y ojos verdes nacida en 1901 en Santa Bárbara un rancho colonizado por franceses cuando la guerra del 5 de Mayo de 1862 en Puebla y muchos de ellos se establecieron en varios lugares del país. Hasta la fecha de hoy, Santa Bárbara, existen la mayoría de su población, blancos, güeros y de ojos de color.

 

Bueno, regresemos a mi infancia. Como les decía, nací en casa ya que usualmente se nacía en el hogar con la ayuda de la famosa “espanta cigüeña” que así se les nombraba a las mujeres que ayudaban al parto y, además, no había sanatorios como en la ciudad de México. La casa de mis padres en donde abrí los ojos al llegar a este mundo, era una casa muy grande y antigua tanto así, que está considerada como casa colonial puesto que está edificada a un costado de la parroquia llamada Inmaculada Concepción la principal del pueblo en el mero centro del mismo. Dicha casa, fue construida en el siglo XVI por los años de 1537 aproximadamente y sobre el basamento del templo prehispánico Otomí junto con la Iglesia simultáneamente ¿se imaginan? 16 años después de la conquista y aún perdura y está habitable y se considera una de las primeras casas construidas por los Franciscanos.

La recuerdo bien como era antes que fuera remodelada por los nuevos dueños. Sus paredes eran gruesas de unos .45 cm. de ancho, los techos, muy altos de bóveda catalana atravesados con gruesas vigas, piso de ladrillo de barro cocido, tres grandes espacios que servían de sala, comedor y recámara todo comunicado por dentro, un cuarto más pequeño que daba al balcón de la fachada y que era de mi abuelo como una especie de estudio. Al fondo del comedor y del lado izquierdo atravesando una puerta, se entraba a la cocina. Ésta, era muy amplia y tenía cuatro grandes hornillas de carbón sobre una de las paredes y debajo de cada una de éstas, una bóveda para guardar la leña. Haciendo escuadra, una especie de mesa de adobe, piedra y estuco, pero forrada de cemento. Después enseguida, otra salida sin puerta que daba continuación hacía la “cocina de humo”, en el centro y al piso, un redondel grande con ladrillos para hacer las tortillas hechas a mano y en una de las esquinas de dicha cocina, un horno cónico de leña en donde se hacía el pan. Otra angosta puerta, de ahí, se salía hacia el corral. Todo esto, era el interior de esa parte de la casa.

Por supuesto había dos puertas que salían al exterior de aquellos grandes cuartos para salir al pasillo que se encontraba entre la construcción y el jardín en donde en este había higueras y árboles frutales como manzana, pera y granada, así como una gran variedad de flores y hierbas medicinales. El piso exterior de toda la casa, estaba forrada con piedras de río. Antes de seguir describiendo el interior de la casa, permítanme decirles sobre la fachada y la entrada principal de la casa.

La casa es de dos plantas, planta baja y planta alta. En la fachada, se aprecia del lado derecho, una ventana con balcón que es precisamente el cuarto de mi abuelo don Agustín Téllez que describí en líneas anteriores. Esta ventana se encuentra más arriba de las puertas y el portón principal a pesar que estamos hablando de la planta baja del inmueble y esto tiene su porqué; cuando hablábamos de la construcción de esta casa, dijimos que estaba construida en parte del basamento prehispánico del templo Otomí. La prueba está que al observar la iglesia de frente, ésta se encuentra en lo alto y para poder entrar al atrio, se tienen que subir como quince escalones por lo tanto, para ir hacia la casa, dobla uno la esquina (calle 5 de Mayo) y tiene un declive hacia arriba por lo que demuestra que la casa está edificada sobre dicho basamento y al nivel de la iglesia.

Regresemos a la fachada y entrada de la casa. A cada lado del portón principal, dos puertas, una, que le llamaban la “carpintería “y la otra, la “bodega” supongo que ésta era para el forraje de los caballos. Tanto las puertas laterales, así como el portón, eran de madera gruesa y claveteada con clavos de forja. La cerradura, una chapa de hierro y la llave de la chapa tan grande que medía como .25 cm. de largo y también hecha de forja. El dintel del portón tiene labrado sobre piedra de cantera, unas flores talladas a mano que son las mismas que tiene la entrada principal de la iglesia por lo que comprueba que ambas construcciones fueron realizadas al mismo tiempo con la mano de obra de los indígenas y supervisados por los padres Franciscanos. Al entrar, un espacio para la cochera en donde entraba el carruaje y para dirigirse hacia los cuartos ya descritos, se tenía que subir por el lado derecho por unos escalones pues ya sabemos que estaba en alto la planta baja por lo del basamento prehispánico.

Ahora por el lado izquierdo, se entraba a la otra parte de la casa al que la llamaban “la casa chica” y allí se encontraba el bebedero para los caballos y más adelante se llegaba al corral nuevamente por este lado. Precisamente como a la mitad del corral y del lado derecho, se encontraba el baño que era una letrina con dos agujeros y con base de madera así es que un par de personas simultáneamente podían hacer sus necesidades biológicas una al lado de la otra si así quisiesen. Al otro lado de dichas letrinas estaba el baño de temazcal, pero colonial, era un cuarto de dimensiones medianas y que en la parte de abajo a su alrededor, una ranura longitudinal con una canal por donde se vertía el agua sobre piedras y tezontle caliente para producir vapor. Prácticamente era un baño de vapor, pero colonial basado en los principios del verdadero temazcal prehispánico. Curioso ¿verdad? Caminando hacia el fondo, nos volvemos a encontrar con la puerta que da para la cocina de humo ya descrita.

Regresemos al lugar en donde están los bebederos de los caballos. Frente a éstos, una escalera en escuadra de piedra y estuco que da hacia la parte de arriba de este lado de la casa con dos cuartos grandes y unas ventanas con balcón que dan hacia el exterior de la calle. Volviendo a bajar por las escaleras y a mano derecha otro cuarto con una pequeña ventana ojival que daba hacia el corral. Caminado un poco más, un cuarto pequeño y bajando un par de escalones un cuarto bastante grande al que llamamos la “carpintería” ya visto por dentro.

Saliendo de esa parte de la casa y en la cochera de la entrada, se pasaba a un cuarto también bastante grande dividido por media pared a la que le nombraban la “bodega”. Había unas escaleras donde conducía a la parte alta de la casa descrita al principio y en la cual existen dos cuartos también muy grandes con ventanas, pero sin puertas ya que estos eran los graneros. Al fondo del jardín y en la esquina, estaba una gran pileta y al lado, su tradicional pozo acuífero. A mí me llamaba mucho la atención que en la parte de arriba del pozo, estaba un glifo prehispánico tallado en cantera mas no recuerdo bien su imagen ni tampoco, su significado. Repito, todas las puertas y ventanas estaban hechas de madera y eran originales, así como el grosor de las paredes de toda la casa.

Ésta es la descripción a groso modo de la casa en donde nací y la describo casi con detalle porque estoy orgulloso de haber nacido en ese poblado tan histórico y en esa gran casa colonial.

 

Ahora, les cuento que nací allí y dejaron enterrado mi ombligo como era la costumbre en el jardín del huerto. Me registraron el día 28 de marzo de 1953 o sea, a los 19 días de haber nacido según las actas del Registro Civil de esa entidad de Otumba y bautizado en la Parroquia de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, a los 11 meses de nacido, nos fuimos a vivir a la Ciudad de México. Y la pregunta sería… ¿cómo recuerdo con detalle la casa en donde nací? Pues sencillamente la casa se conservó muchos años después a pesar que toda la familia Téllez junto con mi abuela María García Espejel ya viuda, también se asentaron en la ciudad. La casa se dejó a cargo del que era el mayordomo de mi padre y abuelo para conservarla limpia y con mantenimiento, pero al paso del tiempo, quedó abandonada como veinte años y era cuando íbamos a darle sus vueltas y pagar el predio y es por ello que la recuerdo bien hasta el día en que mi padre la vendió. Ahora solo se conserva nada más la tercera parte de lo que fue toda la casa y que algún día relataré que pasó con esta propiedad.


 MI INFANCIA

MIS PRIMEROS DIEZ AÑOS DE MI VIDA


Nos trasladamos a la gran capital, la Ciudad de México. Fue en la Colonia Guerrero en el mes de febrero de 1954 a un edificio de la época de los años treinta o cuarentas ubicado en la calle de Sol No. 66 depto. 62 casi esquina con calle Lerdo. Una colonia popular pero histórica ya que fue una de las primeras colonias (barrios) que se hicieron fuera del llamado “primer cuadro de la ciudad” fundadas durante el siglo XIX. Su traza abarca parte del barrio prehispánico de Cuepopan.

A partir de 1874, año de su formal inauguración, la colonia Guerrero creció demográficamente de manera explosiva; es notorio que desde el ex convento de San Fernando hacia el Norte, Oriente y Poniente, no existía ningún edificio, y los pocos habitantes que había eran los religiosos que ocupaban el entonces convento sin embargo, en el periodo de trece años, se construyeron cerca de 1200 edificios en las cuatro avenidas principales: Guerreo, Humboldt, Soto y Zarco, y en las transversales de Oriente a Occidente: Mina, Violeta, Magnolia y Mosqueta. Se calcula una población de ese entonces de 15,000 habitantes.

Durante muchos años Guerrero fue una colonia tranquila. Al iniciarse el siglo XX y aparecer los tranvías eléctricos, dos líneas ofrecieron servicio: la San Juan-Lerdo y Zócalo-Guerrero.

A raíz de la construcción ferroviaria de la Estación de Buenavista en 1873, el desarrollo floreció comercial y culturalmente y, por ende, atrajeron a personas de diversas partes de la ciudad y del país.

 

A partir que tuve uso de razón (por cierto, a muy temprana edad) afortunadamente, recuerdo muchas cosas de mi infancia. Por ser una colonia popular y céntrica, muy cerca de los grandes centros nocturnos, cabarets, el famoso Tenampa, carpas, teatros y salones de baile, mucha gente icónica y reconocida como actores, actrices, cómicos y personajes populares de los años 40´s. y 50´s vivieron y trabajaron allí en esta colonia. Por lo tanto, tengo muchos recuerdos de aquellas gentes y personalidades de la época.

Allí conocí personalmente a gente de la talla de: Acerina de la orquesta de Acerina y su Danzonera, cubano él quien tenía aparte de su orquesta un negocio de pescado por el rumbo del mercado Martínez de la Torre y cada vez que pasábamos mi padre y yo, Acerina saludaba a mi padre y a mí me daba la mano el cual me daba miedo ya que eran largas y negras, pero con las palmas muy blancas, lo recuerdo. Pero eso sí, siempre con collares, anillos en casi todos los dedos y esclavas de oro y su peculiar sombrero con pluma y un clavel natural como fistol en su saco brillante. De igual manera, con el deportista el ex campeón de lucha libre; Bobby Bonales que tenía en las calles de Camelia, un negocio de venta de radios y tocadiscos nuevos y cada vez que pasábamos de nuevo con mi señor padre, no deteníamos en su negocio, Bobby siempre estaba sentado en un banco afuera de su local y me cargaba sobre sus piernas al que también le tenía miedo porque tenía unas manazas (manos grandes), corpulento con cuello muy ancho y cuadrado pero sobre todo, su frente lleno de verrugas de las cicatrices provocadas por la lucha y aún más todavía, por sus orejas ya que en una la tenía como una coliflor y la otra, de plano ni tenía.

A él fue que mi padre le compró nuestro primer tocadiscos tipo maleta marca Admiral de Alta Fidelidad y nuestro primer disco para estrenarlo fue un Long Play de 33 RPM del grupo norteamericano, Los Platters. Esto fue en el año de 1959 y por supuesto, también nuestro primer disco de Rock And Roll, Los Rebeldes del Rock con su éxito: “La Hiedra Venenosa” …

Hablando por cierto de Rock And Roll, recuerdo que mis hermanos me llevaban a las famosas “tardeadas” del rumbo. A pesar que aún era pequeño, casi siempre los acompañaba ya sea para no llegar tarde a casa a pesar de que las “tardeadas” empezaban entre 4 y 5 de la tarde y terminaban cuando mucho, a las 8 de la noche. No se bebía alcohol ni mucho menos se consumía ningún tipo de droga (aunque sí se conocía la mariguana, pero solo la usaban gente adulta de bajo nivel y los soldados) pero si se fumaba tabaco entre los jóvenes, pero eso sí, a escondidas de los mayores por respeto y estar prohibido por los padres. En esa época se oían hablar de grupos recién conformados como los “Tedy Bears” que después se llamaron Los Ovnis y que actualmente siguen vigentes por cierto y eran precisamente de la colonia Guerrero al igual que otros grupos conocidos e incluso, tal vez me tocó a ir con algunos de ellos para oírlos ya que tocaban en las casas de los amigos y haciendo sus “pinitos”.

En este aspecto, solo daban refrescos como bebida (alguno que otro y como cosa rara y atrevida, se llegaba a tomar un poco de alcohol, pero muy discreto pues los papás en donde se realizaban dichas tardeadas, estaban atentos a esto), se daba de comer sándwiches, melón con helado, paletas de dulce que por cierto recuerdo como anécdota que los que no llevaban pareja, el joven que disfrutaba su paleta (marca Charms, recuerdo), le ofrecía de su dulce a una chica y si ella aceptaba, era indicio que podía bailar con ella e incluso, podía ser hasta su novia. ¡Qué inocencia! ¿Verdad? Pero al mismo tiempo, era emocionante.

También recuerdo que por supuesto no se podía fumar ante la gente mayor como ya lo he descrito líneas antes y también recuerdo que hubo ocasiones en que algún joven deambulando por la calle, encendía un cigarrillo (discretamente) y si se topaba con una persona adulta y éste lo sorprendía, le daba una fuerte bofetada haciendo que tirara su cigarro aunque no fuera de la familia o conocido y cuidado que el joven aludido, reclamara por esta vergonzosa acción pues aparte sería acusado a sus padres y le iba peor y estoy hablando de jóvenes entre los 16 a los veintitantos años de edad, había mucho respeto. Yo a la edad de 7 u 8 años, llegué a comprar mis cigarrillos (unos de marca Alas sin filtro) y esa vez fui a la tienda so pretexto que eran para mi padre ya que, de otra manera, pues no me los venderían. Me acompañó esa vez mi buen amigo y vecino del edificio en dónde vivíamos dicho amigo se llama Rubén Alvarado y era hermano precisamente del que después fue jugador profesional de foot ball del equipo de la Universidad y después del equipo del Puebla y también fue de la Selección Nacional en los años 70´s en el mundial su nombre: Juan Alvarado “El Pecas Alvarado” muy conocido, por cierto. Rubén era más o menos de mi edad y Juan de la edad de mis hermanos mayores

Pues bien, después de haber comprado mis cigarrillos, Rubén y yo nos fuimos rumbo a la Iglesia de “Los Ángeles” (era un domingo) precisamente para fumar. Nos dimos una buena mareada pero la acción ya estaba hecha y los guardé en mi chamarra de la escuela. Al siguiente día, me fui a la escuela de paga, esta era de monjas e iba yo en tercer grado dicho colegio se llamaba también “Los Ángeles” y está ubicada en la calle de Félix U. Gómez allá por el jardín del mismo nombre. Ese día no me llevé mi chamarra escolar y mi madre al recogerla para colgarla, los cigarros cayeron al suelo. Cuando regresé a casa, mi madre muy molesta me reclamó obviamente y preguntó de quien eran estos cigarros el cual yo para salvarme, le dije que eran de Rubén y me dijo que en cuanto llegara mi señor padre, me acusaría. Yo me espanté por supuesto.

Cuando llegó mi padre, me mandó a llamar para que le explicara que por qué tenía esa cajetilla de cigarros y de quien eran yo muy temeroso, le contesté lo que le dije a mi madre, que eran de Rubén. Para mi sorpresa, mi padre solo me aconsejó que nunca lo volviera hacer pues aparte era yo muy pequeño para estas cosas. Sin embargo, al pobre de Rubén, le dieron una paliza ya que se oía todo pues su departamento en donde vivía, solo los separaba la pared. ¡Pobre cuate!

 

Así como éstas anécdotas descritas, hay muchas que relatar en cuanto a mí me concierne. De igual manera, hubo una época en esos años de los cincuentas en que los jóvenes buscaban su libertad y forma de expresarse ya que no querían ser los “adultos chiquitos” el cual se estilaba en esos años, pero la influencia estadounidense a través de la música y el nuevo estilo de vida, hizo que aquí en México se obtuviera esa libertad para los jóvenes y esto fue gracias al Rock And Roll que cambió todo y fue el parte aguas de mediados del siglo XX. Tal vez por todo esto, me gusta el Rock And Roll de los 60´s. hasta la fecha. Más adelante relataré como fui conociendo a los grupos e integrantes originales de esta maravillosa época.

La forma de actuar, de vestir y nuevas experiencias hicieron que la mentalidad y la moda cambiara. A los padres no le quedó otra que asimilar estos cambios, sin embargo, todavía había el respeto e inocencia.

 Regresando un poco de la vida en esos años de los 50´s. en materia de los artístico, hubo tantos personajes que vivieron en esta antigua y popular colonia que sería un poco difícil recordar a todos, pero los que yo recuerdo perfectamente y me tocó vivir personalmente fueron varios. Así como el gran cubano Acerina y el ex luchador profesional Boby Bonales que ya dije, hubo otros más como Eduardo Manzano “El Polivoz” quien vivía en la calle de Lerdo muy cerca de donde vivía. Recuerdo que los domingos, mi madre me llevaba a misa precisamente en la Iglesia de Los Ángeles y de rigor, me compraba mi cuento de Walt Disney y mi paleta de hielo grande que costaba 10 centavos ya de regreso a casa y dicha paletearía se encontraba debajo de dónde vivía este afamado cómico que mientras yo comía mi deliciosa paleta, mi madre se ponía a platicar con la mamá de Eduardo Manzano, eran amigas. A la señora la recuerdo muy bien; era alta, gordita y me impresionaba al igual que mucha gente supongo, era la forma de maquillarse. Antes se usaba mucho el maquillaje en polvo y el rubor (en las mejillas) también en polvo pero todo esto un poco exagerado o sea, se le veía su rostro casi blanco y los cachetes, muy rosados de igual forma, grandes pestañas postizas y sus cejas, pintadas con rímel color negro muy grande y le daba como vuelta como una especie de espiral estilizado por lo que ahora deduzco que su hijo Eduardo se inspiró en esto para que su compañero Enrique Cuenca interpretara el famoso personaje de “Ahí Madre…” en algunas cápsulas televisivas que le dieron mucha fama. Por cierto, antes de terminar este capítulo, he estado buscando a este gran actor a través de su hijo Eduardo Manzano Jr. quien he estado en pláticas para poder hablar con él y recordar algunos episodios de nuestro terruño ya que sé que conserva la casa de Lerdo y va muy seguido (fines de semana) a pernotar ahí y visitar a viejos amigos según tengo entendido. Ojalá lo llegue a realizar y si es así, lo integraré en este espacio.

También me acuerdo que su compañero Enrique Cuenca, lo veíamos que pasaba por él (con Eduardo) en un convertible ya viejo por cierto y siempre andaba con una chamarra de piel color negra pero desgastada y ya casi sin color y era muy delgado y cabello chino y este detalle se lo platiqué a Enrique Cuenca en Aguascalientes pues vivimos en ese hermoso y tranquilo lugar durante 10 años mi esposa y yo a través de los años y cuando esperaba mi turno con mi buen amigo pedicurista de Dr. School (muy bueno, por cierto) salía Enrique junto con su esposa y su pequeña hija del cubículo para que entrara yo e hicimos la plática, todo bien hasta ese momento. Él andaba en esos lares ya que tenía un espectáculo en el palenque junto con su última esposa, joven, por cierto. A él le interesó mucho la plática que realizábamos cuando le recordé aquellos momentos de sus inicios con Eduardo, pero al tocar ese punto de cómo vestía (pues así lo recordaba pues), sentí que se molestó y pidió su cuenta rápidamente para alejarse de inmediato del lugar. Tal vez no le gustó que haya tocado ese punto o su ego no le permitió aceptarlo. Bueno, ese fue la única vez que lo traté en persona.

 Volvamos a mi niñez en los todavía años 50´s. Enfrente del edificio de donde vivía, estaba la casa de los Capilla, si, precisamente de Joaquín Capilla quien fue ganador de la primera medalla de oro en clavados en las Olimpiadas de 1954 me parece. Bueno, ahí vivía su familia y yo lo llegué a conocer una sola y única vez cuando visitó a sus padres. Recuerdo que era un terreno muy grande y parece que la familia se dedicaba al ramo de la construcción de carreteras o algo así ya que tenían varios trascabos grandes allí guardados. También tenían un árbol gigantesco en donde mis hermanos y unos amigos, cazaban tortolitas con resortera o rifle de municiones que tenía mi hermano Raúl marca Mendoza, por cierto. Había dos clases de municiones, unas hechas de plomo y otras de acero que eran más caras. Después de haber derribado una avecita de éstas, se la llevábamos a mi abuelita paterna para que la guisara, ja ja… ahí fue que comí por primera vez una tortolita. Ahora que pasé no hace mucho tiempo, ese lugar ya no existe, ahora es un conjunto de casas al parecer del Infonavit.

 En el multicitado edificio, vivió otros personajes como Rosita Quintana (en el segundo piso, el edificio era de tres pisos) vivía al parecer sola y a mi madre le daban celos ya que ella (Rosita, joven y muy bella, por cierto) le aventaba los “canes” como vulgarmente se dice en el argot a mi señor padre ya que él no era mal parecido a pesar que ella con nadie hablaba normalmente. Otro muy conocido también, “Margarito” el enanito que siempre llevaba su guitarra. Cuando lo veía, no entendía bien su apariencia ya que a pesar que estaba joven (bueno, era mucho más grande de edad que mis hermanos mayores por supuesto) como de unos 25 años más o menos le calculo en ese tiempo, lo veía de mi tamaño por la estatura, pero sus facciones eran más de joven adulto y no de niño como yo creía.

 Y otra cosa que no me lo van a creer, conocí personalmente a don Agustín Lara “El Flaco de Oro” y en su casa, la historia es esta: en las calles de Magnolia si no me equivoco, vivía un sastre (cabe señalar que en todo ese rumbo, existían muchos sastres así como zapateros quienes realizaban los trajes para los artistas y fabricaban los zapatos hechos a mano) que por más que trato de recordar, no recuerdo su nombre ahorita pero él era el sastre oficial del maestro Lara quien le hacía todos sus trajes (supe que Agustín Lara, también vivió en la colonia Guerrero después de haber vivido en el centro de la ciudad) y que por cierto, este maestro fue el que me hizo mi traje de la Primera Comunión.

Pues resulta que en un par de ocasiones (al menos conmigo), dicho maestro sastre, le pidió a mi papá que si lo llevaba a la casa del músico poeta Lara pues mi padre en ese tiempo poseía un auto marca Pontiac modelo 1952 y era para probarle algunos trajes que le estaba realizando. Ya en ese tiempo don Agustín vivía no sé si en la colonia Nápoles o la Condesa, pero si recuerdo perfectamente su casa. Era de estilo de los cincuentas modernos, una gran sala con sillones muy grandes y aterciopelados color rojo carmesí que, al sentarme, mis piernas me quedaban colgando por dos motivos obvios, estaba yo pequeño y los muebles de la sala, grandes. Mi papá me decía: - ¡Mira hijo, tú estate aquí sentadito y no te muevas por favor…si papá!, le contestaba. En la propia sala, estaba un gran piano color blanco y muchas lámparas muy bonitas. Al poco rato, se veía bajar a don Agustín con una bata de seda, muy serio y delgado. Se nos quedaba viendo y el maestro sastre después de saludarlo, empezaba a ponerle el saco aún sin mangas todavía para prenderle agujas en su talle corporal, era cosas de minutos nada más. Él siempre con una copa y su cigarro. Uff… que delicia haberlo conocido. Yo sabía de quien se trataba ya que en esa época se oía mucho sus canciones y tenía un programa de televisión con Pedro Vargas.

 Respecto a los grandes salones de baile estaba el famoso Salón Los Ángeles en donde veíamos entrar a muchas personalidades, sobre todo, los fines de semana incluso, desde temprano por la tarde ya que solíamos ir a comprar unas madejas de hilo a un lado de Lerdo Chiquito famosa mueblería ubicada precisamente en la cerrada de Lerdo a un costado del gran Salón de baile y hacíamos las pelotas para jugar béisbol en los terrenos de donde eran los “patios” de ferrocarriles de la estación de trenes de Buenavista antes que se construyeran la gran urbe de los condominios de Tlatelolco. Solo existía la Iglesia de Tlatelolco del siglo XVI, la cárcel militar de Tlatelolco donde estuvo Francisco Villa y Bernardo Reyes en tiempos de la Revolución Mexicana que después fue secundaria en donde estuvo uno de mis hermanos mayores, Raúl y, solo una parte de las ruinas prehispánicas del Templo Mayor de Tlatelolco. Nos íbamos varios amigos del edificio y vecinos de ese lugar para ir a jugar, sobre todo, mis hermanos mayores, Agustín y Raúl. De ida, pasábamos antes a la pastelería llamada “Biki” a comprar sobrantes de los pasteles en cucuruchos de papel de estraza por tan solo 20 centavos y nos daban bastante y muy ricos ya que era recorte de los pasteles frescos del día.

Cuando llegábamos a ese lugar que era pura tierra, por cierto, mis hermanos me encargaban con el velador quien vigilaba las ruinas y él vivía en una casilla con techo de lámina a un costado de la Iglesia. Las ruinas eran solamente una parte la que se veían y a su alrededor estaba una parte cerrada con láminas acanaladas como protección supuestamente. Mientras ellos jugaban, yo me entretenía arrojando piedras desde las escalinatas al pie de éstas que estaban llenas de agua verdosa estancada por la acumulación de las lluvias y llenas de chichicastli yerba que comen los patos. Nada más me cuidaban que no me fuera a caer.

Había veces cuando regresábamos a casa ya por la tarde, en el camino, encontrábamos a flor de tierra muchos dientes y muelas humanos que las recogíamos, pero al llegar a casa, se las enseñábamos a nuestra madre y ella de inmediato hacía que las tiráramos pues era un asco tenerlas sin saber el valor que pudo haber sido ya que eran restos del que posiblemente eran de indígenas o incluso españoles en la última batalla del reducto de Tlatelolco antes de caer la Gran Tenochtitlan en la Conquista. Incluso, el señor que resguardaba el lugar, nos enseñaba en uno de los árboles añejos (posible ahuehuete) que se encontraba en el lugar, un pedazo de flecha o lanza incrustada sobre el tronco ¿se imaginan…? Después de cerca de 500 años de estos sucesos, todavía estaba esta joya histórica y como no había realmente un interés sobre la cultura prehispánica en ese entonces, a nadie le interesaba todos esos vestigios al menos que alguien lo haya rescatado antes que se construyera la dicha unidad habitacional. Eso fue poco antes de 1959.

 Otra anécdota por dar a conocer y antes que se me olvide, fue como conocimos a los Hermanos Vázquez muy famosos por su mueblería. Ellos empezaron cerca de la Avenida Guerrero allá por el rumbo de lo que fue antes de llegar al cine Briseño un cine nuevo y moderno para su época. Pues bien, en esa mueblería el señor Vázquez junto con sus hijos; Mario (aunque él se dedicó más a otra profesión), Olegario y    Raña, nos vendían sus muebles (por cierto, eran fabricantes de los mismos), muy bonitos de buena calidad y resistentes. A mi madre y por consecuencia mi padre, ellos (los Vázquez Raña) le tenían mucho aprecio ya que aparte de ser uno de sus primeros clientes, se les compraba todo lo necesario y ese afecto duró muchos años aun cuando ya se establecieron en las calles de Mina y Buenavista de la colonia Guerrero que incluso, un día al pasar muchos años después y nosotros ya vivíamos en la colonia Clavería, fuimos a ver unos muebles precisamente en Buenavista que era la tienda principal y allí tenían sus oficinas generales. Cuando llegamos a las grandes salas de exhibición, en esos momentos llegaba uno de los dueños y era Olegario por cierto, pasó cerca de nosotros y al ver a mi madre, la abrazó con mucho cariño y aprecio y tomándola del brazo, se dirigió al elevador privado y subimos ella, mi esposa y yo con él y le dijo que lo que quisiera estaba a sus órdenes y dando recomendación a los que iban con él, les encargó su atención personal para con nosotros. Mi madre agradecida le dio un abrazo y un beso. Don Olegario siguió subiendo a sus oficinas y nosotros nos bajamos en uno de los pisos anteriores. Mi esposa se quedó sorprendida que uno de los dueños de los Hermanos Vásquez, le puso mucha atención a mi mamá e incluso, le dio una tarjeta personal para cuando se le ofreciera algo. 

 

Regresemos ahora nuevamente a mi escuela.

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