UNA EVOCADORA CANCIÓN. Alusión con fragancia del pueblo mexicano

UNA EVOCADORA CANCIÓN

Alusión con fragancia del pueblo mexicano

Por Adrián González Cabrera

En mi etapa de juventud empecé a tener afición por visitar haciendas a las cuales me fuera permitido accesar con posibilidades de recorrido. Un sábado de invierno de 1976 me dirigí en mi automóvil al Estado de Hidalgo, identificando en el camino el casco de una hacienda cuya apariencia denotaba el paso de los muchos años de haber sido construido -eran como las 14:00 horas-. La fachada principal estaba totalmente bañada por el sol (denotando así su orientación al sur) resaltando por ello su manchada blancura y pronunciando las sombras que los volúmenes frontales arrojaban sobre los posteriores. A la distancia parecía un casco de hacienda abandonado, lo cual hacía más excitante el asunto. Desaceleré el automóvil y, dando un giro de 90°, me dirigí al acceso principal, estacionándome en una franja de terreno natural de aproximadamente 40m de ancho ubicada a lo largo de todo el frente del inmueble. Dicha franja mediaba entre la fachada principal y una vía de tren que corría paralela a la misma, en sentido oriente-poniente. El inmueble carecía de barda perimetral al frente, no así en los restantes tres linderos del enorme terreno cuadrangular en el cual se encontraba la construcción.

El viejísimo, apolillado, carcomido y alto portón (cuyos herrajes estaban muy oxidados) era de dos hojas, la del lado izquierdo con postigo, el cual se encontraba semiabierto. Una vez que accesé empujando ligeramente el postigo, cuyas bisagras rechinaron fuertemente, me encontré en el zaguán. Ahí abordó un señor de unos cincuenta años de edad con apariencia rural, curtido por el sol en cara y brazos.

(Portón de la hacienda)


- ¡Buenas tardes!, mi nombre es Honorato-, dijo.

- ¡Buenas tardes!, el mío es Julián-, contesté.

Don Honorato me aclaró que el casco de la hacienda no estaba abandonado, que estaba accesible al turismo y que él formaba parte de la administración del mismo, por lo que se ponía a mis órdenes como guía (lo cual no era obligatorio). Le manifesté mi deseo de recorrer en solitario el casco de la hacienda y, qué, en caso de necesitar de sus servicios para abundar información, lo buscaría.

Recorrí todos los espacios interiores y exteriores del casco de la hacienda, en donde, por supuesto, los cuerpos principales eran la Casa Grande -en la cual, en la época del esplendor, el Hacendado vivía por cortas temporadas, ya que la mayor parte del año residía en la Ciudad de México- y la que había sido casa del administrador. Dos sitios llamaron mi atención: uno de ellos fue un temazcal ubicado entre la parte trasera de la Casa Grande y la zona de almacenaje, y, la otra, fue un cubículo de unos 5m de ancho por unos 10m de largo, uno de cuyos muros formaba parte de la fachada principal y, que, en ese tiempo, funcionaba con la denominación de “Café”, en el cual vendían, entre otros, café, tortas, sándwiches, cervezas, licor y pulque. En dicho lugar se escuchaba música con temas del tiempo de la Revolución Mexicana. Ya había observado yo que, tanto en el casco de la hacienda como en el “Café”, no había un solo turista además de mí.

Al término de mi recorrido regresé al zaguán para buscar a Don Honorato. En el trayecto lo vi en el momento en que, caminado, atravesaba un patio.

- ¡Don Honoratooo!- grité.

 

Deteniéndose, Don Honorato dio la vuelta y se dirigió a mí. Se escuchaba el sonido que los tacones de sus polvosas botas producían al caminar sobre las piedras lajas del patio.

- ¿En qué puedo servirle, Julián?

- Don Honorato, requiero de sus servicios para que, por favor, me proporcione información general de la hacienda y, en particular, de dos sitios: el temazcal y el “Café”. Al mencionárselos me dijo

- Con todo gusto, Julián; me parece que usted intuye la relación entre esos dos sitios.

Mientras caminábamos hacia el temazcal, Don Honorato me narró acerca de la evolución, en el hoy México, de: las “Encomiendas” (otorgadas por Hernán Cortés a los conquistadores); las “Estancias” (otorgadas por el Rey de España a los españoles no conquistadores): las “Haciendas”, que funcionaban de manera diferente, pues al interior de las mismas vivían la mayor parte de los trabajadores con sus familias, logrando los hacendados, con eso, un más severo control sobre la gente.

- De ahí aquello de “Señores de horca y cuchillo” y “Dueños de vidas y haciendas”, dijo Don Honorato.

Al llegar al temazcal, observé que el cuerpo principal era casi un medio cilindro horizontal con medidas interiores aprox. de 6.00m de largo x 2.00m de ancho x 2.00m de altura, hecho con piedra negra; en uno de sus muros extremos, adosado por el exterior, tenía un “hogar” semiesférico en el cual quemaban la leña para calentar las piedras, a las cuáles, por el interior, se les arrojaba agua, produciendo así el vapor. En el interior tenía unos “poyos” a manera de asientos longitudinales. Se entraba al cuerpo principal por una puerta de unos 90 cm de altura ubicada en uno de los costados del cuerpo.

Don Honorato me conto la siguiente historia:

En los años 1950’s una anciana, acompañada por una muchacha (probablemente su nieta), visitaba el casco de la hacienda y se pasaba largos ratos mirando el temazcal, y se le rasaban los ojos en llanto. Decía la gente que la anciana platicaba, denotando tristeza, los eventos vividos por sus abuela y madre en ese temazcal, ya que ellas fueron víctimas del hacendado cuando este aplicaba “su” “Derecho de pernada” al momento en que las chicas pretendían casarse (en tiempos del Presidente Porfirio Díaz las mujeres podían casarse legalmente a los doce años). En los casos en que el padre de alguna de las niñas reclamaba tal actitud por parte del Hacendado, este, para castigarlo, lo ponía al exterior a encender y mantener el fuego con que se calentaban las piedras del temazcal, mientras el Hacendado, al interior, ejercía “su” “Derecho de pernada”. Así fue como nacieron la madre de la anciana, ella misma y, Dios sabe, cuántos niños más.

Otras niñas o jovencitas “pagaban” el “Derecho de pernada” yendo a la capital al llamado del hacendado,

Nos trasladamos al segundo lugar que visitaba la señora. Era el espacio que en ese momento ocupaba el “Café”, pues, desde él, a través de una ventana veía la vía del tren. Por esa vía se perdía el tren que, en su caso, llevaba a la muchacha de turno a la casa del Hacendado en la capital. Para el momento en que yo escuchaba esto de labios de Don Honorato eran las cinco de la tarde y observaba a través de los barrotes de hierro oxidado de la ventana la infinita vía, que, al ponerse el sol en el poniente, brindaba una visión deslumbrante, borrosa, melancólica.

(Vías del tren)

Don Honorato solicitó a la encargada del “Café” que pusiera una canción para que la escuchara yo, sugiriéndome hacerlo con mucha atención. Mis oídos se deleitaron con…

Borrachita me voy

para olvidarlo,

lo quiero mucho y él,

también me “quere”…

 

Borrachita me voy

hasta la capital, ¡ay!

pa’ servirle al patrón,

que me mandó llamar anteayer;

 

Yo lo quise traer,

dijo que no,  

Que si había de llorar

pa’ que volver…

Al término de la canción, Don Honorato me preguntó: “¿ahora comprende la relación entre el temazcal y el ‘Café’?”

Después de escuchar la canción recordé que, pocos meses antes, había visto en la televisión un recital que Lola Beltrán había brindado en el “Palacio de las Bellas Artes” en la Ciudad de México. En dicho recital Lola Beltrán cantó la misma canción que acababa yo de escuchar en el “Café”: “La Borrachita”. Previo al canto, Lola hizo una introducción en la cual explicó que Tata Nacho, autor de la letra, le dijo alguna vez que esta canción la compuso inspirado en el “Derecho de pernada”, aclarando que el actor principal de la melodía no es un hombre sino una mujer, misma que se va “borrachita”, (atontada, confundida, triste, deprimida) a la capital a cumplir la exigencia del hacendado respecto al infame “Derecho de pernada” una vez que este se había enterado que la niña quería casarse. La canción narra la despedida de la novia hacia el novio.

Continuó don Honorato: ”La situación vivida por la ‘borrachita’ fue multi recurrente durante 400 años. ¿Qué tan profundas fueron las heridas causadas a las niñas y sus novios? ¿qué tan profundas heridas a la naciente familia? ¿Qué tan profundas heridas a la población de las “Encomiendas”, “Estancias”, “Haciendas”? Por eso lloraba la anciana ante el Temazcal y se entristecía al ver la vía del tren desde la ventana del ‘Café’ a través de la oxidada reja”.

- ¡Este fue uno de los tantos ingredientes que, al juntarse con otros, dieron como resultado el inicio del proceso revolucionario!-, concluyó Don Honorato.

- Me voy, Julián porque tengo que seguir trabajando… ha sido un placer-, dijo don Honorato despidiéndose.

- Mil gracias, Don Honorato-, dije, al mismo tiempo que depositaba en su mano la gratificación correspondiente.

Al quedar solo en el “Café” bebiendo una cerveza, por un largo lapso de tiempo estuve mirando, a través de la oxidada reja de la ventana, la melancólica perspectiva. El sol, que en ese momento descendía por el poniente, se reflejó en el lecho alto de los rieles de la vía, que en conjunto con los durmientes de madera semejaba una escalera horizontal que se dirigía hacia un punto en el horizonte, y que se perdía en el infinito ante el resplandor del astro rey. Dicho efecto visual parecía señalar un destino…el destino de la “Borrachita”.

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