CORAZÓNICA 13: ¡SÁLVALA!
CORAZÓNICA 13: ¡SÁLVALA!
Por Martina Rodríguez García
Una hermosa mañana dominical en la ciudad de San Luis Potosí, SLP, mi hijo y su familia me invitaron a salir un rato de la casa.
A mi nieta le gusta colaborar con diferentes causas, y ese día fuimos al Museo Laberinto de las Ciencias y las Artes. El programa que presentaban en las instalaciones del museo, tenía mucha aceptación entre los asistentes, era muy interesante.
Era una muestra que aplicaba tecnología, para conducir al público a crear conciencia acerca de un animal en peligro de extinción, se llamaba: “Salvemos a la vaquita marina”.
En ella exhibirían una película, y debajo de la pantalla había un aparato metálico con un volante, como el de un carro.
Cuando yo pasé, al igual que todos, para tomar mi lugar, un joven de la coordinación del evento, me señaló que yo tomara el volante, y que debía moverlo cuando él me lo indicara.
De ese modo yo quedé apartada del público, delante de él, en un sitio donde iba a accionar ese volante.
La película comenzó.
Al público le fueron explicando cómo es que se junta tanta basura en el mar.
Le explicaron también acerca de la vaquita marina, el cetáceo más pequeño del mundo y originario de nuestro México, que se reproduce cada dos años, sus aletas pectorales son largas y cóncavas, la aleta dorsal es alta y triangular. Se alimenta de moluscos, crustáceos, calamares y peces. Tienen una coloración oscura alrededor de los ojos, y en la boca, que semeja una sonrisa.
La película iba proyectando y narrando cómo en el agua marina se va acumulando basura que lastima a la vaquita marina, las embarcaciones sueltan redes, y las vaquitas pueden quedar atrapadas en ellas y morir.
Hasta ahí iba la película.
En eso, aparece una vaquita marina en la pantalla y me indican que ya debo mover el volante.
Entonces entendí que a manera de video juego, pero con un tema muy serio, yo iba a conducir a la vaquita marina en la pantalla, esquivando la basura, para que ella pudiera seguir su camino libre de problemas y amenazas.
Todo el público mirando a la vaquita marina en la pantalla, y con sus expresiones: “¡¡oh!!”, “¡¡ay!!”, “¡¡no!!”, temiendo que fuera a salir lastimada de lo que en pantalla se presentaba como peligro.
Yo, con mis manos en el volante, la única responsable del desenlace.
La emoción de la gente hace que yo mueva el volante, siento en mis manos y cuerpo la responsabilidad de seguir abriendo paso a la vaquita, la gente expresa: “¡¡sálvala!!”, “¡¡allá viene más basura!!”, “¡¡cuidado de ese lado!!”, “¡¡se va a golpear!!”.
Son grandes los montones de basura, y hay que seguir manteniendo a salvo a la vaquita, esquivando las redes, madera, botellas, etc. que están en el mar. La emoción crece.
De repente, una enorme red abarca toda la pantalla.
Mis manos y mi corazón serán mis fuerzas para dirigir a la vaquita marina.
La red sube y baja, tratando de atrapar a la vaquita.
Los nervios casi me vencen, pero quiero salvarla.
Muevo el volante y veo de nuevo a la vaquita. La red casi la atrapa. Sigo moviendo el volante, y en un instante, se levanta la red y la vaquita pasa sin ser lastimada.
La gente grita, aplaude.
Al fin pude respirar tranquila nuevamente.
La vaquita marina se salvó y mi corazón late ahora de emoción positiva, de alivio.
De mis ojos cae una gotita de agua, o más...
(Imágenes 2 y 3, de internet)