MEMORIAS DE UNA PISTOLA O ¡¡¡NO TE MANCHES, FLORENCIO…!!!

MEMORIAS DE UNA PISTOLA O ¡¡¡NO TE MANCHES, FLORENCIO…!!!

Por Adrián González Cabrera

 

AZCAPOTZALCOGRAFÍA.

 Me fabricaron en Estados Unidos a principios de la vigésima centuria. Mi principal característica es tener capacidad de albergar 6 balas cal. 38. Fui enviada a México a uno de los grupos revolucionarios, siendo entregada a “El Bandido” (un hombre que formaba parte de las huestes del General Francisco Villa). Después de acompañar a “El Bandido” por algún tiempo, mataron a este (a traición) durante un enfrentamiento con los federales en Irapuato. Entonces fui entregada a Gracielita —para ese momento Gracielita ya era viuda de “El Bandido”, y era conocida como “La Bandida”.

Entonces Gracielita decidió irse de México hacia Estados Unidos y me dejó en Irapuato. Ella regresaría a México tiempo después con mucho dinero y se convirtió, entre otras cosas, en una famosa proxeneta que tenía mucha influencia en el México postrevolucionario por tener comunicación directa con el General Plutarco Elías Calles durante el tiempo en que este mandó en el país.

 

Graciela Olmos “La Bandida” con Agustín Lara

 

Poco después que Gracielita me dejó en Irapuato aparecí en una pulquería en la cual me habían dejado empeñada por deudas de juego. El encargado de la pulquería me vendió a uno de sus conocidos llamado Florencio que vivía en una ranchería en Irapuato. En los años 1940s Florencio (con su familia) se trasladó a vivir a la Ciudad de México en la calle Grecia no. 22, vivienda 5, colonia San Álvaro, Azcapotzalco, en donde permanecí hasta mediados de los 1960s, ya que en ese tiempo Florencio y su familia cambiaron de domicilio.

Es la Colonia San Álvaro a la cual quiero referirme toda vez de los eventos sobrenaturales acaecidos en la vecindad ubicada en calle Grecia No. 22.

Durante 1959 un hijo de Florencio —que a la sazón tenía 20 años de edad y que había llevado una vida desordenada— intentaba redimirse observando una vida sana. Entrenaba box por las noches en el “Gimnasio Arcos” ubicado en Tacuba, razón por la cual llegaba a casa después de las 11:00 pm. Este muchacho decía que se le aparecía un charro negro en el patio de la vecindad, por eso, al llegar, desde la calle, empezaba a gritar ¡¡¡Papá… papá… sal por mí!!!, después de unos instantes volvía a gritar ¡¡¡Papá… papá… sal por mí!!!, y así hasta que su papá me sacaba de una caja de madera y, blandiéndome amenazadoramente, salía de su vivienda (ubicada al fondo del patio mayor de la vecindad) gritando ¡¡¡Charro jijo de la… nada más acércate a mi hijo y te doy en la…!!! Entonces, el hijo, al amparo de las bravatas de su padre hacia “El Charro Negro”, entraba a la vecindad corriendo sin detenerse hasta ingresar a su vivienda, ubicada al fondo de la vecindad, a la cual llegaba sofocado y demudado de espanto —Está de más decir que las bravatas de Florencio eran para sacudirse el intenso miedo que le provocaba la aparición del pavoroso ente. —Este evento era recurrente.

Una vez dentro de la vivienda Florencio me dejó sobre una pequeña mesa; en ese momento tuve ganas de emitir un reclamo ¡¡¡No te manches, Florencio… tú tan “zacatón” y yo sin balas!!! ¿¡A dónde vamos a dar!?

 

Florencio amenazando al Charro Negro, mismo que ya se había puesto en movimiento.

 

Con el paso de los años, Florencio y su familia, llevándome con ellos se mudaron a una casa en la misma colonia y se dejó de hablar del asunto. La vivienda quedó vacía.

Al enviudar Florencio, llevándome con él, se fue a vivir solo a una empresa ubicada en el mismo Azcapotzalco, en la que había conseguido trabajo como velador. Entonces ambos éramos muy viejos, y lo acompañé en ese sitio hasta el día de su muerte.

 

 

Nota:

El 12 de agosto de 2024, quien escribe, tuve la fortuna de charlar con una sobrina mía de nombre Laura (de 52 años de edad) a la que hacía muchísimos años no veía. Sus padres y ella ocuparon por varios años (posterior a los eventos relatados) la mencionada vivienda.

Laura me narró que ella vio a “El Charro Negro” 4 veces. Es ella quien, vacilando un poco, me lo describió:

            Sombrero negro de ala circular plana con pequeñas monedas de plata pendiendo del borde del ala;

            Chaquetílla negra con botones de plata;

            Pantalón negro;

            Botines negros (lustrados) de tacón alto.

Asimismo, Laura relató que “El Charro Negro” se aparecía de la siguiente manera: de pie recargando la espalda en una pared del patio principal de la vecindad; la cabeza agachada; la cara medio tapada por el sombrero; los brazos cruzados; la pierna izquierda recta y la derecha flexionada recargando el tacón del botín en la pared y la punta del mismo en el piso.

De igual manera, Laura dijo que en 2009 regresó a la vecindad para asistir al velorio de uno de sus primos. Iba en compañía de su mamá. En un momento dado vio una sombra al fondo del patio; su piel se enchinó. Dijo a su mamá con voz susurrante y temerosa: ¡¡¡Mamá, mamá… ahí anda ese pin… charro!!!

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