MURAL DE JUAN O’GORMAN EN AZCAPOTZALCO. UN CUENTO PICTÓRICO.
MURAL DE JUAN O’GORMAN EN AZCAPOTZALCO.
UN CUENTO PICTÓRICO.
Por Adrián González Cabrera
AZCAPOTZALCOGRAFÍA.
Corría el año de 1960 y tenía yo 8 años de edad cuando, estando en la casa materna, en la Colonia San Álvaro, en la Ciudad de México, por primera vez vi en la televisión la trilogía (3 películas) “Nosotros los pobres”, “Ustedes los Ricos” y “Pepe el Toro”.
Si bien recuerdo, en la tercera película de las tres, hay
una escena en la que se encuentran “La Guayaba” y “La Tostada” platicando con
una señora que atendía un puesto ambulante en el que vendía, tal vez, tamales.
En eso se acercó un señor corpulento a preguntar por una dirección, y la
encargada del puesto lo orientó. Cuando el señor se alejó, “La Guayaba” le dijo
a “La Tostada”: “¿¡Ya viste, mana!?, ¡Era Diego de Romero!” de inmediato “La
Tostada” exclamó: “¡sí existe!
Como espectador de la película me llamó mucho la atención
dicho diálogo; pregunté a mi papá: ¿Papá, porqué dijo “¡sí existe!” si es obvio
que existe ya que estuvo parado ahí junto a ellas? Entonces mi papá me platicó
lo relativo al mural “Sueño de una Tarde
Dominical en la Alameda Central” que pintó Diego Rivera en 1947 en el Hotel
Del Prado de la Ciudad de México… y culminó diciendo “Diego Rivera fue, y es,
un muralista muy famoso.”
Desde entonces quedó grabada en mi mente la palabra
“muralista”, y me propuse que, cuando yo fuera grande, iba a investigar más
sobre Diego Rivera y el muralismo…
Después de muchos años, un viernes de 1978 conocí el mural “Sueño de una Tarde Dominical en la Alameda
Central” que pintó Diego Rivera en 1947 en el Hotel Del Prado, y me
impresionó, a tal grado que cuando llegué a casa iba pensando en la grandeza de
Diego. Ya era yo un adulto de 26 años que había cultivado la admiración por
Diego Rivera.
Muchos años después, un sábado de 2022, a mis casi 70 años
de edad, conocí, también, el mural denominado “Paisaje de Azcapotzalco” pintado en 1926 por Juan O’Gorman en la
Biblioteca Fray Bartolomé de las Casas, ubicada en el Centro Histórico de
Azcapotzalco. Después de observarlo a detalle durante un largo rato me retiré a
casa.
Ese mismo sábado, cuando me acosté en la noche, estaba tan
cansado de caminar que, pensando en el mural de Azcapotzalco, poco a poco fui
quedando dormido.
Hay ocasiones en que los sueños brotan de la mente, sin
control, y esa noche me sucedió. En mi sueño era yo un joven de 23 años y me
ubicaba a principios de 1926. Mi sueño transcurrió de la siguiente manera:
Un día jueves escuché el rumor de que en la recién creada
biblioteca Fray Bartolomé de las Casas, ubicada en el Centro de Azcapotzalco
iban a pintar un mural. Albergué la esperanza de que fuera pintado por Diego
Rivera, pues quería conocerlo toda vez de la gran admiración que sentía por él.
Al día siguiente me apersoné en la biblioteca para pedir información. Me
dijeron que empezarían la realización del mural al lunes siguiente; que no
sabían quién lo iba a pintar.
El siguiente lunes me presenté en la biblioteca. Había al
interior de la misma un grupo de personas. Pregunté por el pintor; me dijeron
“Es aquel del suéter color azul eléctrico”. Decepción: no era Diego Rivera; era
una persona muy joven, espigada y medianamente delgada. Su nombre era Juan O’Gorman.
Su nombre no me decía nada respecto al muralismo. Decidí olvidarme del asunto y
me retiré.
Iba yo caminando por la Avenida Azcapotzalco rumbo a la
Colonia San Álvaro cuando reflexioné, y, toda vez que no tenía yo qué hacer,
decidí regresar a la biblioteca y observar los preparativos para iniciar la
realización del mural. Pronto estaba yo de nuevo en la Biblioteca, que estaba
cerrada. Sin embargo, decidí espiar por una de las ventanas que dan hacia la
calle Morelos. Tan solo vi madera, carretes de hilo, gises; no vi pinturas ni
pinceles o brochas.
El pintor extendía entre sus manos unos grandes papeles
color blanco enrollados, que parecían bosquejos trazados en negro. De pie
miraba los muros y veía los bosquejos; ordenaba a sus ayudantes la forma de
levantar los andamios. Miraba la calle, miraba el acceso, miraba las ventanas,
hacía recorridos por todo el espacio exterior e interior de la biblioteca.
Cuando escuché que ese día solo iban a armar andamios, me retiré.
Volví al día siguiente y nuevamente espié por una las
ventanas. El aplanado del muro no parecía un simple aplanado con yeso, pues
tenía una tersura muy particular. Vi a Juan O’Gorman (que estaba trepado en el
andamio) poner en el muro unas marcas con carboncillo, que parecían obedecer a
sus bosquejos hechos previamente en el papel. Después lo vi, trazar (auxiliado
por sus ayudantes) sobre un muro (con unos hilos impregnados con polvo de gis
rojo) líneas unidimensionales generales, con las cuales buscaba trasladar, del
papel al muro, la composición general de su mural. Poco después me retiré.
Volví dos días después. Vi a Juan O’Gorman trazar en el muro varias “líneas de horizonte” y varias líneas verticales auxiliares (ambas unidimensionales) para ubicar sus múltiples puntos de fuga.
Me retiré.
Volví una semana después y vi a Juan hacer uso de los
múltiples puntos de fuga para crear superficies horizontales y verticales
bidimensionales. Poco después me retiré.
Volví un mes después y vi a Juan conjuntar superficies horizontales y superficies verticales para (auxiliado por los múltiples puntos de fuga) obtener cuerpos tridimensionales. Un rato después me retiré.
Volví tres meses después y, durante un rato, vi a Juan
O’Gorman trazar volúmenes que, en mi opinión, eran cuarta dimensión, (esa cuarta
dimensión tan recurrente en la pintura cubista). Me retiré.
Volví dos meses después y vi a Juan detallar un volumen cuya ventana o vano, a mi juicio, parece representar la “Divina Proporción” (recordé al “Divino” Leonardo Da Vinci).
En este punto quiero detenerme un poco para explicar qué es la “Divina Proporción”, también conocida como “Número de Oro”, “Número Áureo”, “Sección Áurea”.
Procedo:
La primera ocasión en que tuve contacto con el “Número de Oro” y la “Divina Proporción”, fue leyendo un
libro alemán (a la fecha, centenario) que versaba sobre arquitectura, el cual
explicaba cómo los griegos, en sus obras arquitectónicas ya utilizaban el número de oro y la “Divina Proporción”. Realicé unos números aritméticos siguiendo las
directrices que marcaba el libro, y me encontré que el Número de Oro era 1.618, mismo que tiene que ver con las
proporciones del cuerpo humano y con casi todas las cosas de la naturaleza.
Asimismo, encontré que la unidad multiplicada por 1.618, nos da la “Divina Proporción” rectangular, misma
que, universalmente, se considera el “rectángulo
perfecto”.
Una vez explicado el asunto de la “Divina Proporción”, regreso a la narración de mi sueño:
Regresé un mes después, cuándo el maestro O’Gorman iniciaba
la aplicación de la pintura, observé cómo mezclaba los colores primarios
pigmentarios para obtener colores secundarios; secundarios con secundarios para
obtener terciarios. Utilizaba, entre otros, los pinceles cortos, los pinceles
largos, las brochas cortas y de extensión. Observé como mezclaba, cómo
difuminaba, cómo manejaba los planos cromáticamente, en fin, todas sus
técnicas. Me retiré preguntándome ¿son mis apreciaciones correctas?
Ese año ya no volví para ver terminado el mural, que fue
inaugurado en 1926.
¡¡¡Fue un bonito sueño!!!
No en vano, Juan, el inmenso artista plástico alemán Mathias
Goeritz (autor del diseño de la Torres de Satélite, 1959) escribió en 1960:
“Considero a Juan O’Gorman uno de los visionarios más originales y más
importantes…del mundo artístico actual.”
Nunca me cansaré de admirar la obra del Maestro Juan
O’Gorman cada vez que vuelva a la biblioteca para participar en el Taller “Relatos de Azcapotzalco”.