VAMOS A ESTAR MUCHO TIEMPO ENTERRADOS: PALABRAS EN OBRA DE JUAN RULFO
VAMOS A ESTAR MUCHO TIEMPO ENTERRADOS: PALABRAS EN OBRA DE JUAN RULFO
Por Martín Borboa Gómez
AZCAPOTZALCOGRAFÍA.
El 12 de marzo de 1999, se inauguró el mural “La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio”, pintado en las paredes de la escalera de la Casa de Cultura de Azcapotzalco, Cdmx, por Arturo García Bustos, alumno de Frida Kahlo.
En ese mural, está pintado el autor Juan Rulfo, sentado
frente a un nopal con tunas, y en su mano derecha sostiene un ejemplar de su
obra “Pedro Páramo”.
En ella, el autor mexicano hace convivir a las personas fallecidas, en forma de apariciones socializantes, incluso probablemente con los vivos.
Al inicio, leemos sobre un muchacho del que no se dice el nombre (hasta más adelante se indica que se llama Juan Preciado).
Narra que él viene desde Sayula (pág. 20), y llega a Comala. Hace siete días que falleció su madre Dolores (pág. 23), quien le encargó a su hijo que fuera a Comala y le exigiera a su padre lo que le corresponde, pues nunca se hizo cargo de ellos (la mamá Dolores y el hijo).
En Comala, Eduviges Dyada le da hospedaje al muchacho. Le dice que su madre le avisó que él iría a Comala.
“Ella me avisó que
usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy.
¿Quién? ¿Mi madre?
Si. Ella.
Yo no supe que pensar…” (pág. 23)
El muchacho no supo que pensar, pues como iba su madre fallecida a avisarle a su amiga que él llegaría hoy.
Todo era extraño. Y el muchacho registra lo siguiente: (pág. 24):
“Yo creí que aquella mujer estaba loca. Luego ya no creí nada. Me sentí en un mundo lejano y me dejé arrastrar. Mi cuerpo que parecía aflojarse, se doblaba ante todo, había soltado sus amarras y cualquiera podía jugar con él como si fuera de trapo”.
En la charla, ella pregunta al muchacho si sabía que ella, Eduviges, pudo haber sido su madre, le cuestiona si eso no se lo había contado su madre Dolores. Él responde que no sabía nada acerca de ella, de Eduviges, y que apenas supo de ella porque:
“De usted vine a saber por el arriero que me trajo hasta aquí, un tal Abundio”... (pág. 29)
Hablan acerca de Abundio, pero Eduviges menciona que el decidió enmudecer, dejó de hablar, y que no escuchaba, el muchacho dice que:
“Este (Abundio) del que le hablo oía muy bien” (pág. 30).
Eduviges dice:
“No debe ser él. Además, Abundio ya murió. Debe haber muerto seguramente. ¿Te das cuenta? Así que no puede ser él”.
Pero en la obra, se narra cómo Abundio orienta al muchacho para llegar al pueblo y con Eduviges.
El hijo de Dolores y Pedro Páramo, continúa su charla con Eduviges (pág. 30):
“Sin dejar de oírla, me puse a mirar a la mujer que tenía frente a mí. Pensé que debía haber pasado por años difíciles. Su cara se transparentaba como si no tuviera sangre, y sus manos estaban marchitas y apretadas de arrugas. No se le veían los ojos”…
Eduviges recordó el caso de Miguel Páramo, hijo de Pedro Páramo. Miguel tuvo un accidente de niño, y en esa época llegó a casa de Eduviges (pág. 37):
Miguel cree que está loco pues no encuentra el camino que habitualmente hacía.
Eduviges en esa ocasión le dijo:
“No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate Miguel Páramo. Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa…”.
Y luego de más explicaciones, ella termina diciendo:
“Te agradezco que hayas venido a despedirte de mí”.
Esto explica Eduviges al joven, aunque luego en la (pág. 46) se entera el lector que Eduviges ya estaba muerta de tiempo atrás, se había suicidado.
En otra conversación, dice que una mamá llorando es vista por su hijo, y entonces ella le dice (pág. 39):
“Tu padre ha muerto…
Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.
Han matado a tu padre.
¿Y a ti quien te mató,
madre?”
Es decir, el lector, deja en segundo plano la distinción entre vivos y muertos, porque entre todos ellos van armando la trama, facilitando el desarrollo, comunicándose y dejando ver que el estatus de vivo o muerto es secundario: lo importante es lo que hacen y dicen, a que conducen.
En la obra, las apariciones son humanas, parlantes, pensantes, llenas de recuerdos, y actúan según las circunstancias del momento y el lugar en que están, asumiendo su condición humana.
La aparición de un fallecido, es sinónimo de fantasma. Pero no es obligatorio darles tal o cual título.
ENTREVISTA A JUAN RULFO
Hay un libro muy interesante en la Biblioteca del Faro del Saber Popotla, alcaldía Miguel Hidalgo, Cdmx, la autora es Cristina Pacheco, se llama “Al pie de la letra”, en la colección “México lee”, del Fondo de cultura económica, 2005, segunda edición, México.
El libro reúne la transcripción de fragmentos de algunas entrevstas hechas por la gran Cristina Pacheco, y en uno de los casos, al gran Juan Rulfo.
La personalidad del Juan Rulfo asoma en sus respuestas y comenta el motivo por el cual su obra tiene a veces esos fuertes tintes de tristeza, conformismo, pasividad, soledad.
(Pág. 618) “Han pasado treinta años de que publiqué en 1953 “El llano en llamas”… el éxito no me importa, la mala fama tampoco…”
(Pág. 619) “Mi relación con “El llano en llamas” no es muy profunda, lo releí una vez y mal… Considero que una cosa escrita, está muerta. Lo sé porque mientras escribes una cosa, los personajes andan rondándote en la cabeza, luego te dejan en paz”.
“Nunca me baso en experiencias directamente autobiográficas para escribir mis historias. Pienso que la realidad es muy limitada, por eso hay que auxiliarla con la imaginación.
“Hay quienes afirman que la realidad es mucho más variada y roca que la fantasía, que la rebasa”.
(Pág. 620) “Creo que para escribir hay que hacer uso de la imaginación, que a su vez se vale de la intuición”.
(Pág. 621) “San Gabriel es mi pueblo, el lugar donde nací y viví. Desde niño viví la violencia, la sentí muy de cerca, dentro de mi propia familia. El pueblo es un pueblo grande. Está en una barranca, precisamente para que la gente pudiera ver a los bandoleros desde que se aproximaban por el llano. Ese es el llano grande. Ese es “El llano en llamas”.
(Pág. 622) “Mi casa siempre estaba enlutada. En cuanto a mi abuelo, te diré que él construyó la mejor iglesia del Estado de Colima… la iglesia tenía de todo, pero le faltó el órgano… en la iglesia construida por mi abuelo no había música, pero en cambio se oían los rezos y hastalas confesiones de la gente…”.
(Pág. 624) “El cura le dejó encargada su biblioteca a mi familia y se fue con los cristeros. Ahí empecé a leer. En ella no había libros religiosos, sino de otro tipo: “El verdadero Juárez” de Bulnes, novelas de Salgari, de Dumas, de Víctor Hugo. Tenía diez años de edad y me pasaba la vida leyendo”.
“Desde entonces amo las bibliotecas”.
(Pág. 628) “Nací en una región donde la gente vive sumida en el silencio. Allá no cuentan nada si aparece un extraño. En las tardes, los importantes del pueblo se sientan en algún quicio a conversar. Supongamos que llegas tú. Enseguida se callan, no se van pero empiezan a decir cosas sin sentido, cosas que son de ellos: “¿Qué pasó con aquel camión?”, “Parece que va a llover”, “Se está haciendo tarde”.
“Luego cuando te vas, seguro vuelven a contarse sus cosas, las cosas que pasan en el pueblo…”.
“A lo mejor el hecho de haber nacido en una tierra donde la gente es tan silenciosa, determinó que yo fuera escritor. En mi vida tengo muchos silencios. En mi escritura también. Por eso dejé muchas páginas en blanco –silencias- para que las llenara el lector”.
“Esas páginas permanecieron vacías. Podría llenarlas, pero no deseo hacerlo…”.
(Imágenes del autor)