UN BRUJO EN EL HOSPITAL

UN BRUJO EN EL HOSPITAL

Por Eduardo Resendiz Sánchez 

Don Chema era un hombre entrado en años, en el pueblo lo conocen como brujo o curandero, es bajo de estatura, tez oscura, de pelo canoso.

Todas las mañanas sale muy temprano al monte a juntar hierbas de todo tipo, con las que cura a la mayor parte de la población de su pueblo por falta de médicos.

Ese día bajó de la montaña con su saco de hierbas en la espalda, empezaba a salir el sol, sus rayos se colaban entre las ramas de los árboles, lastimándole los ojos.

Venía caminando por el camino real, cerca del ahuehuete viejo, donde pasaba un río de aguas claras.

Los pájaros en los árboles no dejaban de cantar al nuevo día, el aroma de las plantas se le metía en las narices, se detuvo un momento a esperar que pasara una víbora de cascabel que se deslizaba sobre la tierra, tan ágil como si estuviera en el agua. Ella se perdió entre las hierbas sonando su cascabel.

Antes de llegar a su jacal, vio parada en la entrada de la puerta a Rosita, hija de su compadre Pedro, a quienes ya tenía tiempo de no ver.

Cuando llegó le dio un abrazo, “Rosita, hija. ¿Qué te trae por estos rumbos?, ¿Cómo está tu papá?”

A eso vengo Don Chema, mi papá está muy malo, se va a morir, no le para el vomito, la diarrea, la calentura, le dan 2 días de vida, máximo 3. Rosita derramaba lágrimas con sus propias palabras.

Don Chema le escuchaba atento, con las manos en la barba.

“Dime que tiene él Rosita”.

Ella explicó a su manera lo que había entendido en el hospital, pero terminó diciendo: “Los doctores dicen que ya no pueden hacer nada”.

De su jacal, Don Chema sacó las hierbas del costal, prendió el brasero, echó incienso, el humo invadió la humilde vivienda, un tabaco se lo puso en la boca y lo prendió, tenía agua en una cazuela de barro, el humo de su cigarro lo echaba en la cazuela.

Murmuraba para sí mismo, o para alguna fuerza auxiliadora.

Pasaba la palma de su mano suavemente por el humo, éste se agitaba en el aire, y la mirada de Don Chema se agudizaba, como buscando algo, como leyendo algo.

Después de un rato, al terminarse el cigarro, le dijo a Rosita: “Hija, a tu padre lo embrujaron antes de irse a la Ciudad de México a trabajar, quizá alguien que por envidia lo quiso perjudicar para evitar que saliera adelante”.

“Efectivamente está muy grave, mucho. El trabajo que le hicieron no es atacando su ser corporal, le metieron un demonio, es su ser espiritual el que padece. Si no lo sacamos muy pronto se va a morir, está muy grave”.

“Dime exactamente en donde está él”.

Rosita muy asustada por lo recién escuchado, tartamudeó al contestar: “En el hospital de Jesús, en el centro de la Ciudad de México”.

“Don Chema, le ruego que vaya a la ciudad y cure a mi papá”.

El brujo se sorprendió por la petición.

“Ahí no se puede hija, es muy difícil, hay muchos doctores, gente, cámaras, vigilancia”.

Rosita empezó a llorar, de sus ojos salían lágrimas muy tristes.

Don Chema atestiguaba el dolor en ese llanto. Miraba al suelo, como buscando la respuesta.

Se levantó, miró a Rosita, y dijo: “Pues vamos y que sea lo que Dios quiera”.

Reunió todas las hierbas en un costal, quitó el rosario que estaba en la pared y un Cristo que estaba en la puerta de entrada, y dijo: “Rosita, aquí traigo todas las armas para enfrentar al mal”.

“Vámonos Don Chema, la cosa es de vida o muerte”.

Tomaron el primer camión que salió en la madrugada rumbo a la Ciudad de México.

“Hija”, preguntó Don Chema, “¿Cómo le vamos hacer para quedarnos a solas con tu papá en su cuarto, y que nadie nos interrumpa?”

“Don Chema, en la noche sólo hay una enfermera de guardia en la sala de cuidados intensivos, aunque cerca está el módulo de los ingresados en atención normal. Por las noches es muy tranquilo, no creo que tengamos problemas”.

En la noche del jueves como a las 10 de la noche, indebidamente entraron al área de cuidados intensivos, dos sombras que caminaban por los pasillos del hospital.

En silencio, una joven alta y delgada, y un hombre de baja estatura, con sobrepeso, llevando en la espalda un costal, cuidaban sus pasos sigilosos, volteando para todos lados, como si fueran a robarse algo.

“Aquí es Don Chema, en la sala D, cuidados intensivos, está en la cama 12 mi papá”.

Le señaló con el dedo.

“Está junto a la ventana que da al calle, yo me quedo aquí afuera para echarle aguas”.

Pasó un rato. Don Chema no hacía ningún ruido.

Por el cansancio, el estrés, u otro motivo, pero Rosita se acomodó en un rincón y le ganó el sueño. Se quedó dormida. No se dio cuenta cuando llego la enfermera, que se quedó parada en la puerta, inmóvil, viendo como Don Chema hacía su trabajo.

“¡Sal de aquí demonio, obedece a quien vela por el bien en nombre de Cristo nuestro Señor!”

“¡Sal demonio, regresa a las tinieblas de dónde vienes, este cuerpo no te pertenece!”

Todo el espacio estaba lleno de incienso, no había forma de disimular el olor. Don Chema hacía cruces con el ramo de piru en el aire, una ráfaga de aire que entró por el pasillo movía la cortinas blancas que separaban a cada enfermo, las luces se apagaban y encendían, unos cuervos negros se pararon en la ventana, picoteaban los vidrios, se sintió un frío infernal, los enfermos se tapaban la cabeza con la sábanas, por el pasillo se oían pasos corriendo, gritos de mujer y de niños.

“¡Sal demonio, deja en paz a mi compadre!”, gritaba Don Chema, arrojándole agua al cuerpo que estaba acostado en la cama.

Al paciente embrujado, Don Pedro, se le ponían los ojos en blanco, escupía sangre, pataleaba, sus manos se aferraron fuertemente a la sábana, parecía que estaba agonizando, una voz salida de la nada…

“¡Ya me voy… me la vas a pagar… esto no se queda así…!”

La enfermera muda, mordiéndose los dedos, temblando de miedo, de pánico se fue corriendo, llegó hasta la oficina y la sala de juntas de los médicos de guardia, tocó la puerta desesperada, sus golpes eran fuertes, abrieron la puerta, varios doctores se asomaron.

“¿Qué pasa enfermera, por que toca así??”

“¡Doctor, doctor, hay un brujo en la sala–D—, está haciendo exorcismo a un enfermo!”.

“¿Qué? ¿Un brujo?, ¡Esto no puede ser!”.

“¡Vamos!”. Salieron corriendo de la oficina.

Don Chema en lo suyo, orando y arrojando agua con el ramo a su compadre, el cual se retorcía. Los médicos lo vieron intrigados, no sabían qué hacer, si sacar al brujo ellos o llamar a los guardias de seguridad.

Rosita atrás de ellos viendo a Don Chema.

Uno de los médicos se apartó del grupo, y se acercó a Don Chema, le detuvo la mano en uno de esos movimientos en que levantaba el ramo de pirul.

“¡Señor le pido que por favor abandone el hospital!, aquí hay muchos enfermos y unos están muy graves, aquí no puede venir a hacer exorcismos, por favor abandone la sala”.

Don Chema tenía su mirada tras ojos vidriosos, le escurría sudor por la frente, con voz casi a gritos les dijo: “A ese malvado ya lo saqué, nada más cuiden a mi compadre, les aseguro que en 3 días sale de este hospital”.

Rosita lo tomó del brazo, levantaron sus cosas, salieron del hospital.

Ya amanecía.

Caminaron quien sabe cuánto, en silencio.

Pararon en un puesto que vendía atole.

“Don Chema, échese un atolito bien caliente”.

“Si hija, quedé muy agotado, tu papá va a sanar. Ya le saqué ese mal que lo estaba enfermando”.

Rosita lo abrazó y comenzó a llorar.

Don Chema nada más sentía como las gotas tibias del llanto escurrían por su pecho.

Siguieron avanzando. Un camión esperaba para que Don Chema regresara a su pueblo, Naucatla, un pequeño pueblo de Veracruz.

Antes de subirse al camión, se despidió de Rosita, quien le estrechó las manos diciendo: “Muchas gracias Don Chema”.

Un par de días después, Rosita estaba en la tienda de ropa, donde trabajaba, era mediodía, una jornada seca sin nubes, con mucha gente que pasaba afuera de la tienda.

Llegó una señora. “Señorita por favor me enseña ese vestido, el blanco que está de exhibición en la vitrina”.

Rosita fue al exhibidor, sacó el vestido que le pidió la señora y selo entregó.

“Si gusta puede probárselo atrás de las cortinas verdes”.

Rosita se quedó cruzada de brazos esperando que saliera la señora del probador.

Su celular sonó.

“¿Bueno?”

“¿Hablo con Rosa Martínez Méndez?”

“Sí, soy yo”.

“Le llamo del hospital, su papá ya está bien, puede venir por el, hoy lo damos de alta”.

Rosita salió de la tienda casi corriendo, nada mas alcanzo a oír: “¡si me lo llevo!”

Le hizo la parada a un taxi.

“¿A dónde la llevo señorita?”

“Al Hospital de Jesús por favor”



(Imagen de internet) 

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