TARDE DE TORMENTA
TARDE DE TORMENTA
Por Martina Rodríguez García
AZCAPOTZALCOGRAFÍA.
Poco antes de las seis de la tarde de ese sábado, empezaba a caer la lluvia.
Lenta.
Luego, un viento fuerte empezó a agitar las ramas de los árboles.
Yo salía de la sesión en la Biblioteca Fray Bartolomé de las Casas, iba con miedo porque a lo lejos se escuchaban truenos y se veían los relámpagos como llamas de lumbre, y la lluvia aumentaba sobre la avenida Azcapotzalco.
Me detuve a hacer una compra rápida en un puesto callejero, ubicado en donde termina el predio de la Catedral de los apóstoles Felipe y Santiago. La gente pasaba apresurada.
Pagué las manzanas que pedí, y seguí caminando aprisa.
De repente, un indigente se colocó junto a mí, hablaba pero no le entendí, y así fuimos caminando. Él sacó de su morral un pedazo de tela y se cubrió la espalda.
Lo que dijo a continuación si se lo pude entender: “Tengo que encontrarla, tengo que encontrarla, y por el mismo rumbo”.
Imaginé que extravió algo en el suelo y quise preguntarle si era una moneda, o comida, o que buscaba, pero los rayos iluminaban el cielo gris, me estresaba, el hombre seguía hablando, seguíamos caminado, trataba de entender que más decía pero no lo lograba.
Cuando me die cuenta, ya habíamos pasado a todo lo largo de la fachada del mercado, habíamos recorrido su costado, y ya estábamos cruzando la avenida 22 de febrero.
Llegamos hasta Santa María Malinalco, seguíamos caminado al mismo ritmo, agitado, nervioso. Mis zapatos casi se me salían, ya iban llenos de agua y algo de lodo, pero yo seguía caminando, debía continuar, no podía detenerme. La lluvia arreciaba, los truenos espantaban.
El hombre de la tela en la espalda seguía hablando. Caminaba agachado, hablando.
Llegamos hasta la calle de Rabaul, había muchas piedras de cantera, mucha agua, no se veían las banquetas, la lluvia era ahora más intensa. El agua mojaba mis rodillas.
De pronto el hombre se adelantó, subió a una roca en medio del agua, y se puso a gritar palabras y a hacer sonidos que yo no identificaba.
Un grupo de indígenas rodearon a este hombre, él aventó la tela que traía en la espalda, de la nada apareció un personaje que parecía un guerrero tigre, la gente junto a él y todos lo saludaban moviendo y levantando las manos, había mujeres y hombres en la multitud.
Yo estaba con mucho miedo.
Salí del agua y de aquel lugar.
Escuché nuevamente la voz del hombre, y entendí que decía: “Tengo que encontrarla, tengo que encontrarla”.
Los indígenas lo escuchaban.
Volvió a gritar.
Escuché su voz diciendo: “Juro que seguiré buscándola por ella, con su hechizo me quitó la fuerza, soy un guerrero tigre sin fuerza, ella con su belleza me dejó así, sin fuerza, pero juro seguir buscando a esa hermosa mujer que perdí aquí, en la laguna de Zancopinca”.
Yo salí del agua, seguía lloviendo.
Se aproximaba la micro que me llevaría de regreso al mercado de Azcapotzalco.