LA ABUELA
LA ABUELA
Por Eduardo Resendiz Sánchez
Mirando siempre la
puerta, esperando la llegada del hijo ausente, ¿cuántos años lleva así la
abuela? ya perdió la cuenta, como de los nietos.
El último nieto que recuerda le dijo: “abuela”.
No supo quién era, nada más le agarro la cabeza y le dijo: “aquí hijo mirando la puerta”.
La abuela da vueltas en el cuarto con su silla de ruedas, viviendo de sus recuerdos, sintiendo un tibio aire que pasa por sus orejas.
Es la muerte que reclama lo suyo, pensó.
Tantos años lleva ya en este mundo, hasta perdió la cuenta cuando cumplió 90 años.
Nació allá lejos en un pueblito lleno de cerros y de árboles secos, con ríos sin agua, donde los zopilotes se morían de hambre, eran tiempos de la canícula, de secas sin lluvias, la gente vivía en los puros huesos, comíamos puras hierbas que salían en medio de las piedras, a veces hasta las víboras sabían sabrosas, el perro salomón, la última vez que lo vi salió en la madrugada pasra aullar, luego empezó a patalear, sus ojos se quedaron fijos, ya no regresó al jacal, era el perro de mi Gumaro, mi hijo el mayor,el que se fue allá lejos al limón con el tal Demetrio Macías, sus huaraches sacaban polvo de la tierra seca, parecía que sus uñas se tragaban el polvo que iba sacando, su espalda mojada de sudor, mis ojos lo iban perdiendo cuando bajó al Cerro del coyote, por el camino real que tronca en cruz, con el Cerro pelón y el Cerro del Muerto, se llama así porque dicen que ahí colgaron a muchos.
Los años me pesan, los recuerdos se me van.
También la vida.
Los ojos se me quedaron sin brillo, uso lentes pero ya no veo bien, cuando estornudo se me caen, mi piel se pegó mucho a los huesos, se puso negra como chapopote, será por eso que tengo muchos escalofrios, por eso cuando hace mucho frio, las calenturas me queman el cuerpo, empiezo a temblar, tapando la cabeza con las cobijas.
Mi Gumaro se fue con Demetrio a la Revolución, dice que le dijo Demetrio: “Vamos a echar bala compadre, vamos a matar pelones”.
Eso le dijo Demetrio un
día que vino, que el cielo estaba sin nubes.
Cómo le encantaba el pulque a Demetrio y a mi Gumaro.
Se acabaron casi todo lo que tenía.
La abuela gira su silla de ruedas, sus ojos se llenan de recuerdos, contempla los ladrillos rojos del cuarto, se limpia la boca, vuelve a sacar otro cigarro, se lo pone en la boca, lo prende, empieza a toser, parece que tosen los puros pulmones, lo demás de su frágil cuerpo ni se mueve, se vuelve a limpiar la boca, sus labios pegados a las encías apenas le permiten decir palabras.
La boca la tiene seca, su mano tiembla cuando se toca la frente, limpia sus lentes, su cara arrugada, como piel de iguana, surco tras surco hasta llegar a sus ojos sumidos, como si fueran dos capulines, saca el humo, tose, de sus ojos salen lágrimas, se limpia con el brazo la boca, ya sufrió dos paros cardíacos pero se recompuso y pudo seguir, se niega a morir, como también aguanto las balas de la revolución.
Fueron las últimas
palabras que le dijo Gumaro cuando se alejó por el Cerro del coyote.
Puso sus manos en las ruedas de la silla, se dirigió hacia la puerta, le recordó la puerta de madera del pueblo la que le hizo Pancracio, su esposo, el día que no tomo aguardiente. Él mismo la hizo, desde cortar con el machete el tronco del árbol, hasta lijar las tablas unirlas, y ponerle puerta a su jacal.
Pero también Pancracio cuando quiso, jaló para el Cerro pelón, ya no regresó, dejándola con cuatro hijos, una mujer y tres varones.
Entre ellos el hijo
ausente, Gumaro. “Mi Gumaro” decía llorando, él tiene que volver, me lo juró, y
un juramento es sagrado, pero tiene la culpa el tal Demetrio Macías, ese que
anda sonsacando gente quesque para la revolución.
Gumaro fue el que hizo el hoyo en la barda, para llegar a la iglesia y aventar la bomba donde murieron muchos federales arrinconados entre las bancas. Enfrente de él estaba Demetrio Macías echando bala con su rifle atravesando el pecho de los soldados.
Cuando acabó la balacera Demetrio se acercó a Gumaro y le dijo: “No pos si compadre, usted es un hombre a carta cabal”. Hizo la cruz en la mano: “Por ésta verdad de dios”.
Se fue con el “mantecas” a la cabaña de la Tía Toña a tomar aguardiente del bueno, sentados en un tronco. Ahí estaban cuando tocaron a la frágil puerta hecha de tablas disparejas.
Fue a abrir la Tía, era
el güero Margarito completamente borracho. Al ver al “mantecas” y a Gumaro les
dio un abrazo.
“Nos la pelaron los
pelones, que cueriza les dimos”. Soltaron la carcajada los tres.
El güero Margarito levantó su jarro de aguardiente.
“¡Viva Demetrio Macías,
Viva la revolución!”.
Los tres brindaron.
“A ver Tía Toña, traiga más aguardiente aquí pa mi compadre Margarito y mi otro compadre el “mantecas”, que desde ahorita ya somos compadres cómo de que no, jaja”.
Volvieron a reírse.
La noche empezaba a caer.
Pasaron las horas, las risas y los tragos.
Se dibujaba un nuevo día
con el canto de los gallos, el humo que salía de los jacales, dónde ya se molía
en el metate el maíz y se calentaba el café en el fuego.
En el campamento que ayer había triunfado, comenzó el día con un anuncio:
“Órele muchachos desayunen bien que ya nos vamos a ver a mi General Natera, ya me llegó un mensaje, nos vamos pa Zacatecas”.
Se escuchó un gran barullo: “¡Viva mi General Natera!”.
Muchos levantaron su
rifle al aire, otros echaron balas de gusto.
Para algunos ya iniciaba en día, otros apenas le llamarían la madrugada.
Los amigos se defendían de los efectos de la bebida, el “mantecas” y Gumaro tomando aguardiente en el frío de la montaña, y las luciérnagas que volaban al alrededor de ellos, las montañas se veían siniestras a esa hora, oyeron pasos, llegó un soldado con los pelos parados, todo sudoroso.
“¿Qué te pasa Palemón?” le preguntó Gumaro al soldado.
“¡Se pegó un tiro el güero Margarito, está muerto!”
Guardaron silencio por unos minutos.
Gumaro tiró el aguardiente al suelo.
“Pinche compadre, ya que le había agarrado estima”.
Ese día más tarde, cuando estaban ensillando los caballos para irse a Zacatecas, preguntó Demetrio: “¿Ontá mi compadre Gumaro?”
El “mantecas” dijo: “Se fue así nomás, hace rato lo vi que se arrancó pallá”.
Demetrio dijo: “Vámonos muchachos, el General Natera nos espera, y a mi compadre Gumaro, que la Virgen de Guadalupe lo guarde si se encuentra a los pelones”.
Nunca se supo que pasó con Gumaro, unos dicen que se fue por la vereda de huizaches secos y los magueyes, allá por las piedras negras, donde habitan las almas del purgatorio, las brujas que vuelan en bolas de fuego, las almas en pena que no encuentran reposo, allá se fue a pegar un tiro para hacerles compañía y no sentirse solo. Otros decían que se fue con Luis Cervantes a Estados Unidos para ganar dólares. Otros que se hartó de la Revolución y de ver tantos muertos. Otros que se fue a ver a su mamacita por tantos remordimientos.
La verdad solo la sabía Gumaro.
La abuela seguía viendo la puerta como la miró la primera vez hace 30 años, ya casi no veía, solo conocía la voz de su Gumaro.
Cada que abrían la
puerta preguntaba: “¿Quién vive?”
Eran las 2 de la tarde de un domingo, cuando la abuela sintió en el pecho un gran calor, como dos carbones encendidos en el pecho.
Se puso la mano en el corazón.
Sintió mucho sueño.
(Imagen de internet)