CONVERSANDO CON MIS MUERTOS

CONVERSANDO CON MIS MUERTOS

Por Martín Borboa Gómez  

(Imagen del autor)

Ha sido una vez más, el Día de Muertos, que en realidad son más de uno. Al revés del “buenos días” que decimos en plural pero solo se refiere al día que se vive, a uno.

Yo debo confesar que en mi corazón, en mi mente, en mis recuerdos gozosos o dolorosos, platico con mis muertos a lo largo del año, en julio como en abril, da igual que mes sea. Y por eso, me cuesta un poco concentrar todo el entusiasmo en una sola fecha, o apenas ese día sacar su retrato, o solo ese día poner una rebanada para tal o cual familiar. Cuando a lo largo del año compro un pay de limón de Coronado, ya sé con que vivo y con qué muerto lo voy a compartir. Cuando veo una película de vikingos, ya sé con que familiar fallecido lo voy a comentar toda una semana, cuando viajo de nuevo por carretera, ya sé a cual de mis queridos muertos llevaré en el pensamiento. Y así, cuando estoy triste, recuerdo a una, cuando estoy nervioso a otro, cuando algo me sale bien, a aquel otro. Y también platico con los vivos, no todo es tan fúnebre o espiritual. Pero a mis muertos, la verdad, los tengo presentes a lo largo del año, les comparto, les platico, los miro en fotos, los recuerdo, y qué decir de cuando llegan en un sueño, uff, ahí no puse yo nada de mi parte, la intención es toda de ellos.  

Por eso, en la época de las ofrendas, del pan de muerto, de las velas, la sal, el papel picado, etcétera, pues me tardo en comprarles y colocarles, me tardo en adornar, pues de todas formas luego me salgo a la calle a ver ofrendas, obras de teatro, a los mercados, y pues largas horas ni estoy en mi casa, y como este año se puso mejor que otros años en Azcapotzalco, y luego fui a Xochimilco, pues si vinieron a comer, oler, apreciar, largas horas no estuve en casa. ¿Mal anfitrión? No creo, pues si dejé algo para ellos. Pero no estuve para recibirlos. Difícil sacar conclusiones. Los libros y los vendedores e internet hablan de colocar cosas materiales. Pero no me dicen de estar ahí para atenderlos.    

Pero pues yo los saludo, les platico y les comparto todo el año. Les agradezco y aplico sus enseñanzas, o vuelvo a contar sus chistes, o recuerdo sus consejos, o vuelvo a notar cuanta canija falta me hacen a veces.  

Noviembre es más amplio que el Día de Muertos, y a lo largo del año tengo mis “momentos con mis muertos”, íntimos, profundos, sinceros, no nos separa ni una flor de cempasúchil, ni un pan de muerto, ni se trata solo de un banquete. Se trata de cuando veo que sigo siendo ese nieto, ese hijo, ese hermano, ese vecino, ese primo, ese tío, de quien ya se fue pero me otorgaba ese título.  

 Noviembre tiene el día 3 para festejar a mi Santo directo, a mi querido San Martín de Porres, y tiene a San Martín Caballero por el que luego me felicitan y pues yo no los corrijo, y a veces hasta me cae un chocolate o un abrazo por ahí. Luego voy por cocoles a su fiesta en Xochinahuac. Y luego de unos días ocurre la “Peregrinación de Naturales”, que este año va en la edición 492, de caminar anualmente de Azcapotzalco al Tepeyac.  Es poco más de una quincena de espiritualidad que me recuerda (aun más) a mis muertos, y la oferta creyente de volverme a reunir con ellos, y seguir conviviendo en otro plano, donde hay más luz y menos preocupación. 

Todo este recorrido quincenal, del 1 al 16, desde Muertos hasta la Peregrinación, me tiene atento a la oferta espiritual de que me puedo reunir con ellos nuevamente, y por eso, a lo largo del año, me parece natural contarles, mostrarles, quererles, sea en julio o en abril.   

En Noviembre me llega un paquete comercial de rica comida para compartir, de coloridas ofrendas por visitar, pero lo que más me importa, es el recordatorio espiritual de que los volveré a abrazar.  

En eso creo y en eso confío.   

Por eso, no soy yo quien los recibo en Noviembre… ellos me reciben a mí, a cada rato.

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