LA NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS
LA NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS
Por Adrián González Cabrera
AZCAPOTZALCOGRAFÍA.
Eran las 7:00 am del 24 de diciembre de 2024. Estaba yo
todavía acostado, dormitando, cuando sonó el teléfono ¡¡¡ring…ring…ring!!!, de
inmediato descolgué el auricular colocándolo en mi oído derecho…
—¡Hola, niño! ¿te desperté?
Al reconocer la voz de Laura, antigua compañera de trabajo,
terminé de despertar.
—¡Hola!, no me despertaste, tan solo estaba dormitando. No
me levantaba porque hace mucho frío. ¿Cómo has estado? Hace mucho tiempo no
sabía de ti. Contesté.
—Julián, he andado muy ocupada, por eso no te había llamado
por teléfono. Hoy lo hago por dos razones: una porque, hoy que es 24 de
diciembre y quiero desearte feliz Navidad; la otra, porque te vi el sábado
pasado como a las seis de la tarde, ibas caminando por el Jardín Hidalgo del
Centro de Azcapotzalco. No te hablé porque parecías llevar mucha prisa. ¿Qué
andabas haciendo por allá?
—Venía de un convivio en la Biblioteca Fray Bartolomé de las
Casas, que se encuentra a la vuelta de la casa de la Cultura. Me dirigía a mi
casa. Le dije.
—¿Y cómo te fue en el convivio? Preguntó.
¬—El convivio estuvo muy entretenido e interesante. Mary
Carmen, coordinadora del taller “Relatos de Azcapotzalco, que fue quién nos
convocó nos dirigió un muy bonito mensaje navideño a la nutrida concurrencia;
en seguida le cedió la palabra a Martín Borboa, quién nos leyó un fragmento del
libro “La Navidad en las Montañas”,
de Ignacio Manuel Altamirano. Me interesó sobremanera el libro y, ayer, lo bajé
de internet y lo leí.
—Alguna vez me platicaste de dicho autor, ¿me podrías
platicar del libro? ¿tienes tiempo? Dijo Laura.
—Por supuesto que tengo tiempo para platicarte del libro,
amiga mía. Escucha:
El libro fue escrito por Ignacio Manuel Altamirano con base
en hechos referidos la noche de Navidad de 1871 por un personaje que durante la
guerra de Reforma sirvió en las filas liberales. La dedicatoria a Francisco
Sosa —escrita por segunda vez por haberse extraviado la primera— está fechada
el 24 de diciembre de 1890 y fue incluida en la quinta edición del libro
(1891),
El libro narra los acontecimientos de tres días: 24, 25 y 26
de diciembre. Entre otras cosas, describe un cuadro de costumbres mexicanas.
Quien narra la historia es un Capitán que, por razones de la
guerra de Reforma y sintiéndose un proscrito, se mueve a caballo por las
montañas junto con su “criado” un 24 de diciembre, en donde se encuentra con el
Sacerdote (de origen vasco) de un pueblo, quien va de regreso al mismo, y que
le ofrece cobijo. El capitán acepta, y juntos inician el recorrido hacia el
poblado ubicado en un pequeño valle enclavado entre las montañas.
Durante el recorrido, el Sacerdote y el Capitán platican
acerca de sus posturas ideológicas con respecto a la guerra de Reforma,
asimismo de lo que ambos han hecho para mejorar la situación del país.
—Todos los párrocos que he conocido son alegres y vividores,
que se llaman a sí mismos “campechanos” y llevan una vida profana, alegre y
libertina, Cobran obvenciones parroquiales por concepto de bautizos,
casamientos, misas y entierros, etc. Dijo el Capitán.
—Tiene usted razón capitán, sin embargo, no es mi caso. Yo
no cobro obvenciones parroquiales. Quiero que vea los logros a partir de que
llegué a esta comunidad. Hace tres años la gente llevaba un modo de vida
lastimoso, con mala alimentación y sumidos en la ignorancia. Ahora se trabajan
mucho mejor la agricultura y la ganadería. Ahora se come pan de trigo (que es
más sano que la tortilla de maíz), carne, queso, leguminosas y diversas frutas.
Ahora contamos con un molino, con lo cual se evita que las mujeres dejen parte
de su salud empinadas tanto tiempo en el metate. Ahora tenemos escuela donde se
enseña lectura, escritura, geografía y gramática, mientras en otros pueblos los
párrocos reducen la enseñanza solo a la doctrina, además de imponer su asesoría
a la autoridad municipal, en su propio interés. Dijo el Sacerdote.
—La República se encuentra, a la sazón, agitada por las
pasiones del clero. Dijo el Capitán.
—Usted verá, Capitán, qué, aunque nosotros nos hemos visto
afectados por la guerra no hemos detenido nuestro desarrollo, pues salvo
excepciones, hemos vivido en paz, lo que nos ha permitido desarrollarnos como
comunidad. Un factor importante es que yo siempre he respetado la autoridad
emanada del pueblo. Dijo el Sacerdote.
Así de plática en plática entre el Capitán y el Sacerdote
—que hacía en su pueblo las veces de Cura, maestro de escuela, médico y
consejero municipal— el grupo llegó a su destino.
Al ingresar al pueblo el Capitán notó de inmediato el gran
respeto que el Sacerdote sentía por la gente, mismo que la gente sentía por él
(no lo trataba con la típica bajeza servil). Conoció la bonita Parroquia, donde
notó mucho orden y sencillez, ya que, a diferencia de las de otros lados, solo
tenía un altar y las paredes estaban lisas completamente (en otras parroquias
estaban atiborradas de Santos). Los pisos de ladrillo estaban muy limpios.
Estaba techada con paja. Notó además que en esa parroquia había bancos para los
asistentes, a diferencia de otros pueblos en donde la gente estaba de pie o se
tenía que sentar en el “frío pavimento de ladrillo.”
—Capitán, tiene usted que retirarse a descansar y a comer
algo. Yo lo veré más tarde en la Misa de Gallo, y, de ahí nos iremos juntos a
la casa del Alcalde a la cena de Navidad. Dijo el Sacerdote.
—De acuerdo, señor Sacerdote. Dijo el Capitán.
A las 12:00 de la noche y al sonoro repique de las campanas,
el oficio se comenzó. El incienso, que era compuesto de gomas olorosísimas que
se recogían en los bosques de tierra caliente comenzó a envolver con sus humos
el hermosísimo cuadro del altar. El Sacerdote dijo el evangelio en el idioma
natal de los habitantes del pueblo, con una voz muy tranquila cuyo acento era
para convencer.
Una vez terminada la misa de Navidad, todos se dirigieron a
la casa del Alcalde. La casa estaba muy adornada. Destacaba el heno, que
representa la vejez del año, así como las rosas la juventud. Presidían la
fiesta el Sacerdote, el Alcalde y el Maestro de la escuela.
La cena que se sirvió fue pescado, pavo, ensalada de frutas
con betabel, dulces, pan de leche con azúcar y frutas secas, pan de pueblo. La
bebida fue Vino, aguardiente y jerez seco. Se dijeron recitaciones de Lope de
Vega.
Una vez terminada la cena, el Alcalde refirió al Capitán que
el actual Sacerdote, al llegar al pueblo, le salvó la vida en ocasión de ser
acusado (por un anterior Sacerdote) de “hereje abominable y maldito de Dios.”
Dicho anterior sacerdote había azuzado a la gente a matarlo.
De igual manera, el Sacerdote refirió al Capitán el drama de
una pareja de enamorados que habían vivido tiempos desgraciados. Dicha pareja,
que vivía alejada uno del otro, se reunió en esta Navidad por instancias del
Sacerdote.
La fiesta de Navidad terminó felizmente. El Capitán se
retiró del pueblo el 26 de diciembre.
—¡Qué libro tan interesante, Julián! Después de que lo
leíste… ¿con qué te quedas? Dijo Laura.
—Me quedo con tres reflexiones: primera, “el esfuerzo paga”; segunda; “cada hora desperdiciada en la juventud,
será una hora de apuros en la madurez”; tercera, “la Navidad siempre será ocasión para derramar amor y para estrechar
alejamientos.”
-Muy bien, Julián. Me despido de ti. Muchas Gracias. Ya
tengo tema de plática para el “recalentado” de mañana 25 de diciembre. Hasta
luego.
Click.
Desarrolló:
Adrián González Cabrera
Nota:
Los diálogos y relato descritos no son fieles letra por letra a los contenidos en el libro, toda vez que son resultado de lo retenido en mi memoria y a pequeñas notas tomadas durante la lectura del mismo.