DE VOLÓN PIN PON o “EN AZCAPOTZALCO SE HABLA MUY BUEN ESPAÑOL…”

DE VOLÓN PIN PON o “EN AZCAPOTZALCO SE HABLA MUY BUEN ESPAÑOL…”

Por Adrián González Cabrera

AZCAPOTZALCOGRAFÍA.

 


(Imágenes Martín Borboa Gómez)

Sentado en una banca del Jardín Hidalgo del Centro de Azcapotzalco, auxiliándose con una pequeña cuchara de plástico, Julián  saboreaba un helado “doble” (una bola de helado de mamey y una bola de nieve de guanábana) servido en un pequeño vaso de unicel, comprado en la paletería “La Michoacana” ubicada en el mismo jardín. Julián esperaba a Rodolfo, quien le había telefoneado el día anterior para comentarle que había recibido en su casa de la Ciudad de México a una pareja de estadounidenses (Enfield y Davy), la cual estudiaba español en Estados Unidos, y había venido a México con la finalidad de practicar el español aprendido. Rodolfo había solicitado (en dicho telefonazo) a Julián fungir como guía de turistas. Tal era el motivo de la cita.

A la hora convenida de ese viernes 8 de noviembre de 2024, Rodolfo, Enfield y Davy llegaron puntuales a la cita. Rodolfo presentó a Enfield y Davy con Julián. Después de las presentaciones que el caso imponía Rodolfo se retiró. Julián preguntó a la pareja de enamorados:

—¿Qué sitio desean visitar primero?... ¿Teotihuacan… el Castillo de Chapultepec… el Palacio de las Bellas Artes…? Después de un breve silencio Enfield contestó:

—Tepito.

—¿Tepito?... preguntó Julián extrañado;

—En Azcapotzalco hay varios sitios muy interesantes que les gustará conocer, además de que aquí se habla muy buen español, agregó Julián.

—Tepito, recalcó Enfield, pues además de practicar nuestro español queremos conocer dicho sitio.

No fue posible convencer a Enfield de cambiar el sitio por visitar, por tanto, se programó para el día siguiente, sábado, a las 10:00 am, la visita a Tepito.

En el sitio y hora acordado, Enfield (que vestía una minifalda negra), Davy que vestía un pantaloncillo corto color beige) y Julián (que vestía pantalón ligero color café) se encontraron, y partieron en transporte público hacia el populoso barrio de Tepito. Una vez en él, iniciaron su recorrido por una de las orillas del mismo, en la cual aún no había muchos visitantes.

—¡¡¡Fiu fiu!!!... ¡¡¡fiu fiu!!!... ¡¡¡fiu fiu!!!, fue el recibimiento para Enfield.

—¡¡¡Tanto filete y yo chimuelo!!!, dijo otro tepiteño.

—¡¡¡Quierooo!!!, dijo un tercer tepiteño.

Una vez que se adentraron en la zona, donde ya había mucha más gente, cesaron los silbidos y alaridos. Aunque una sonrojada Enfield no entendía los silbidos ni las frases, sabía que iban dirigidas a ella, por lo cual se sentía entre inhibida y halagada.

—¿Qué querer decir eso? Preguntó Enfield.

¬—Qué eres muy guapa. Contestó Julián.

Siguieron su camino. Metros más adelante….

—¡El golpe avisa! Dijo un diablero.

—¿Qué querer decir eso? Preguntó Enfield.

—Qué tengamos cuidado al caminar. Contestó Julián

Enfield y Davy iban tomando nota (en un cuadernillo) de las palabras y frases que escuchaban, sin perder detalle.

Más adelante el diablero, muy veterano, dio un golpe a otro diablero, muy veterano también, y se armó la tremolina.

—¡A ver si te fijas, animal! Dijo un diablero.

—¿Qué…? ¿te crees muy picudo? Dijo el otro diablero.

—¡Pu’s dos que tres! ¿Qué…?, ¿la vas a hacer de tos? ¡te va a cargar el payaso! Dijo el primer diablero.

—¡Pu’s papas! ¡me vale…conmigo no la haces! Dijo el segundo diablero.

¬—¡Bájale dos rayitas, mi buen…! ¡Sábete que yo estuve en el “Palacio de Hierro”!

—¿Ah sí?, ¡pues sábete que yo estuve en las “Galletas”!

—¡Se quieren dar unos mamporros! Decía la gente.

Ambos diableros se llevaban la mano derecha a la cintura como queriendo sacar sus charrascas para apantallar el uno al otro, mientras se escuchaba que, a lo lejos, un aparato de sonido emitía las notas de una canción pegajosa de música guapachosa.

—Síguete derecho viejo, y vamos a donde le están arreando al guarache. Dijo una señora a su esposo. ¡ya vax!, dijo este.

—¡Ya no la hagan de jamón y dejen pasar, que están espantando a la clientela! ¡la neta que ya ni…!, se oyó un reclamo que provenía de uno de los puestos ambulantes.

—¡A ver, tú, el del ojo de cotorra, y tú, el de la ropa como suadero de burro, ya chántenla, ustedes se la pasan capulina rascándose la barriga mientras que uno se está sobando el lomo todo el día para conseguir el pipirín!, dijo otro comerciante, a cuyo influjo, los rijosos le bajaron a la intensidad de sus pasiones. La riña de disolvió.

La gente cuchicheaba…

—¡Los dos son rifados! Decía uno; ¡Son unos mamertos! Decía otro. ¡Se dijeron un buen de insultos, yo creí que se iban a matar! Dijo una señora.

—Esas bolitas las provocan las ratas, y si no te pones almeja, te dan vajilla. Se oyó de otro comerciante.

Una vez calmados los ánimos, Enfield, Davy y Julián prosiguieron su recorrido. Un artículo llamó la atención de ella y preguntó:

—¿Cuánto costar esto?

—Una milanesa, mi reina. Dijo el comerciante.

—Mí no entender. Dijo Enfield ¿Cuánto costar aquel pulseras amarillo?

 —Te la dejo en un ojo de gringa, lindura. Nada más por tratarse de ti, contestó el comerciante.

—Me parecer caro. Dijo Enfield.

—¿Te parece cariñoso cincuenta varos?, ¡Chaaale, si no estás en la Meche, m´hija! ¡No soy ningún manchado!... ¿No quieres medirte estos cascorros? Están varas, chanzón te animes. Dijo el comerciante.

—No gracias, dijo Enfield, me llevo el pulseras, a la vez que extendió la mano derecha en la que tenía su tarjeta de crédito, para pagar.

—No acepto tarjetas de crédito; me tienes que pagar al chaz-chaz.  Dijo el comerciante.

Finalmente, Davy pagó en efectivo.

Enfield, Davy y Julián continuaron su recorrido sin más vicisitudes. Después de caminar entre los comerciantes por un buen rato, Enfield dijo:

—Ser bueno irnos retirando, porque yo tener hambre.

Davy y Julián asintieron.

—Señor, ¿en donde hay un buen negocio de comida típica? Preguntó Julián a un comerciante. Después de algunas recomendaciones emitidas por este último, repentinamente Julián exclamó:

¡¡¡Ya sé!!! ¿no les gustaría comer unas “Gaoneras”?... Los invito a comer al Centro de Azcapotzalco.

—¡Aceptamos, pero nosotros pagamos! Dijeron Enfield y Davy.

—¡Tendrán que tomar un rufo para que lleguen de boleto! Dijo el comerciante.

Abordaron un taxi, cuyo chofer dijo:

—¿A dónde van?... porque ya es hora de mi chivo. Al conocer el destino del viaje, expresó:

— ¡No se preocupe mi seño, ahorita nos vamos tendidos como bandidos y llegamos de volón pin pon!

 

A las seis de la tarde Enfield, Davy y Julián se encontraban en el centro de Azcapotzalco, cómodamente sentados en una de las mesas del “Mesón Taurino”, observando las cabezas de toros colgadas en la paredes del restaurante y degustando unas riquísimas “Gaoneras” acompañadas de tortillas recién hechas, cebollas y salsa de tomate, cuyo sabor acidito hacía segregar saliva a las papilas gustativas y, por supuesto, de un buen tarro de cerveza de barril oscura.

El tema de la plática fue la “pureza” del lenguaje utilizado por la gente de Tepito. Enfield y Davy sacaron de sus mochilas el par de cuadernillos en el que habían anotado las palabras y frases escuchadas en dicho lugar para preguntar a Julián respecto a la interpretación de las mismas. Después de terminar de explicar las interpretaciones, Julián dijo:

—Lo reitero: en Azcapotzalco se habla un buen español.

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