QUINCEAÑERA

QUINCEAÑERA

Por Martha Caty Aguilar Rodríguez


Era largo el camino hacia la escuela primaria Leyes de Reforma.

Mis primos y unos vecinos hijos de las hermanas Shomar, en donde rentaban mis papás un departamento.

Mi mamá nos apuntó en esa primaria porque ahí se acompañaba de sus amigas.

Yo siempre le reclamé porque la escuela nos quedaba más lejos y por lo tanto nos levantaban más temprano para llegar a tiempo.

¡Corran corran ya es hora!, decía mi mamá mientras mi hermano y yo estirábamos las cobijas tapando nuestra cara.

¡Cinco minutos mamá!

Después de levantarnos, poníamos el uniforme escuchando la hora “Haste Haste la hora de México”.

Y una canción que decía: “Tienes que ser un niño tienes que ser un niño para ir al cielo”.

En el camino nos encontrábamos a nuestros primos que vivían a la vuelta de mi casa.

A la salida de la escuela, cuando no venían por nosotros, nos juntábamos toda la chamacada para regresar juntos.

Pasábamos por las vías del tren y siempre veíamos a una mujer indigente.

Ella traía un vestido que posiblemente encontró en la basura.

Era de alguna quinceañera.

El vestido ya estaba sucio y un poco rasgado, y un sombrero del mismo color del vestido, parecía pantalla de una lámpara.

Contaba el señor de la tiendita de la esquina de la escuela, que la mujer perdió a sus padres en un accidente justo una semana antes de su fiesta de 15 años.

Todos los chiquillos le gritaban ¡QUINCEAÑERAS!, ¡QUINCEAÑERAS!

Mientras ella nos correteaba con alguna lata  botella ó piedras que encontraba en las vías.

Los niños más grandes agarraban de la mano a nosotros los más pequeños para correr, y  que no nos alcanzara alguna piedra.

Ahora que lo pienso siento que de cierto modo era algo cruel de nuestra parte, porque no sabemos la tristeza y el deseo de no haber tenido su fiesta de 15 años.

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