LAS DOS OFELIAS, una historia musical

 

LAS DOS OFELIAS

Una Historia Musical


Por Adrián González Cabrera

 

AZCAPOTZALCOGRAFÍA.

 


Desde 1973 tenía yo amistad con la señora Ofelia Mendoza y sus dos hijos, en razón de ser ella tía de la esposa de un primo mío. Ellos vivían en la Colonia Clavería y yo en la Colonia San Álvaro, ambas en la entonces Delegación Azcapotzalco.

«¡Hola, Julián!, ¿cómo has estado?» me dijo la señora Ofelia al encontrarnos al mediodía en la calle Grecia de la Colonia San Álvaro, esa tarde de junio de 1975 (yo tenía entonces 23 años de edad). La señora Ofelia, de unos 45 años de edad, iba con su hija «Yeya» (Ofelia, también) de unos 21 años de edad. Me ofrecí a acompañarlas a su casa ubicada en la calle Atenas, Colonia Clavería, muy cerca del Jardín de San Álvaro. Aceptaron —la calle Atenas divide las Colonias San Álvaro y Clavería, por lo que su acera norte pertenece a Clavería y la acera sur, pertenece a San Álvaro.

Caminamos un par de cuadras bajo un calor intenso.  Al llegar a su casa, me invitaron a pasar. Era una casa de un nivel muy bonita, con arcos de medio punto en las ventanas, con la fachada pintada en color verde musgo y los barandales de fierro pintados con esmalte rojo oscuro. La casa fue construida más o menos en los años 1930s, muy alta de techos y con muros gruesos pues fue edificada con bloques de tepetate y tabique de barro recocido. Los pisos eran acabados con duela de madera de encino. Tenía la carpintería original, por lo que las altas ventanas, de dos hojas, tenían a su vez, dos hojas al interior, mismas que hacían las funciones de cortinas. Era una casa con «personalidad», muy silenciosa, que generaba serenidad y frescura.

Detalle de las ventanas de fachada
(en proceso de demolición)
Fotografía por el autor 2025.

 

Me invitaron a pasar a la sala, y al caminar, el piso de duela de encino empezó a emitir lastimeros gemidos producto de su reacción al ir recibiendo el peso de mi cuerpo a través de mis pies.

Al encontrarme al interior de la sala y sentarme en uno de los sillones, tuve la sensación de haberme trasladado 100 años en el tiempo, pues los muebles eran de estilo Luis XVI tapizados con tela color beige con motivos rojos (el mobiliario ya reflejaba cierta edad). En un muro de la sala (pintado de color marfil) colgaba un marco horizontal de madera producto de un buen trabajo de ebanistería, acabado con laminilla de “pan de oro”, muy bonito, de unos 80 x 60 cm; dicho marco contenía una fotografía a colores en la cual estaban juntos los cuatro miembros de la familia (los padres y dos hijos). Había un caballete con un lienzo (montado en un bastidor de madera de pino de aprox. 60 x 40 cm, en posición horizontal) con una pintura al óleo en proceso, casi terminada. Recuerdo que era un paisaje en el que dominaban los colores amarillo, naranja y café.  Asimismo, se encontraba un piano (no de cola). Cuyo acabado era laca brillante color café casi negro, con su banco.

Julián, ¿gustas un vaso con refresco de cola?, pregunto la señora Ofelia. Acepté. Me pareció que yo debía iniciar la plática preguntando algo relacionado con la pintura montada en el caballete. La señora Ofelia me explicó los progresos que ella había logrado en un año de tomar clases de pintura. Me mostró otros cuadros que había pintado. En cuanto terminó su explicación pictórica, me platicó de los logros musicales de su hija, que desde temprana edad había tomado clases de piano.                    

«”Yeya”, ¿por qué no tocas una pieza ‘padre’ en el piano para que Julián la escuche?, sirve que conocemos su opinión musical.»

Al abrir «Yeya» la tapa del teclado del piano de fabricación alemana, apareció un conjunto de teclas, unas de color marfil, un poco amarillentas por el paso del tiempo, y otras negras. Su aspecto era melancólico. Recuerdo que «Yeya» tocó al piano dos piezas musicales de Federico Chopin (eso me dijo). Escuchar ambas piezas musicales en ese ambiente fue algo delicioso. Mi opinión debió generarles muchas dudas, pues yo no tenía los conocimientos musicales para calificar su ejecución. Sin embargo, creo que aparentaron recibir de buen agrado mi opinión.

«Yeya» me comentó que sus conocimientos musicales le habían ayudado en el aprendizaje de las matemáticas (ella estudiaba Ingeniería Industrial), «pues la música es matemáticas sonoras», dijo, «te sugiero que cuando vayas a un concierto de música clásica, la escuches con los ojos cerrados.» Yo no desaproveché la ocasión y dije «de igual manera, la arquitectura debe ser música sólida» y que «hay edificios “mudos”, los hay que “hablan” y los hay que “cantan”.»

Asimismo, dijo: «creo que, médicamente, es recomendable que una persona que rebasa los sesenta años de edad: estudie un segundo idioma; practique juegos de estrategia; escuche música clásica. Ello para estimular la interconexión neuronal y retrasar el Alzheimer

De igual manera, me platicó que una «cantata» es una pieza musical escrita para ejecutarse acompañada de una o varias voces, y que en los hombres la gama de sonidos producidos se denomina «bajo» (de 163 a 580 vibraciones dobles por segundo); «barítono» (de 217 a 690 vibraciones; «tenor» (de 290 a 976 vibraciones). En las mujeres se llama «contralto» (387 a 1381 vibraciones); «mezzosoprano» (de 488 a 1740 vibraciones; «soprano» (de 517 a 2,069 vibraciones). Fue algo que yo no entendí, sin embargo, aporté que en el diseño original de las «Torres de Satélite», su autor, Mathias Goeritz había incluido instalar en las esquinas superiores de las torres, flautas y silbatos que se activaran con viento. Finalmente, las torres fueron reducidas de tamaño y privadas de esos elementos musicales. Asimismo, agregué que Miguel Ángel Buonarroti verificaba el correcto diseño y construcción de una cúpula recién construida, palmoteando las manos al interior; el sonido «rebotado» le informaba de la correcta ejecución de la misma.

«Yeya» también me comentó que terminando su carrera iba a intentar conseguir una beca para estudiar una maestría en Francia —con el tiempo, al terminar su carrera ella se fue a Francia a estudiar una maestría: se casó en Francia con un francés; regresó a México casada; tuvo dos hijos, y finalmente se fue a vivir a Guadalajara a trabajar. Se divorció, su exesposo regresó a Francia y ella se quedó en Guadalajara con sus dos hijos.

 

Esa visita a la casa de «las dos Ofelias» me dejó un recuerdo muy bonito, pues me dio mucho gusto saber que ellas practicaban 2 de las 7 Bellas Artes y me dejó enseñanzas

 

Desde aquel día yo procuré asistir, en la medida que pudiera, a los eventos de música clásica que ofrecía el Gobierno del entonces Distrito Federal o Gobierno Federal. El sexenio del presidente José López Portillo y Pacheco (1976-1982) fue muy abundante y rico en ese sentido.

La casa de «las dos Ofelias» al paso del tiempo fue abandonada. Fue invadida. Los invasores fueron desalojados. Hoy en día en la casa vive una persona para cuidarla. La casa se encuentra parcialmente demolida. Solo sobrevive «Yeya», quien vive en Guadalajara.

Entradas más populares de este blog

TRES TEMPORADAS DE FANTASMAS EN LA UNIDAD TLATILCO, AZCAPOTZALCO, CDMX

MUJERES CRONISTAS DE AZCAPOTZALCO, CDMX (primera parte)

VIERNES DE DOLORES