EL LÍDERC / EL DON
EL LÍDERC / EL DON
AZCAPOTZALCOGRAFÍA.
El
Lidérc
Proemio
La poesía de la
noche tiende a aparecer cada vez menos en mi mente. Las primeras noches de vida
me parecían tan insondables, pero conforme mi propia vida avanza, extraño los
mediodías soleados. Pero no se confunda mi mente, aun amo la noche, sobre todo
las noches de Azcapotzalco. Y ese hombre se siente también que ama la noche,
por eso decidí ayudarle.
Jordan sentía la sed desde la noche anterior, por eso lo llevé a la calle para enseñarle a ser. Los novatos tienen errores y eso puede acarrear problemas, además de que, contrario a lo que se piensa, no es necesario matar para alimentarse. La mayoría de las personas ni cuenta se dan que fueron alimento. Las marcas en las manos o el cuello son cosa de películas o novelas románticas. La forma más efectiva de aspirar sangre caliente y viva es de atrás de la oreja, aunque para sacar mayor cantidad y rápido puedes morder detrás de las rodillas. Las marcas son casi imperceptibles, y puedes encontrar ebrios y parias tirados en la calle durmiendo muy regularmente.
Aquel hombre no era por mucho el prospecto ideal, pero deduje su peligro. Primero no confió en nosotros por el terrible estado de mi acompañante. Uno de nosotros puede estar sin beber, por varios días sin siquiera sentir la sed, pero cuando pasa, es insoportable. Tus ojos arden y empiezan a tomar un color rojizo hasta que la sed es agónica y toda la esclerótica (*) se ennegrece por la sangre coagulada en los vasos reventados. Igual pasa cuando acabas de… nacer de nuevo.
Queríamos estar cerca del hombre para evitar su muerte, pero trató de huir al ver los ojos de Jordan. La desesperación lo hizo levantar la mirada y eso aterrorizaría a cualquier mortal. Trató de huir en su vehículo y ahí le dispararon, así que al estar mortalmente herido, dejé que Jordan se alimentara hasta casi la muerte, que yo mismo detuve al darle de mi propia sangre al desgraciado moribundo.
Lo tuvimos que
dejar a su suerte pues se acercaba una chica y un automóvil. Ya más tarde
pudimos platicar con él, acerca de su nueva condición, y entonces fue que lo
llevamos a nuestra casa.
Perdón por no presentarme, soy Marcial León, nací en la calle del Indio Triste en la ciudad de México, el 14 de octubre de 1724, tengo el aspecto de un niño de 12 años, pues a esa edad fue que conocí el… digamos, don. Mis padres murieron de la peste negra en el año de 1736.
Llegamos a la casa de mi familiar aquí mismo, en una casa antigua de Azcapotzalco.
Vivimos en el viejo tapanco de la casa que hace también como de bodega. Él es dueño de una funeraria que está enfrente. Ya todo está muy cambiado desde que llegué a esa misma casa el año en que murieron mis padres. Nos abre Manuel, mi ‘sobrino-tataranieto’ de 70 años.
El hombre rescatado tiene curiosidad de saber quiénes somos y le narro mi historia. Aquí está para usted también, amable lector.
* Esclerótica
- Es la cubierta exterior blanca y resistente del ojo que, junto con la
córnea, forma la pared externa del globo ocular.
El Don
“No des a nadie lo que te pida, sino lo que entiendas que necesita; y soporta luego la ingratitud.”
Miguel de Unamuno
(2012)
Preámbulo
No me agrada Azcapotzalco, por peligroso, ya hasta se me olvidó a quién espero, pero esos dos tipos en la acera de enfrente me están poniendo nervioso.
La seguridad que me da el estar dentro de mi camioneta no me convence completamente de dejar de verlos, aunque sea de reojo, creo que algo planean, definitivamente porque de forma esquiva pero evidente, voltean hacia donde estoy estacionado. A pesar de ser de noche, la calle está iluminada y se ven algunas personas caminar. Pero es bien sabido que a los maleantes les importa poco ser vistos por la gente común.
Me distraen por un momento unos golpecitos que oigo en la ventana de mi puerta y de lado contrario a la que estoy vigilando; veo a un par de niños de entre 12 y 14 años que están afuera, uno de ellos, que viste una sudadera blanca y unos jeans, se sonríe y me dice con una seña que si puedo bajar la ventana. El otro, más alto y callado, usa una chamarra negra y una gorra de beisbolista, manteniendo su mirada hacia abajo. Nada raro se ve en la presencia de los chicos, pero la precaución de los sospechosos de enfrente me hace desconfiar y solo bajo el cristal unos cuatro o cinco centímetros.
@ Buenas noches, disculpe ¿nos puede ayudar? Sabe, estamos esperando a alguien que nos iba a llevar a nuestra casa, pero no ha llegado y se está haciendo tarde, si usted nos lleva, aunque sea a una estación del metro nos haría un gran favor, no tenemos dinero, pero podríamos ayudarle en lo que usted quiera…
Hasta ese momento me percaté que el otro niño no sonreía, solo se limitaba a ver al piso y escuchar lo que su compañero argumentaba. El primer niño tenía una mirada extraña la cual también me di cuenta de ella hasta que dejó de hablar. Era algo raro…
@ No crea que le queremos quitar su tiempo, señor, pero aquí es un barrio peligroso – dijo mientras señalaba con la barbilla a los sospechosos que ahora estaban en la contra esquina viéndome directamente.
Volteé a ver rápido a los tipos esos que ahora tenían una actitud más amenazante, y al regresar la mirada a los niños, vi algo que me hizo sentir muy nervioso: el chico de mayor estatura, el que no hablaba, tenía la mirada deshumanizada, con los ojos completamente negros, sin esclerótica.
Cuando el chico amable, se dio cuenta que vi los ojos sin fondo, trató de decirme algo que no entendí.
@ Señor, aunque sea déjennos entrar a su coche, es que… hace frío y… señor, si no nos da permiso no podemos entrar a… ayudarle…
La frase me puso en alarma de solo de escucharla, pero mi mano prácticamente estaba quitando el seguro de la puerta de atrás y buscaba la manija para abrirle, como si actuara por voluntad propia. El chico mayor callado, bajó la mirada y se estaba preparando para subirse cuando oyó que mi mano quitaba el seguro. Pero inmediatamente reaccioné, volví a poner el seguro y me disculpé no recuerdo de qué forma, pero atiné a decirle que tenía prisa y me iba lo más pronto posible.
Encendí el motor y aceleré. Sólo alcancé a escuchar como gritaba el niño enojado o alarmado, alguna cosa que ignoré. Un golpe seco en el pecho y un ruido explosivo me dejaron fuera de sí. Me perdí en el espacio y tiempo.
El Lidérc (Cont..)
I
1736
Mi tío Miguel, el hermano menor de mi padre se acababa de casar con una húngara llamada Isabel o Erzsébet en su idioma materno. Y había heredado la hacienda granjera de mi abuelo, una pequeña finca cerca del centro de Azcapotzalco. Mi tío era muy trabajador y en ese momento ya era dueño de una pequeña fortuna, con la cual compró una casa en el centro del entonces pueblo. También tuvo la posibilidad de mandar traer a su futura esposa desde Europa. Mi padre no supo administrarse tan bien pues no sintió la necesidad de ello. Tuvo la posibilidad de estudiar abogacía y ejercerla.
Cuando fui a vivir a la casa de mi tío, la modestia me hacía actuar como un sirviente, pues mi padre me había enseñado que la humildad es la gran virtud entre los hombres. Mas mi tío nunca soslayó la responsabilidad de hacerme una persona de bien. Su dolor por la muerte de su hermano no era mayor que la del sentimiento de impotencia por no poder engendrar un hijo con su bella esposa. Cuando conocí a la nueva tía en la boda, me dio cierto temor la mirada azul fría que poseía, sin mencionar su tez blanca casi lechosa, debido seguramente a su procedencia.
Al mudarme con ellos, su actitud franca y su natural ingenuidad por las cosas del país le hicieron acercarse más a mí. Ahí donde todo lo consideraba tierra de salvajes, el tener a un niño que además era familiar la reconfortó.
La hacienda de mi tío fue la mejor manera para iniciar mi vida en el trabajo. Ahí se sembraba maíz, trigo y pastura de caballos, alfalfa. Faenaba con otros peones, la mayoría de origen indígena, otros de los llamados mulatos y mestizos. Mi tío nunca hizo diferencia entre ellos, pues su vida nunca trajo baja estima hacia los hombres, cualesquiera que fueran sus razas. Pero la debilidad por su mujer era única. No la amaba por su raza, sino por su espíritu. La colmó de joyas un tanto excéntricas, a mi parecer.
La tía Isabel era un primor. A pesar de ser 7 años menor a ella, tenía casi su estatura, lo cual nos hizo ser cómplices en travesurillas como robarnos la fruta del mercadillo del pueblo. Normalmente la regalábamos a los chamacos que corrían afuera de la casa.
Pero llegó la peste también a este hogar luego de unos cuantos meses después de mí. Sinceramente me sentía culpable que la tía Isabel se hubiera enfermado. No conocía a nadie que se hubiera contagiado y hubiera sobrevivido. Mi tío gastó tanto en ella, que médicos y curanderos iban y venían a la casa. Fue tanto el gasto en dinero y en tiempo, que empezaba a descuidar la hacienda. Pensé que, si había alguna forma de pagarle el haberme recogido en su casa, era haciéndome cargo mientras él estaba ocupado. No quería decirlo, pero sabía de antemano que la tía estaba condenada.
En efecto, murió la esposa de mi tío casi dos semanas después del contagio. Un día antes de fallecer, la fui a ver para platicar con ella. Al parecer, tenía presente su destino pues cuando nos despedimos me dijo – gyermek(1), mi fiú(2), no temas por mi maldición, algún día te daré un regalo que me fue dado por la familia de mi anya(3)-. Le pregunté qué regalo era ese y solo se limitó a decirme que me daría el espíritu del Lidérc.
Al sepelio no fue casi nadie, seguramente por el rumor de que murió por la peste. El temor en esa época era generalizado y plenamente justificado. Yo no podía faltar, pues mi nuevo tutor se sentía tan mal que no dejaba de llorar, algo muy difícil de ver en un hombre para entonces. Mas, siendo un criollo rico. A mi tío no le importaba, el murió un poco en ese momento. Yo también lloré, pero, más por recordar mis propias pérdidas.
Los días siguientes mi tío no salía de la pulquería cercana. Bebía y no llegaba a dormir toda la noche. Varias veces lo tuve que ir a recoger con el peón José a la entrada del ínfimo local bordeado con tablas que servía de negocio al vicio del maguey. Un día que iba a laborar a la hacienda, me encontré con el indio Juan Anguiano Coyotl, el curandero-nahual, quien con su semblante duro y misterioso me dijo que alguien ya andaba por la vereda de la vida cuando debió irse al lugar sin puertas ni ventanas. Me señaló la calle que daba al panteón y dijo el nombre de mi tía –la niña Isabel fue y vino de Mictlán, hay que regresarla o traerá muerte -.
-Viejo loco-, pensé. Cuando llegué al casco de la hacienda en la puerta estaba el peón José, quien fungía de capataz, sentado afuera. Su mirada tenía miedo. Me dijo que ahí andaba la difunta doña Isabel penando. Los demás peones salieron corriendo por la noche de ayer y juraron no regresar hasta que se desterrara la peste del pueblo. José me dijo que solo me estaba esperando para darme la llave del candado de la puerta mayor para irse a su jacal y que lo disculpara, pero ya no iba a regresar. Que lo disculpara también con mi tío.
Las dos consejas no me ponían sobre aviso de
nada. Antes bien pensé que estos “indios” nunca saldrían de su ignorancia hasta
que aprendieran a leer. Entré a la hacienda y me di cuenta de que mi trabajo se
había multiplicado; era imposible acabar con la faena uno solo, así que hice lo
que más pude y decidí ponerle punto final al caso yendo al cementerio de la
iglesia de Los Apóstoles a comprobar que mi tía descansaba en el lugar donde la
dejamos apenas hace unos días.
Terrible caso el de los ladrones de tumbas. Sabía que eso pasaría cuando la enterraron con todas sus joyas. ¿Pero quién? Habíamos estado solo cinco personas en el sepelio, mi tío, el padre Santiesteban, el enterrador que nunca la vio dentro del ataúd, el peón José que era el más leal entre los hombres de mi tío, y yo. Definitivamente el cuerpo de mi tía había sido profanado por algo tan vulgar como el robo. Aunque la amenaza de la peste había mantenido a raya a muchos salteadores y ladrones en otras tumbas.
Llegué algo tarde a la casa de mi tío quien estaba sentado en la silla de su recamara, dormido. Había estado pidiendo dinero para beber y para jugar cartas, lo supe de entre los pocos pobladores que se arriesgaban a platicar conmigo cuando pregunté si sabían algo de la tumba de mi tía. Lo peor de todo es que se lo pedía a un prestamista usurero llamado Fermín, un tipo sin escrúpulos que desde siempre trataba de quedarse con su hacienda. Al día siguiente desperté y me di cuenta de que mi tío estaba enfermo de algo grave. Inmediatamente pensé en la peste. Platiqué con mi tío sobre el cuerpo de mi tía, pero debido a su estado, parecía no entender mis palabras, así que decidí llevarlo a la hacienda para cuidarlo, además de poder trabajar para tratar de vender algo de cosecha y pagar su deuda.
Por una semana, pudo descansar mientras yo le velaba el sueño. Por las mañanas cortaba algo de cosecha, y por las tardes la recogía y la empacaba. Dormía hasta el crepúsculo cuando le daba un remedio recetado por el doctor de la comunidad para reponer a mi tutor. Era lo único que podía hacer. Para la siguiente semana mi tío se pudo poner de pie, y empezó a reponerse. Definitivamente no era la peste, respiré.
Una noche en que cuidaba a mi tío convaleciente, escuché un ruido cerca de su ventana, abrí una hoja y me asomé a la obscuridad de la noche. Escuchaba el movimiento del aire en los árboles, pero nada más. Cerré la ventana y me volteé a ver a mi tío. Un enorme bulto negro satín estaba encima de él. Grité y el bulto se volvió hacia mí. Era mi tía, pero convertida en algo que parecía ya no ser la misma persona. Tenía los ojos totalmente negros. Su cara era espectral y su expresión me espantó tanto que mi conciencia se desvaneció.
Supe después por mi tío, que él se despertó y gritó que me dejara en paz. Vio entonces medio incrédulo el espeluznante ser que acababa de impresionarme, aunque no la reconoció como mi tía. Voló el espectro sombrío hacia la ventana atravesándola sin romperla y solo moviendo intensamente como por aire las cortinas que la cubrían.
1- Gyermec – Niño
2-
Fiú – Hijo
3-
Anya – Madre.
4-
Lidérc
– Espíritu o demonio
húngaro que posee a los muertos.
El Don (Cont..)
Capítulo I
La luz monocromática me despertó porque me daba directo a los ojos. Me dolía la cabeza y sentía ascuas como si acabara de vomitar y con un sabor herrumbroso en la boca que me produce náuseas. Deduje sin mucho pensar, que acababa de devolver el estómago apenas. No recordaba nada desde que me despertó la luz del faro callejero. Me trato de levantar, pero me duelen también mis brazos y piernas, como si me acabaran de golpear. Las articulaciones me duelen también. ¿Qué hago aquí?
La confusión se convierte en incertidumbre al forzar mi memoria para recordar que había pasado; y la incertidumbre se vuelve miedo al querer recordar quién soy y no tener en mi cabeza ni un dato. El horror se apodera de mí cuando me doy cuenta que es como si yo mismo estuviera borrando mi memoria al esforzarme en recordar, como un sueño que se olvida al despertar por la mañana… ¡¡¡Pero estaba olvidando quién era yo!!!
Por fin pude incorporarme para más o menos quedar sentado en una banqueta gastadísima por el caminar de los peatones. Mi camisa estaba agujereada en el pecho y llena de sangre seca, pero no supe de donde pudo haber salido, pues me toqué el pecho y estaba sin heridas aparentes. El dolor era en las piernas. Los brazos me pesaban como si me los sujetaran.
Entonces caí en cuenta que no era simple dolor, era como si me ardieran desde dentro. Como cuando dejas de respirar y sientes que te hace falta el oxígeno en las extremidades. La garganta me seguía ardiendo con la sensación de herrumbre. El dolor de cabeza se volvió mareo y la mirada me jugaba bromas de colores intensos y fluorescentes. Debía de estar enfermo o drogado. ¿Pero por qué?
Estuve así sentado hasta que los síntomas se hicieron un poco tolerables. Me puse de pie, tambaleante. Caminé con miedo a caerme, pero sorprendentemente mi paso era firme y tan ágil como nunca pensé que podría caminar. La calle donde estaba era completamente solitaria, veía algunos automóviles estacionados y estaba completamente iluminada.
Los colores no dejaban de ser intensos, pero ya veía con mejor definición. Seguramente ya estaba pasando el efecto de lo que sea que hubiese tomado.
Una chica camina hacia mí sobre la banqueta a toda prisa cargando una mochila, y al parecer trata de evitar algo o alguien, pues voltea con insistencia hacia atrás. Viene a unos diez metros, pero no comprendo cómo es que puedo verle perfectamente hasta sus facciones. Atrás de ella viene un taxi que da la vuelta a la esquina por donde ella misma venía. El taxi avanza lentamente al paso de la jovencita. Ninguno se percata de mí, pero inmediatamente me doy cuenta de que aquel ‘predador’ va a atacarla. Me hierve la sangre como no pude haberlo sentido antes, estoy seguro. Los dolores ya no se sienten casi y empiezo a caminar al encuentro de ambos.
Del maltratado vehículo de alquiler se baja un hombre obeso y mucho más alto que yo, diciéndole de manera soez a la chica que se suba al taxi, que él la lleva a su casa. Inexplicablemente puedo ver las intenciones desbocadas del energúmeno. La chica quiere correr, pero se desbalancea debido al peso de su mochila escolar y cae de cara al concreto. El gordo asaltante cae sobre ella y trata de quitarle la ropa. Con una velocidad endemoniada que no advierto, corro los metros que me separan de ellos y estando tan cerca, por una breve milésima, no imagino porque aún no han advertido mi presencia.
Sin pérdida de tiempo pateo el cuerpo del salvajizado truhan, que sorprendentemente sale disparado a unos metros de la chica.
@ ¡¡Eres un animal!! -Mi voz suena cavernosa; no creí ser yo quien hablaba al escucharme-.
Me acerqué al taxista y mi cara se iluminó por una luz que se escapaba de no sé dónde. No me imagino cómo, pero causé tanto miedo al atacante que solo me vio y se orinó encima.
@ ¡¡Ay diosito!! ¿¿Quién eres tú?? – Me gritó-.
Tenía tantas ganas de que pagara lo que le impedí hacer, que lo levanté del cuello con una mano y lo comencé a estrangular. ¡¡¡Caray, mi fuerza era increíble!!!
@ No le haga nada, señor, por favor… es mi vecino…
@ ¿Tu vecino?
@ Si, no sé por qué me quería lastimar, si conoce a mis papás…
El obeso tipo chillaba rogando que no lo golpeara, ridículo, pues era mucho más corpulento que yo.
@ -Ya lárgate-. Le solté el cuello y se fue arrastrando a una distancia donde creyó estar a salvo y se levantó para proferirme algunas maldiciones mientras corría alejándose más, escudándose en la distancia que ya había entre nosotros.
Me dirigí hacia la niña y le pregunté si estaba bien. Ella se me acercó y me miró con cierto horror. No creía tener tan mala pinta, pero de cualquier forma volteé apenado mi cara a un lado y le aclaré que no tenía nada que temer de mí, pues la había visto que estaba en peligro desde que dio la vuelta a la esquina.
@ ¿Señor, se siente bien? Lo veo muy pálido y sus ojos están muy raros, como todos rojos…
¿Mis ojos? Los sentía raros, pero no me dolían ni nada. La muchachita se me acercó y me tocó. Sentí mucho amor por ella. Incontrolablemente desee abrazarla, pero mi poca conciencia me detuvo cuando ya casi la tenía a unos centímetros de mí. Tuve la misma sensación que cuando tuve el cuello del desdichado y estaba por matarlo.
@ Sabes, no sé quién soy, ni que hago aquí… podría ser alguien peligroso… mejor ya vete, pues es tarde y si regresa el gordo ese por su taxi, tal vez ya no esté para ayudarte…
La niña recogió su mochila y medio peinó su cabello con las manos, se echó a andar por la calle y apenas murmuró un “gracias”.
El Lidérc (Cont..)
II
La peste
La gente dejó de salir a la calle, más que para lo esencial, las ventanas no se abrían ni para vaciar los orinales, solo los indios puros se arriesgaban a salir para hacer extraños rituales a figurillas desenterradas de sus propios patios, ocultados ahí, seguramente por sus mismos padres o abuelos en época de la guerra de mexicanos contra peninsulares. Su temor era mucho mayor que el nuestro, pues su población mermaba cuatro a uno en comparación con criollos o mestizos. Puede ser que pensaran que sus dioses los castigaban… no lo sé.
Mi tío fue a ver al padre Santisteban, severo párroco de la Iglesia de los Apóstoles, para confesarse y pedir consejo. Después de la amonestación crítica por no haber acudido a sus deberes eclesiásticos, el hombre ético se sorprendió por el relato espectral, pero, acostumbrado a las prácticas espiritistas de los brujos de San Juan, aconsejó a mi tutor usar cruces de plata santificadas por él mismo contra lo que sea que lo haya espantado.
@ Demonios de estas tierras no podéis vencer la cruz del Sacrosanto Hijo de Dios, ni por más poderosos que fueren, comparados con los del viejo mundo- sentenció.
Más tranquilo, salió ya anocheciendo del templo, armado con el poder del cielo aferrado a sus manos. La protección celestial no podría ser tan poderosa para protegerlo de lo que le esperaba.
Caminaba entre los callejones y sintió una sombra dar vuelta en un recodo cercano. Los nervios se empezaron a apoderar de su mente, y empezó a caminar más rápido. A la vuelta de la esquina de su casa escuchó claramente un murmullo de pasos detrás de él… caminó más rápido, pero el ruido de los pies se oyó más cercano. Creyendo que su último recurso sería la cruz, la empuñó hacia el ruido esperando que cualquier fantasma o espíritu se alejara con su presencia. Un enorme bulto le arrebató la cruz y con un grueso leño le golpeó la cabeza.
Mi tío despertó más tarde para darse cuenta que estaba atado a una silla dentro de un cuarto totalmente oscuro. De inmediato escuchó unas vocecillas que venían de un punto indefinido pero cercano, y totalmente humanas. Tardó un poco en acostumbrarse a la penumbra y alcanzó a definir a un tipo enorme y ancho que identificó como Gervasio, el salvaje negro que había sido esclavo de un rico portugués que conoció de niño. Gervasio había sido liberado al fallecer su antiguo dueño, y sin saber hacer nada, se alquilaba para dar golpizas y cumplir amenazas. Nunca hubiera golpeado a mi tío por cuenta propia y pronto adivinó que el ladino Fermín era el que estaba detrás de su secuestro. Los murmullos se hicieron reconocibles. Ahí mismo estaba Fermín.
@ Ya sabes quién soy, ¿verdad León? Sabes que no puedo cobrarte de otra forma, infeliz… necesito el dinero que te he prestado, pues me tengo que ir de este país… me lo das? ¡¡¡O te lo tengo que sacar a palos!!! Bien, mi amigo Gervasio puede darme una buena ayudada para exprimirte los huesos…
Golpe en la cara. Las enormes manos del exesclavo parecían dos rocas. Otro golpe. Mi tío nunca había sido agredido con tanta fuerza. Al tercer impacto sintió fluir la sangre por su nariz y boca. Sabía que no aguantaría mucho consiente, así que trató de hablar:
@ No tengo dinero, Fermín, me lo acabé con mi esposa, pero tengo mi hacienda, te la doy si quieres…
@ ¿Para qué?
Aquí nada vale un céntimo de nada con la plaga. Dame las joyas de tu difunta.
Se dice por ahí que fuiste a sacarlas de su tumba. ¿¿Dónde están?? Dámelas y
daré por saldada la cuenta…
Otra andanada de golpes. Fermín aconseja al negro golpearlo en el vientre para no dejarlo inconsciente. Mi tutor siente vomitar las entrañas. Tose y escupe coágulos hemáticos. Le hace falta el aire y se desmaya.
Una andanada de frío y maloliente líquido lo hace volver en sí. Le acaban de tirar encima los orines de hace mucho. El ardor que le causa en sus heridas frescas le queman su cara y su estómago adolorido le hace vomitar flemas con más sangre.
@ Aunque estemos aquí toda la noche León, tú me vas a pagar, o te juro que de aquí al montón de fiambres de San Simón, al cabo que, quién se va a dar cuenta de un muerto más, un vivo menos…
@ ¿Qué es eso? –
dijo el negro, señalando a alguna parte del oscurísimo rincón del ¿cuarto?
Sin prestar atención al comentario del golpeador por encargo, Fermín siguió con su letanía amenazante, bien aleccionada, pues seguramente no era la primera vez que la utilizaba.
El enorme tamaño, así como la natural fuerza del africano, debían haber impuesto respeto desde que era joven, razón por la cual, hasta entre los hombres blancos, Gervasio siempre mantenía una actitud completamente temeraria, sin dudar un instante que, por muy rico o poderoso, cualquier hombre podría sucumbir con la fuerza de uno solo de sus brazos.
Sin creer que cualquier cosa que estuviera entre las sombras le pudiese afectar un poco, Gervasio se aproximó al rincón donde entreveía una sombra pequeña y escuálida.
@ Mira Miguelín, si no me pagas y crees que con tu muerte estamos a mano, voy a mandar al negro que vaya por tu sobrino, no sin antes romperle los brazos o las piernas, tú sabes que sería como romper varas para él…
La sombra parece moverse de un lado al otro, Gervasio empieza a enfadarse por no saber si es real o no lo que percibe. Avanza con un paso y tira un enorme manazo hacia donde cree pudiera estar aquel ser. No alcanza más que abanicar el aire, la sombra parece ya no estar ahí, sin embargo, no vio si se movió o se desvaneció. En ese momento Fermín cae en cuenta que su secuaz está distraído y ha dejado de golpear al secuestrado.
@ ¡¡Negro!! ¿¿Qué demonios haces ahí?? ¿¿Para qué te voy a pagar?? ¡¡¡Deja de alucinar, simio!!!
El exesclavo voltea hacia donde está Fermín. La escena peculiar del prestamista de nariz ganchuda medio alumbrado por una pequeña tea que ayuda a medio ver en la oscuridad, proyectando su cómica silueta en el muro de madera no hace más que mover a risa. Pero antes que pudiera esbozarla, siente unas ligeras manos alrededor de su cuello, al mismo tiempo que escucha un murmullo muy cerca de su oído.
Miguel casi inconsciente por tanto maltrato, apenas se da cuenta de lo que pasa. El agresor voltea tratando de zafarse las manos de alrededor de su cuello. Pero como una brisa se desvanecen. Ahora siente algo de miedo… pero su agresividad le manda acabar con lo que está enfrente, no importando si sea el mismísimo diablo. Manda dos puños contra lo que sea que pueda recibirlos con tan mala suerte que asesta un impacto a un desvencijado mueble que se escucha caerse a pedazos.
@ ¿Qué demonio eres tú? – Pregunta al aire Gervasio…
@ Negro maldito,
ya te volviste loco – Insiste Fermín.
Un viento como de ultratumba pasa por entre ellos. El enorme golpeador es derribado por una delicada pero velocísima sombra, como si se tratara de un niño que apenas aprende a andar.
La tea se apaga con el aire que provocó la misma ‘cosa’ que tiró al pesado negro.
Fermín se ve sorprendido, y de la nada una
huesuda mano lo toma con fuerza diabólica del cuello y lo levanta casi metro y
medio del suelo. Siente que su tráquea se comprime, y aunque trata de soltarse
con toda su fuerza, resulta un esfuerzo inútil. Gervasio con más miedo del que
alguna vez haya sentido vuelve a preguntar:
@ ¡¿Qué demonio eres tú?!
Se escuchan unos débiles chillidos que le siguen unos quejidos agónicos emitidos por el usurero prestamista, hasta quedarse en silencio. Se oye caer un inerte bulto al piso cubierto por algo de paja.
@ ¡¡¡Én egy
lüdérc magyar démona!!!*
* Soy un
demonio húngaro.
El Don (Cont..)
Capítulo 2
El encuentro me dejó muy exhausto, el dolor muscular no se me quitaba y tenía un ansia de algo que precisamente no identificaba. Me empezó a dar mucha sed.
No había caminado más de cuadra y media cuando una patrulla con su torreta me deslumbró tanto como para cubrirme los ojos y voltearme.
@ ¡¡Párate ahí, wey…!! - Un policía barrigudo bajaba de ella, con la mano en la cacha de la pistola aun sin desenfundar. Su tono era despectivo y sin mediar ningún cuidado se me acercó entre amenazante y confiado de tener la ventaja, para hacer lo que le viniese en gana. – ¿A ver… enséñame las manos, carnal… ¿traes punta? ¿traes arma? -
No me dejó siquiera hablar, me volteó con un jalón del brazo y me dio un rodillazo en el estómago. En el suelo y con dolor, me revisó las manos, me metió la mano al pantalón y al cinturón.
@ ¿¿Ya tiraste la punta?? ¡¡¡Dónde la echaste, imbécil!!!
@ No traigo nada… - Otra patada.
@ Dice el señor que lo quisiste atracar con una punta o una navaja
@ ¿…cuál señor?
Los golpes y la torreta ya me habían aturdido bastante como para imaginar de quien se trataba. De un vistazo observé dentro de la patrulla una silueta de un hombre obeso. Deduje entonces que se trataba del taxista abusador, supongo que había ido a buscar a unos policías y les había mentido para que de alguna forma se pudiera desquitar de la sobajante forma en que lo puse en su lugar.
@ Dice el joven que te subiste a su unidad, que le sacaste una punta y que lo asaltaste y le quisiste quitar su coche
@ Pues si él lo dice…
@ ¡¡Hazte el chistoso, idiota!! –Y viene otra patada.
Los golpes aumentaban el dolor, solo esperaba que no usara la pistola conmigo, en eso caí en cuenta que con mi poca memoria no podría tener una coartada y me llevarían detenido. No quería eso. Así que pensé que podría levantarme y echarme a correr. Esconderme hasta que pudiera recordar algo.
Me traté de levantar, tomarle un pie para derribarlo y tener algo de ventaja, pero me golpeó con la cacha de la pistola en la cabeza antes que pudiera reaccionar y caí de nuevo al suelo.
La cabeza me zumbaba de dolor. Empecé a sentir la coronilla fría y la sensación de que un líquido me escurría me puso en alerta que estaba sangrando. Inusualmente sentí aún más fría mi frente, lo que me llevó a tocarla para verificar que era un hilo de sangre. Sangre, helada sangre.
Mi coraje se transformó en milésimas de segundo en profundo odio que me hirvió en todo mi cuerpo.
@ Estos malditos rateros, creen que pueden hacer lo que quieran sin pasarse una corta, como si se mandaran solos; ¡¡¡ven pareja, vamos a darle su calentadita al morro éste!!!
De reojo vi como otro policía flaco salió del auto con una escopeta en la mano y le abría la puerta trasera al gordo para que se aproximaran juntos.
No sé qué extraña fuerza me levantó del suelo, solo estoy seguro de que no fueron mis piernas. Tomé del cuello al primer policía y lo arrojé a varios metros. El aterrizaje calculé que tuvo que ser fatal. Pero ya no me importó medir la fuerza. Corrí o más bien me deslicé hasta donde venía el gordo incorregible.
@ Tu no entiendes, ¿¿verdad??
@ ¡¡El diablo!! - gritó.
Quise agarrarlo de la playera, pero mis dedos con una increíble fuerza le atravesaron la piel y la grasa del pecho como si fuera pudín. No podía creer que tuviera en mi mano su corazón latiendo, lo hubiera arrancado de un movimiento, pero un golpe fortísimo me aventó para un lado. Me habían disparado, pues escuché la detonación, sentí entrar las postas de escopeta en mis costillas, me dolía mi costado, pero no me impidieron levantarme y caminar hacia el policía armado.
@ ¡¡Muérete!! ¡¡Muérete!!
Me disparó dos veces más que sentí que me atravesaron, pero mi ira era tal que ni siquiera sentí el dolor. Lo golpeé en la cara con el puño y cayó de espaldas pesadamente. Me acerqué a su cara pues instintivamente quería morderlo. Ahí fue cuando volvió el sentido común. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué quería morderlo? La sangre que le brotaba de la nariz rota y la boca destrozada me alteraba a un nivel de vértigo. De nuevo el instinto me hizo abrir la boca para morderlo.
@ ¡¡¡Jesús ayúdame!!! ¡¡¡Déjame en paz, demonio!!!
@ ¡Pero ustedes me querían matar!
Vi en la expresión del desgraciado un temor indescriptible, no sé cuál era mi imagen, pero debió ser terrorífica. No sabía cómo actuar. Empecé a lamerle la sangre y cada vez me sentía mejor. Entonces lo tomé por el cuello y pegué mi boca a su nariz para absorber la sangre con avidez. Supongo que le dolió porque comenzó a gritar como mujer, pero ya no me importó. Pensé mientras absorbía la sangre, en lo raro y asqueroso que era eso y lo aparté de mi boca, puedo decir que ya había bebido bastante.
El tipo ya no se movía, estaba medio inconsciente pero aun respiraba. Entreabrió los ojos y trató de escapar, más su debilidad era tal, que ni siquiera se podía zafar de mi mano. Imaginé que, si lo dejaba ir, podría buscarme después y reconocerme. Decidí entonces matarlo, a fin de cuentas, era en defensa propia (todo lo que hice, pretendí justificarlo de la misma forma) e imaginé que sería sencillo apretarle la garganta. Como si se tratara de un pedazo de papel, su tráquea se arrugó entre mis dedos y rápidamente dejó de respirar. ¡Que increíble poder! No me arrepentía de nada.
El Lidérc (Cont..)
III
La sombra de la Bruja
Miguel está inmóvil dentro de la casi total penumbra. Si lo que está ahí con él lo quisiera muerto, tal vez no lo haya visto aun, pues ha pasado más de un minuto que el desdichado ex esclavo dejó de moverse. Optó por casi ni respirar, hasta que una voz como un susurro muy dulce, le dijo en un claro acento extranjero “estás a salvo”. No pudo más que contestar con una entrecortada palabra: -gra… cias.
La comprensible inverosimilitud de lo ahí acontecido dejaba con un tremendo estupor a mi tío, razón por la cual no reunía el valor para hacer un intento de escapar. Pasaron varios minutos para darse cuenta de que se había quedado solo. La silla donde estaba sentado se sentía algo desvencijada, sin embargo, los poderosos amarres del gigante hacían muy bien su trabajo, pues ni siquiera podía mover las muñecas. Pensó que si se dejaba caer de espaldas corría el riesgo de desnucarse, además de no saber qué cosas podía haber en el suelo. Balancearse de lado y caer de costado era un riesgo similar. Entonces trató de ponerse de pie y aun con los tobillos amarrados pudo levantar detrás de sí, la silla. Entonces sin controlar mucho sus endebles pasos, perdió el equilibrio y cayó de frente.
El golpe en su cabeza fue amortiguado por el cuerpo del infame prestamista.
Comprobó entonces que también estaba muerto. Se ladeó y trato de estirar las piernas. En ese instante escuchó no lejos de ahí un tremendo alarido de lo que podría ser un hombre encontrando o ser encontrado por algo inimaginable. Se le erizaron los cabellos de la nuca, y solo trató de imaginarse siendo atacado por aquello que hace apenas unos minutos lo salvó.
La cuerda le lastimaba, pero como pudo se zafó. Pero para eso tardó casi dos horas por los apretados amarres. Dos veces más escuchó gritos, aunque cada vez más lejos. Para cuando pudo ponerse de pie, ya su mirada distinguía las paredes del cuartucho que parecía un cuarto de trebejos. Alcanzó lo que parecía la puerta y se dio cuenta que nomas estaba cerrada con un pasador sin candado. Solo lo corrió, empujó la hoja y se abrió hacia afuera con sonoros rechinidos. El ruido parecía que llamaría la atención. Con dos muertos dentro y viéndolo salir golpeado, cualquiera pudo haber pensado que él los habría matado.
Por la premura del amanecer, o por el miedo a salir, no vio a nadie cerca de donde se encontraba. Parecía no estar lejos de su casa. Caminó hasta la esquina y al dar la vuelta vio a dos borrachines caminando en tumbos hacia donde él estaba. Así que se hizo el disimulado y cruzó la calle.
Al pasar frente a una puerta, vio a un hombre recargado en ella como dormido. Lo tocó para despertarlo, pues parecía algo enfermo. La frialdad de la mano le hizo entender que había dejado de existir. Los borrachos se acercaban y parecían buscar a alguien.
@ ¡¡José!! ‘¿¿Onde’ andas, canijo??
La mañana con un poco de bruma le pudo ayudar a escapar hacia el otro lado de la casa, pero al brincar por una nopalera para pasar cerca de los borrachos sin ser visto, un bulto en el suelo se movió y se asomó de entre los ropajes la cara del viejo Juan Anguiano, el nahual brujo del pueblo. Miguel no supo que su fuga había sido vista. El brujo se dio cuenta que algo andaba mal con la familia León, pero en vez de seguirlo, fue al lugar de donde mi tío había salido.
Cuando llegó a la casa, mi tutor me contó todo lo que pasó la noche y madrugada anterior. Sin omitir detalle, me preguntó si yo creía que los muertos pudieran regresar de la tumba, yo solo acerté a decirle que en la calle escuché que hay una bruja que sale en las noches y ha matado niños y mujeres, chupándoles el alma y la sangre. Y que la bruja no era nadie más que Erzsébet, su difunta esposa.
@ Hijo, no sé si lo que vimos era el alma de tu tía, pero creo que tenemos que ir y desenterrarla, para quemar sus restos y que su alma pueda descansar, según oí hace años a un bachiller que viajó mucho de joven, que eso hacían en la tierra de mi difunta.
@ Tío… ahí ya no
hay nada, yo mismo fui a comprobar lo que me dijo el viejo nahual Coyótl, que
la tía Isabel estaba viva y que en su tumba ya no hay nada. Pero supuse que
había robado el cuerpo al no poder quitarle las joyas de sus dedos, brazos y
cuello.
@ Vamos a la
iglesia de Los Apóstoles…- me dijo al final.
El viejo nahualli descubrió los cuerpos de Gervasio y el prestamista Fermín dentro de la casucha, y pensando que el mismo Miguel era quien mandaba a la bruja a acabar con las personas, se apresura en ir por unos compinches que, animados por el pulque, le secundaron en su búsqueda del supuesto nigromante, armados con machetes, y dispuestos a enfrentarse con lo que sea.
Llegamos al cementerio y vimos la tumba vacía de mi tía.
Mi tío se impresionó al verla llena de rosarios, cruces y yerbas irreconocibles de lo secas que estaban. Supuse estaba llena de embrujos que, después de todo, no servían de mucho.
Mi tío me dijo que, estaba oculta en algún lugar de la hacienda, y atando cabos, entendió que no le mentía cuando le dije que la sombra que vio enfrente de mí era la tía Isabel. Así que, haciendo acopio de valentía, junto con la cruz de plata que le había dado el padre Santisteban, rosarios y agua bendita, nos dirigimos a la ahora embrujada finca.
Sin saberlo en ese momento, empezábamos a ser seguidos de cerca por el nahual Juan Anguiano y sus envalentonados camaradas.
Llegamos ya pasado el mediodía a la puerta de la hacienda. Recordé en ese momento las historias que narraban que cuando se construían esas enormes fincas en el México antiguo, se sepultaba a un hombre al pie de la entrada para que su espíritu la protegiera para siempre.
Empezamos a buscar de manera un tanto recelosa la guarida de la ‘bruja’ en que se había convertido supuestamente la tía Isabel. Como podrán imaginar, no encontramos nada. Yo, siendo un niño, atardeciendo y cansado, ya quería irme a dormir; más mi tutor no tenía visos de dejar su búsqueda, que en momentos parecía desesperada.
Ya vencido por tanta búsqueda, me dejé caer en un enorme bulto sujeto de paja. La imagen de la tía que aún se me marcaba en la memoria, de cuando fue la última vez que nos quedamos a dormir ahí, me perseguía apenas cerraba los ojos. Sin embargo, rendido, terminé dormitando un poco, aunque la comodidad de mi improvisado colchón no era total, pues sentía un pequeño bulto duro en medio de mi espalda.
Al principio no le di importancia, pero cuando mi tío me habló para decirme algo que había encontrado, me levanté y volteé instintivamente a ver lo que me lastimaba.
@ Hijo, no encontré nada más que ratas muertas y completamente secas en el granero.
@ Mire, tío, lo
que estaba aquí en el bulto de paja…
Era un enorme anillo dorado con centro de piedra azul, una de las joyas más llamativas de la tía Isabel y de la que recordaba muy bien haberle visto en su delgada y pálida mano al ser enterrada.
La confusión no podía ser mayor para ambos, ¿qué tenía que hacer una joya que supuestamente fue robada del cuerpo inerte de la esposa de mi tío en la finca del mismo viudo? ¿Acaso él mismo la había tomado sin que yo me diera cuenta? Si fue así nunca vi ese momento, y, aun así, eso me parece un gesto irreconocible de mi tío, que nunca hubiera sustituido la baratija esa, aunque fuera de oro puro y zafiro, el amor de su irrenunciable Erzsébet.
Mi tutor se me acercó para tomar el anillo cuando un escalofrío mezcla de viento y murmullo me recorrió la espalda, un airecillo de ultratumba recorrió el lugar donde estaba y atrás de mí se escuchó un crujir de ropas. Mi tío Miguel tenía la mirada fija a algo arriba o detrás mío. Yo no podía siquiera voltear.
El Don (Fin)
Capítulo 3
Llevo como dos horas caminando. Aun no recuerdo casi nada. Solo sé que tenía que ver a alguien y que es la primera noche que paso en la calle. Fuera de eso, ni mi nombre ha regresado.
Después de haber bebido la sangre del policía el dolor desapareció, puedo ver mucho mejor que si fuera de día y me recorre un calor como si hubiera tomado vino.
Llego a una avenida grande donde de vez en vez, pasa un coche a alta velocidad. Calculo que han de ser como las 3 o 4 de la mañana. Camino con mucho sigilo para evitar algún otro altercado.
Bajo un puente escucho algunas voces. Me acerco con mucho cuidado esperando que nadie se dé cuenta de mi presencia. Son dos tipos andrajosos que huelen a orines hasta donde estoy yo. Sabiendo que nadie me haría daño por mi extraño don, me les acerco para platicar con ellos.
@ … Si, pero si quiere otra vez que le pases lana por trabajar en esa esquina, le avisas al presidente de la asociación, es el ciego dueño del puesto de los licuados, no el que atiende, ese es su sobrino o su hijo, pero pregúntale a él, él sabe cuándo anda por acá…
@ ¡¡Ese mugre policía hasta le pegó a mi hermano, maldito puerco!!
@ Hola buenas noches…
@ ¿¿Que pex carnalito, que buscas??
@ Solo compañía hasta que amanezca, si se puede
@ Aquí todo se puede, valedor… - dijo otro que estaba sentado al fondo - ¿¿Cuánta feria traes??
Sale de entre las sombras quien deduzco es el líder de los parias. Pese a la oscuridad puedo identificarlo perfectamente, tiene un rostro que refleja alguna forma de siempre tomar ventaja.
@ No traigo dinero, no lo necesito, pero ustedes pueden darme algo para pasar la noche, ¿no?
El líder, que trae ropa más limpia, se me acerca con la luz de un celular
@ Aquí no hay comida ni chupe para el que no coopera wey… ¿¿te conozco??
@ No manches “Chilaquil”, si se ve que es persona decente, tú eres una rata que nomás andas viendo qué está mal puesto para ‘carranceártelo’…
@ No creo, pero podría ser que nos conozcamos… sinceramente no recuerdo ni qué pasó ayer
@ Te pareces a un imbécil que… nah… ese wey ya ‘palmó’, pero ¿qué?¿No traes ‘varo’? chale, que jodido…
@ No le hagas caso camarada, pásele por acá a lo barrido mi estimado, ándele, échese un toquecín para ‘amortiguar’ la ‘realidá’
Me senté cerca de los dos que platicaban antes de que los interrumpiera y sin mucho que decir, tomé el cigarro hechizo y traté de inhalarlo, pero el aire que entraba a mis pulmones se sentía ardoroso. Hacía mucho esfuerzo para jalar el aire. Pero no era el humo del cigarro, pues ya sin el porro en la boca volví a aspirar y sentí lo mismo. Ahí me di cuenta de que no había respirado desde que me desperté, que no lo necesitaba.
Para que no se dieran cuenta, fumé un poco, aunque no sentí nada. El líder se fue a sentar enfrente de mí, viéndome insistentemente. El otro que me dio el cigarro estaba a mi derecha y el tercer tipo estaba acostado en dos llantas en el suelo, tratando de conciliar el sueño.
@ Uy mi buen, ya te tocó por lo menos un carrujo para pasar el frío
Vi como mi anfitrión fumaba con deleite su cigarro una o dos veces. Pude observar cómo sus venas del cuello se dilataban, y nuevamente se dejó sentir La Sed. Empecé a acercarme poco a poco hasta que lo tuve a la distancia idónea para tomarlo con mis brazos. El tipo estaba tan drogado que no sintió cuando lo jalé a mi boca. Lo mordí.
@ ¿¿Que estás haciéndole, estúpido?? – Gritó el que no me quitaba la vista de encima. Se me acercó y me jaló de los cabellos. Solté al dopado que ni siquiera reaccionó, más bien, solo se dejó caer de rodillas.
@ ¿Qué le hiciste? ¿Estás loco, mano? – secundó el de las llantas, incorporándose
@ De verdad no les quiero hacer daño, pero necesito un poco de su sangre, no sé por qué…
El primer tipo saca una pistola y me la pone en la frente; yo, indiferente me sonrío. La luz de un faro ahora nos alumbra a los tres…
@ ¡¡¡‘Chilaquil’…!!! ¡¡¡es el wey que nos tronamos hace rato!!! El de la camioneta que le llevamos al ‘Qüino’…
@ No manches, ¿¿¿cómo crees??? ¡¡¡si a ese le metí un plomazo en el pecho…!!!
¿Disparo? ¿Camioneta? Recuerdo algo… estaba afuera de la casa de… ¿de mi amante? Alguien me disparó, si, recuerdo el dolor…
En ese momento un ruido como de un animal se escuchó del otro lado del cubil de parias, parecía un gruñido de un perro o un lobo. Podría ser que algún guardián canino los protegiera, siendo así no me agradaba el tener que matar a un inocente animal para evitar que me mordiera, pero en ese momento saltó un pequeño cuerpo con una chamarra negra encima del tipo armado quitándole la pistola.
@ Acompáñame…
Una mano pequeña toca la mía y me jala suavemente, es de otro niño con una sudadera blanca. De un salto, el primer chico toma de la cabeza al otro atacante a quien desnuca de un movimiento.
@ ¿Quién eres?
@ Deja que Jordan termine con ellos…
El tipo quedo fuera de combate rápidamente. Al levantarse el primer niño lo reconocí, fue quien me mordió cuando estaba agonizando después de que el par de tipos esos me dispararan y me echaran agonizante, afuera de la camioneta.
@ ¿Ya te acordaste de lo que pasó? Solo queríamos alimentarnos y darte la oportunidad de ser como nosotros. Ellos trataron de matarte y no tuvimos más opción que transformarte para que pudieras vivir…
El niño llamado Jordan se acercó con una sonrisa, sus ojos ya no eran negros, sino afables, tranquilos.
@ Ya conociste a Jordan, él es quien te quitó el dolor, ya no tiene los ojos negros, es que, si no bebes sangre, te da el dolor y se te vuelven negros. Yo te di de mi sangre para que regresaras
@ ¿Ustedes me volvieron lo que soy ahora? ¿y por qué no se quedaron conmigo y me explicaron?
@ Perdón por dejarte solo, es que venía una chica y no quisimos que nos viera… ven, vamos a nuestra casa que ya amanece, está aquí cerca. Ahí vas a conocer a nuestros hermanos…
@ ¿Tú quién eres?
@ Marcial, soy el más viejo, aunque me vea como el más joven…
@ Y nosotros… ¿¿qué somos…??
Fin
El Lidérc (Fin)
IV
El Don
Ahí estaba, era
mi tía, pero de alguna forma, ya no lo era. Su color era casi blanco, sus
mejillas casi transparentes, dejaban ver unas tenues venitas. Sus ojos, acaso
lo único que parecía que tenían vida, eran casi negros del iris y la pupila,
muy diferentes a cuando era “normal” pues eran azules. La esclerótica diferente
a como la vi la primera vez era clara con algunos vasitos sanguíneos notorios.
Soy Erzsébet mon férj, tia Isabel, mi fiú, aunque estoy a la mitad de la muerte, Átok (maldición) de mi familia. No puedo morir, tengo que comer vér, la sangre de vivos. Miguel, yo terminé con el gigante y el prestamista que te querían lastimar. No quiero lastimarlos, pero no puedo mostrarme con el Nap (Sol).
No podía ser posible, historias que lees en libros e historias lo cuentan, pero jamás lo crees hasta que lo ves.
En ese momento no lo sabíamos, pero el Nahual Anguiano y sus compinches habían armado alboroto en el cercano pueblo de Azcapotzalco, diciendo que la peste venía de una bruja que vivía en la hacienda de mi tío, y que era menester quemar la propiedad con todo el mal dentro para acabar con la enfermedad y la muerte.
Mientras nos narra su historia, y como toda su familia corrió con la misma maldición al morir nos menciona que solo su abuela consideraba más un don que una vergüenza, pensé que como la hemofilia pasaba con los reyes, su “enfermedad” podría ser motivo de orgullo por el rancio abolengo que descendía de familias reales del este de Europa.
De repente se escucharon griterío y golpeos en la puerta principal. Mi tía se alteró y de un salto llegó al techo y se salió por un tragaluz. Anguiano gritaba en náhuatl y español que saliéramos y dejáramos que quemaran a la bruja y de lo contrario también nos quemarían a nosotros. El miedo se apoderó de mí y corrí a esconderme en un pajar. Pero mi tío se envalentonó y tomó una cegadora para enfrentar a la turba.
Había visto alguna vez como podían hacerse justicia en pueblos vecinos, lo que le podía esperar a mi tutor, no era nada bueno, así que tomé un palo enorme y me fui tras de él.
Entraron unos hombres brincando el muro bajo de la casa y se le fueron encima. Cuando quise defenderlo una sombra voló en medio de ellos y tomó a mi tío en vilo y se lo llevó. Los vengadores solo alcanzaron a proferir maldiciones contra lo que no sabían que enfrentaban.
Su impotencia los hizo actuar desesperados y después de abrir el portón principal, la turba completa entró con palos y antorchas para quemar todo. Yo no alcancé a huir. Cuando me tomaron, me golpearon tan fuerte que pensé que moriría, sentí que la sangre cubría mis ojos y por dentro mis huesos estaban rotos. De lo último que me acuerdo es que tenía ganas de vomitar y me desmayé.
Mi tío estaba en una esquina segura de la hacienda, pero no recordaba bien cómo había llegado ahí. Pensó en mí y trató de volver para rescatarme. Pero las llamas estaban más avivadas y solo llegó a unos metros del pajar. Ahí lo esperaba Anguiano con un cuchillo de vidrio negro y mango plateado.
@ Te voy a matar criollo maldito para luego matar a tu bruja que nos está matando, no podemos dejarla viva.
Se le fue encima, pero antes que lo alcanzara, la tía se le fue al cuello y lo mordió. La vitalidad del hombre brujo parecía aguantar el ataque, así que, sin soltarla, le clavó el cuchillo en el estómago, a la vieja usanza para llegar más fácil al corazón. El espectro que fuera esposa de mi tío lanzó un tremendo y espeluznante alarido. Lo abrazó con más fuerza y lo arrastró hacia el fuego. La muerte cobraría a ambos, a fin de cuentas, pues mi tío ya no vio salir a nadie de las llamas que consumieron la mayor parte de la hacienda.
También pensaba que yo había muerto al no encontrar rastro de mis huesos.
Desperté de repente dentro de la casa de mi
tío. Recordaba como en un sueño estar moribundo y con enormes dolores, hasta
que un ángel me tomó de la mano y me llevó volando. Me dio de beber algo muy
amargo que milagrosamente me hizo sentir fuerza en todo mi cuerpo, pero de
inmediato un sopor enorme me hizo caer como en un trance que me dejó con los
ojos ardorosos y una tremendísima hambre. Mi tía me dio de su sangre, antes de
salir y defender a mi tío a costa de su ‘otra’ vida. Ella murió aquel día por
segunda vez, pero me dejó su don para ofrecérselo a quien lo necesite.
Mi tío me encontró al día siguiente en mi propia cama de su casa y ahí mismo prometió que él me protegería siempre de la ignorancia de la gente. También me hizo prometer, que usaría el don que me dio la tía Isabel solo para ayudar.
Con el tiempo mi tío se volvió a casar, tuvo hijos, nietos y a todos ellos protegí de muchas cosas y personas que les quisieron alguna vez hacer daño. Cuando mi tío murió de edad avanzada, lloré amargamente pues él fue el último mortal que me conoció siendo humano.
Posteriormente hice ‘amigos’ con los que ahora vivo en el desván de la casa que alguna vez fue de mi tío y que ha sido heredada a su misma familia. Primos, sobrinos y familia me han ayudado a vivir y yo en retribución los protejo cuando es posible y necesario. Como debemos dormir de día en féretros, el mejor negocio es una funeraria, negocio que, por cierto, mis parientes tienen ahí, en la vieja casona cerca del centro de la ahora colonia Azcapotzalco Centro.
Yo, soy un líderc, un vampiro a la vieja usanza europea, pero jamás te haré daño, no soy de esos…
FIN
2015