LAS VOCES DEL MICTLÁN EN AZCAPOTZALCO

LAS VOCES DEL MICTLÁN EN AZCAPOTZALCO

Por Miguel Angel González González /oct. 2025 

AZCAPOTZALCOGRAFÍA.

  

Crédito de imagen Martín Borboa Gómez

Era la víspera del Día de Muertos y el aire en Azcapotzalco olía a cempasúchil y copal. Las calles estaban cubiertas de pétalos dorados que guiaban a los espíritus hacia el Jardín Hidalgo, donde se preparaba el gran festival de las ánimas.

Entre los puestos de pan de muerto y papel picado, los Cronistas de Relatos de Azcapotzalco se reunían para narrar historias antiguas. Uno de ellos, don Pepe, tomó la palabra. Dicen que esta noche, cuando el reloj de la Catedral de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago marque la medianoche, los difuntos bajan desde el Mictlán para visitar sus lugares favoritos. Los niños escuchaban atentos, con las velas temblando en sus manos.

Mientras tanto, en la Casa de la Cultura, un grupo de jóvenes colocaba una enorme ofrenda comunitaria. Habían reunido retratos de vecinos, artistas y maestros que habían dejado huella en Azcapotzalco. Cada foto era acompañada de flores, pan, y pequeñas figuras de Hormibus que eran unas calaveritas de barro que, según la tradición, cobran vida cuando sienten el calor de las velas.

Esa noche, cuando las campanas de la Catedral sonaron, el silencio se extendió por las calles. Una brisa suave recorrió el Jardín Hidalgo, y las velas comenzaron a parpadear como si respiraran. De pronto, las pequeñas figuras de Hormibus abrieron sus ojos de azúcar y comenzaron a caminar rumbo a la biblioteca Fray Bartolomé de las Casas. Allí, entre los estantes, las Hormibus encontraron a don Pepe leyendo un viejo libro de leyendas. Pero él ya no estaba vivo. Era su espíritu, regresando una vez más para contar sus historias. No teman dijo con voz serena, "los muertos también tenemos sed de palabras".

Las Hormibus danzaron alrededor del cronista, iluminando los libros con su brillo tenue. Las letras de las páginas comenzaron a levantarse en el aire, formando figuras, rostros, recuerdos… y toda Azcapotzalco se llenó de murmullos antiguos: voces de abuelos, de maestros, de obreros, de poetas que alguna vez caminaron por sus calles.

Cuando el primer rayo del amanecer tocó la torre de la Catedral, las Hormibus se desvanecieron en polvo dorado. Los vivos despertaron con la sensación de haber compartido algo sagrado, la memoria. Esa mañana, en la biblioteca Fray Bartolomé de las Casas, encontraron un nuevo libro sobre la mesa que en la portada se leía “Cuentos del Mictlán en Azcapotzalco”, firmado por Los Cronistas Eternos. Y desde entonces, cada Día de Muertos, las Hormibus vuelven a recorrer los pueblos y barrios, asegurándose de que nadie olvide que Azcapotzalco es un puente entre los vivos y los muertos.

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