EL CHAMÁN Y EL BRUJO, O EL CURANDERO Y EL NAHUAL
EL CHAMÁN Y EL BRUJO, O EL CURANDERO Y EL NAHUAL
Por David Briones
El pueblo unido y poco dado a la modernidad ha tenido históricamente contacto cercano entre los habitantes, y entre los cuales el Curandero siempre ha estado en alta estima, siendo que no hay doctor y el padre de la única capilla lo ha respetado en sus remedios ancestrales.
Pero nada es idílico en los arquetipos, aquel lugar tenía en las cercanas montañas y en medio del bosque a la némesis del chamán: un brujo Nahual con poderes extraordinarios que usaba para sacar ventaja, para cumplir venganzas y generalmente desequilibrar la vida mágica del chamán, pues cada entuerto realizado por el brujo tenía que ser contrarrestado por él.
Teniéndose ya identificados desde eones por la misma situación enfrentada de generación en generación, ambos hombres de conocimiento se tenían mutuo respeto, pero también récelo, eso evitaba enfrentamientos directos. Pero pasa que el desequilibrio surgió del lado del bien, un hombre, dueño de una parcela encontró en sus tierras, un antiguo embrujo poderoso que no debía ser encontrado, y el Curandero le ordenó quemar, siendo que era un monigote que representaba al mismo chamán.
El enfrentamiento era inevitable, enterado por sus malas artes del descubrimiento, el brujo dio a conocer al chamán que el hacha de guerra había sido desenterrada. Y queriendo tomar ventaja antes de que el Curandero tuviera oportunidad de desquitarse, envió un poderoso conjuro que haría incluso, dar muerte al acérrimo rival.
El chamán aún advertido no tenía en planes desquitarse del fetiche encontrado, sabía perfectamente a qué atacaba aquel brujo y no tomó precauciones. Antes pensó que era el mismo juego de siempre, torcer y enderezar.
Desprevenido le tomó aquel dolor de vientre, aquella fiebre y aquellos sueños de la advertencia. Era objeto del disgusto de su rival. Pero eso iba más allá, y tuvo que demostrar quien era el más poderoso.
Llamó a su cama al mejor cazador de la comarca que también era su mejor amigo, le pidió específicamente como debería emprender su siguiente cacería:
“Irás al mediodía a la entrada del pueblo y te sentarás en el pirul más grande, solo con tu arco y tres flechas, las envolverás con las hierbas que te voy a dar y al punto de las seis de la tarde, caminarás directamente a la cabaña del brujo, pero a mitad de camino, torcerás a la derecha hacia donde se pone el sol. Caminarás por una hora y llegarás a un río que tendrás que cruzar descalzo, ten cuidado, que las piedras son particularmente filosas ahí. Al cruzar, caminarás buscando al león (puma o león americano), pero no lo vas a encontrar, ya sabe que van por el, pero sigue su huella.
Antes de que la luna se vea encontrarás al nahual. Sabrás que es él porque parecerá un animal inofensivo. Dale caza. Después, busca el cadáver y quémalo hasta el último hueso. Ten en cuenta que solo tienes esas tres flechas, no más. Confío en ti”.
El cazador, arquetipo del héroe también, fue sin chistar al encuentro de aquel nigromante sin dudarlo, pero con un miedo a superar ya establecido.
Hizo exactamente lo que su amigo el chamán le dijo para encontrar al nahual. Al cruzar el rio todo el ambiente quasi nocturno cambió. Escuchó claramente al león y lo hizo trastabillar, sin querer rompió a la mitad una de sus flechas.
El brujo estaba enterado que iban por él, pero de nada le servían ahora sus trucos. El cazador lo siguió de cerca hasta que en un recodo natural de la selva escuchó un ulular que lo espantó, cómo no era hora de tecolotes, supo que no debía confiarse de ese animal, lo encontró en lo alto de un ahuehuete. Afinó puntería, pero un soplido del viento lo hizo fallar, teniendo solo una oportunidad más, se encomendó a la Providencia y tiró la segunda flecha al vuelo, con tan buen tino que le dió al tecolote mientras volaba escapando. Lo fue a buscar porque tenía órdenes precisas de quemar aquel animal.
Lo encontró aún boqueando sus últimos respiros con el pescuezo atravesado certeramente por la flecha bendecida.
En ese momento no lejos de ahí, el brujo, que comía un delicioso pescado, se tragó sin querer una enorme espina que se le clavó en la garganta y le ahogó hasta matarlo.
FIN