ELLA
POR MIZTLI ARRIAGA
«Ella seguía jugando conmigo como el gato y el ratón.
Ella coqueteaba conmigo, otras veces
me rechazaba.
-
¡Me iría al fin del mundo si no castro a cien hombres!, -decía como loca.
¿Quién ha dicho qué no se pude no amar? Fue la poesía.
Ella habla de lo que no existe.
¡Ella
ama a alguien! ¿Acaso la vida es tan alegre?
Ella se iba haciendo cada vez más “rarita” e incomprensible.
Ella era «une
femme capable de tout»[1]
Ella le preguntaba al escalador:
-
¿Qué hace usted en esas alturas?
Esa dicha era el dulce dolor ante la imposición:
-
“¡Engarrótese ahí!
La felicidad y el orgullo me acompañaron el resto de la semana. El día que
me ahogaba con un trozo de pescado decía a mi subconsciente:
-
“¡Respira muy hondo por última vez qué te vas a morir!”
Semanas después deambulé largo rato por montes y bosques… El recuerdo de
aquellas inolvidables palabras y de aquellos besos: de lengua, de trompita, polacos,
rusos… Me remonté en alas a la fantasía, me puse a cantar:
-
“Las nieves del Popo no son blancas”.
Ella danzaba, dibujaba en el rostro
una maléfica sonrisa…
Galopina princesa, y yo, tonto de mí, creí que era una coqueta, una güila pueblerina cualquiera que hablaba
chistoso, superior a Emilia o Desdémona.
-
Lo que Usted quiere es que yo no la ame, -le dije a Ella.
-
Quiérame Usted, más no como antes, seamos simples amigos, -me replicó.
Ella me dio a oler la rosa.
Ella me dijo:
-
Yo podría ser su tía o su hermana mayor y Usted… Un chiquillo mocoso…
No obstante, Ella estampó en mi frente un beso puro y sereno.
-
Silence! -exclamé yo.
-
Mercí! –me agradeció Ella.
La princesa mandó decir que tenía jaqueca, que le dolía la cabeza… Uno por
uno, los viejos amantes, se fueron quejando ora de su reumatismo ora de su
hipertensión arterial ora de su lumbalgia… En pocas palabras, cada macho cabrío
reculaba el desorden de su vida.
-
¡Ella es una aventurera!, -decía mi madre.
-
¿Ella,
mi diosa, una cualquiera? -replicaba yo.
Por mi mente pasó fugaz la figura de una mujer, en los jardines los grillos
cesaron de externar su canto: cri-cri.
- ¡Ah, monsieur le page![2] ¿Qué dice su hermosa reina?
Soy un torpe mistificador, no se burlarme de la gente en los bailes de
disfraces. Le demostraré a todo mundo que Emilia,
Desdémona, sí, a Ella misma, que es una
infiel, así la llamé a Ella, para vengarme…
El día de la fiesta, cada sonido, cada susurro, cada runrún terminó en
tedio. Después de la cruda moral amanecí con dolor de cabeza, mi estado era de
un desconcierto abrumador y desconocida tristeza.
Ella hacía de mi, todo lo que se le
antojaba. Míos eran sus deseos, mejor dicho, sus caprichos eran órdenes. No
obstante, el día que le declaré mi amor algo vibraba en lo más profundo de mi
alma, manos y piernas me temblaban, me sudaba el co-co, corazón. Alguien me
aclaró:
-
Eso se llama amor… es la pasión, esa es la fidelidad.
-
Hay tontos, quienes gozan sacrificándose, -me dije yo mismo...
Ella, vestida de negro, pálida, con
el pelo desalineado, me tomó de la mano, mejor dicho, me tomó por el cuello, me
puso el collar cual fiel perro faldero. Medité:
-
¿Amaré a Ella con locura hasta el final de mis días?
¡Y cómo no acordarme de aquel largo beso de despedida!
¿Miro yo a mi amada como persona? ¿O como perrito faldero?
Alguien me recomendaba vivir con normalidad, y no dejarme llevar por las
pasiones.
-
¡Jovencito, retírese a tiempo, rompa las redes!, -me aconsejaban.
Mi padre en su lecho de muerte comenzó a escribir en un idioma extraño una
carta dirigida a mí, que decía:
-
“Hijo mío, yo me casé con una güera, y a usted le toca desposarse con una
morena”. No obstante, témele al amor femenino, témele a la dicha, a ese veneno…
Recuerdo que mi amigo Iván no podía olvidar a Norma, su antigua “pasión”, hacía cuatro días que había muerto de una arritmia
cardiaca, en su lecho de parto.
Pasaron los meses y Perla me comunicó
el final de la artista y dramaturga: Yo podía haberla visto y no la vi, ni la
vería nunca jamás.
-
¡Ha muerto Norma! ¡He aquí el fin
de la historia! -dije.
«Caja mortuoria,
Húmeda oscuridad subterránea
“De labios indiferentes
Oí el llamado de la muerte.
E indiferente, la escuchaba” […]
¡Oh, juventud, divino tesoro!
Nada te importa, dueña de la tristeza,
la pena te embellece…
-
¡Mi vida!, ¡eres suntuosa y atrevida! Lanzas al viento fuertes palabras.
¡Qué haría yo si no perdiera el tiempo en vano!
Ella era la visión de mi primer amor.
Debías estar contenta de morir,
Esa era tu libertad, tu reposo.
Y yo, tu frustrado esposo, ahora soy
tu viudo...
Oh, my Good! Bozhe moi ![3]
-
¡Absuélveme de mis pecados!, -pensé.
De esta manera, desapareció de mis ojos la expresión de espanto y temor a
la muerte…
7 de abril de 2009. México, DF.