XANCOPINCA, EL MANANTIAL ESCONDIDO (Capítulo 1 de 7)

XANCOPINCA, EL MANANTIAL ESCONDIDO  (Capítulo 1 de 7)

Por David Briones 

AZCAPOTZALCOGRAFÍA.

  

Capítulo I. La doncella blanca

 

La tarde era gris de cielo encapotado que contrastaba con el día soleado de hace apenas unas horas. La joven Iztacxóchitl, terminaba el grueso tejido del último huacalli del día, contó al final diez contenedores hechos de palma gruesa e hilo de zacate. Pensó que al día siguiente iría temprano al mercado de Azcapotzalco a vender sus calabacitas de la chinampa y sus huacallis, pensó también que le ganaría a Tonatiuh a levantarse para ir primero al manantial a ofrecerle los frutos a la diosa Cihuacóatl (1) para pedir permiso de bañarse y que le augure buen retorno a su casa.

Cihuacóatl. Museo Nacional de Antropología. 
Crédito de imagen: David Briones


Tomó un poco de agua y se fue a dormir. El agua de éste manantial siempre la reconfortaba. Su jacal era de los más pequeños y alejados de la isla. Su padre yacía dormido roncando en su petate, cansado de hacer adobes. 

Ya acostada, su mente divagó un poco sobre el pasado de su padre, su origen poco claro mexica. En esta época, tepanecas y mexicas convivían no sin cierto recelo, puesto que los de Tenochtitlán y Tlaltelolcan se habían rebelado al ejército tepaneca, y Acolnahuatl, el padre de Tezozómoc, los había vencido, sometiéndoles a tributo y usándolos como mercenarios en sus guerras.

 Ella hablaba nahua por su padre y matlatzinca, la lengua de su madre, que murió cuando ella nació y ahora era una Cihuateteo (2), honor que la convertía en guardiana de Tonatiuh e imaginaba que también la cuidaba a ella desde el firmamento del crepúsculo. Este idioma lo aprendió de su abuela materna, igual que el arte de tejer huacallis, oficio muy apreciado y que históricamente se fabricaban los mejores del valle en su isla.

Su padre había sido soldado enemigo de los tepanecas, se refugió en la isla y nunca regresó con los mexicas, así que él creía que seguía siendo enemigo de unos y traidor de otros. Reservado, casi nunca hablaba; trabajaba de sol a sol en la ladrillera que estaba en las márgenes del lago en la costa tepaneca, que aprovechaba el lodo siempre abundante en las marismas que estaban entre la isla de Huacalco y Acalotenco ("a la orilla del canal") para moldear adobes, que eran aprovechados para hacer crecer a la pujante Azcapotzalco, pues en ése momento ya se consideraba la más grande ciudad desde la lejana Tollán, ciudad de dioses. Historias de los sacerdotes viejos de Amantla mencionaban que ellos habían sido los padres de los tepanecas, y ahora Tollán estaba prácticamente abandonada. Tal vez exageraban en su orgullo creciente, pero al menos pudo ser más grande que la ciudad otomí de Tenayocán.

Iztacxóchitl dormitaba y estaba cerca de quedar completamente dormida, cuando un susurro la despertó, era como un canto apenas entonado con la garganta, invariablemente femenino. Ya lo había escuchado antes; en su niñez su abuela le dijo que era el espíritu del manantial que cuida la abundancia del agua para beber y alimentar la chinampa, una bendición de la isla, pues pobladores venían de muy lejos a tomar de ella por su pureza. La mujer, conocedora de la leyenda, le narró la historia mágica de la sacerdotisa de Malinalco (3) que venía a hacer sus ritos ahí, y cuando se unió en espíritu con el prodigio acuático. Ella supo que, después de la muerte de la sabia mujer, ahí se eternizó el espíritu en forma de Cihuacóatl. 

Iztacxóchitl aprendió de su abuela a ofrendar a la guardiana antes de tomar de su virtud, pues Cihuacóatl era muy celosa de sus tesoros. La abuela, antes de morir, le contó sobre partes del espejo del lago donde el agua no era bebible, y pensaba que, seguramente, los habitantes cercanos no había agradecido a los guardianes, y les habían castigado salando su agua.

El canto mágico arrullador, más que asustarla, la tranquilizaba, mientras pensaba que si su madre en forma de Cihuateteo la cuidaba de día, la diosa Cihuacóatl lo hacía de noche.

Huacalco era una isla pequeñísima, apenas había unos veinte jacales con sus chinampas, que hacían verla más grande de lo que era, aunque en un tiempo el islote estaba casi lleno de palma gruesa, un extenso bosque que la hacía casi impenetrable, razón por la cual la usaron los primeros pobladores para ocultarse, y posteriormente, sacando provecho de la materia prima, para hacer los más resistentes huacallis para transportar mercancía a lo largo y ancho de la zona lacustre. 

La población ha vivido mucho tiempo ahí, según dicen ellos mismos, desde antes de que los chichimecas de Xólotl (4) llegaran a dominar. De ahí el nombre de la isla: Huacalco, donde se hacen los huacallis. Su joya era el manantial, conocido por los lugareños como Motlatican o Motlatiqui, y significa el manantial escondido, aunque los tepanecas lo conocían como Xiamcopincan, que quiere decir: el lugar donde se hacen los adobes.

Glifo. Xancopincan.
Crédito de imagen Gilberto Pérez Rico.


La naciente nación tepaneca apenas se les había sido concedida su autonomía de Tenayocán y estaba formando su propio dominio entre las naciones del Lago. Acolnahuatl, jefe de los tepanecas, estaba educando a su hijo, el joven Tezozómoc, como futuro señor del valle, estaba acrecentando el tamaño de su ciudad capital Azcapotzalco con su sueño de convertirla en la nueva Tollán. Palacios mucho más grandes que los que alguna vez llegaría a tener mucho después Tenochtitlán, pero que sólo su hijo podría ver terminados.

Al día siguiente muy de madrugada, Tezozómoc despertó en su palacio y salió a dar un paseo en solitario por las calles de la ciudad que pronto le pertenecería. Dudaba si tendría el coraje para poder dirigir un naciente imperio como su padre, que, enfermo, ya no podía siquiera tenerse en pie. Pronto moriría y el tan joven, sería el señor de los Tepanecas

Sus pensamientos lo tenían ensimismado, cuando vio a una mujer con un vestido blanco delgado y sugiriendo una desnudez caminando ligero sobre el final de la calle que era donde terminaba la ciudad. 

Crèdito de imagen a quien corresponda.


Bella sin duda, Tezozómoc se excitó y sintió que debía seguirla, pues el futuro emperador tendría que ser irresistible a cualquier dama. La solitaria madrugada y la visión de una mujer bella le hicieron olvidar cualquier previsión. La mujer era demasiado rápida para él. Le molestó que aun cuando corría a toda velocidad no la alcanzara, él, que era el más rápido a correr de todos los generales tepanecas.

Iztacxóchitl se levantó temprano a hacer su ofrenda, y además pidió a la diosa, conocer a un hombre, pues su padre se hacía viejo y ella no quería quedarse sola en el jacal. Un hijo sería su compañía, y le enseñaría todo lo que ella sabía. Inició su ofrenda con antiguos poemas que ya no se conocen, alabando a la gran consejera Cihuacóatl. 

Terminando su ofrenda se desnudó para bañarse. En ése momento vio acercarse un joven bien parecido, alto y de vestimenta de nobleza evidente. Por pudor inicialmente y por normal reverencia trató de salir velozmente a cubrirse, pero Tezozómoc, que venía corriendo, la confundió con la mujer blanca que vio de lejos desde la orilla de la ciudad.

·     ¿Por qué corres, bella niña? ¿Que no sabes quién soy yo? Soy tu futuro señor, el hijo de Acolnahuatl, Tezozómoc, no tienes que temer, no soy cualquier tecpaneca, no me burlo de ti al decirte que eres más bella que las doncellas del palacio de Azcapotzalco.

Iztacxochitl no respondió pero lo que dijo el joven la puso más nerviosa, en un segundo después recordó el pedido a Cihuacóatl y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. El joven príncipe, que no había perdido detalle de las expresiones de la bella, tomó esta expresión como una respuesta positiva.

·     ¿Cómo te llamas, princesa?

·     No soy princesa, su alteza hijo del Tepanecatéuctli (5), soy la humilde hija de un ladrillero que trabaja por la grandeza de tu futura ciudad… me llamo Iztacxochitl, la flor blanca.

Tezozómoc rió.

·   Cierto, de que otra forma podrías llamarte si desde que te vi huir desde Malinalco eras como una flor blanca corriendo en el viento…

Iztacxochitl no entendió, pero no se atrevió a contradecir al príncipe, pensó que seguramente fue Cihuacóatl que lo atrajo a ella para ser su concubina y su futuro hijo, heredero al trono tepaneca.

Los jóvenes se bañaron juntos y tuvieron relaciones hasta que el sol empezaba a asomarse. La promesa de volverse a ver al día siguiente, dejó a la joven enamorada y casi olvidaba su quehacer diario. Tomó sus huacallis llenos de calabacitas y se dirigió a su pequeña embarcación.

Convivieron apenas unos días donde casi regularmente Tezozómoc se escapaba del palacio para ver a su doncella del manantial, y las promesas de convertirla en una de sus esposas cuando fuera emperador eran comunes cuando, de repente, Tezozómoc dejó de ir.

Iztacxochitl se enteró una tarde después de vender sus mercancías en el mercado de Azcapotzalco: Acolnahuatl había muerto, su esposa regenteaba el gobierno y pronto sería coronado como nuevo Señor Tepaneca su amado Tezozómoc. 

Más aun, se enteró de noticias que le rompieron el corazón. Tezozómoc se casaría con la hija de uno de sus generales nacida en Tollocán: Chalchiuhcozcatzin. La mala noticia es que siendo Señor de los tepanecas, nunca más podrá salir del palacio en forma solitaria. Aun cuando esperaba que mandara por ella, en el fondo sabía que no volverían a estar juntos.

Con gran tristeza regresó a su isla, con un caminar lento, lamentándose, pero con un deje de gusto de haber amado a un hombre y, sin confirmarlo aun, sabiendo que, dentro de ella, una luz concebida por ambos, seguiría vivo ese amor.

Ya atardecía y el crepúsculo le recordó a su Cihuateteo, lo que la reconfortó más, y sin prestar mucha atención a su padre que ya dormitaba en su inamovible petate, se acostó en el propio sin dormir; se dijo a sí misma:

·     Esperaré a que Cihuacóatl me arrulle.

Pero esa noche no hubo murmullo de la guardiana…

 

A la mañana siguiente Iztacxóchitl no se despertó antes del amanecer, durmió de más, lo que no pasó desapercibido para la principal y matrona del lugar que hacía las veces de curandera, le vio el rostro y antes de decirle con sorna sobre su desvelo, observó algo en su mirada y sin más, habló…

 

·     ¿Estás esperando un bebé, verdad? dime… ¿el padre es el joven príncipe con quien te ves en Motlatican en los amaneceres, no?

·     Es el único hombre que he conocido, me lo envió Cihuacóatl - respondió Iztacxóchitl.

 

Fin del capítulo I

  

  

GLOSARIO:

 

 (1)*Cihuacóatl – Diosa asociada con la maternidad, la fertilidad, la guerra y la muerte entre culturas prehispánicas del Valle de México.

 (2)*Cihuateteo – Espíritus de mujeres que murieron durante el parto, especialmente el primero. Eran consideradas guerreras divinizadas y honradas como los hombres que morían en batalla, ya que el parto se veía como una lucha, menciona el mismo mito que acompañaban al sol del medio día al anochecer.

 (3)*Malinalco – No confundir con el pueblo mágico del Estado de México, sino se refiere el texto al barrio Santa María Malinalco (o Maninalco) en Azcapotzalco, geográficamente a medio camino del centro de la alcaldía y la zona del manantial referido en el texto.

 (4)*Xólotl – Señor chichimeca dominante de Tenayuca.

 (5)*Tepanecatéuctli – Señor de los tepanecas

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